HOMBRES MALTRATADORES
... La violencia que se genera como elemento de control y dominio va aumentando, va creciendo y puede llegar al homicidio; de hecho es la causa que más frecuentemente llega al homicidio cuando estamos hablando de asesinatos de mujeres.
Desde la perspectiva del agresor tenemos que ver esa situación como un instrumento que es utilizado para conseguir sus objetivos. Por eso el componente instrumental de la violencia es fundamental, porque precisamente es lo que se niega sistemáticamente.
Romper con este componente instrumental es quebrar lo que es la realidad de la violencia contra las mujeres. Sin esa realidad no podemos hacer nada, porque estaremos hablando de casos aislados que terminan precisamente con el fallecimiento, con la denuncia, con la actuación de la sociedad por medio del Juzgado, la policía, etc., cuando en realidad el significado es completamente distinto.
Por eso cuando hablamos de violencia contra la mujer tenemos que entender que ese elemento instrumental es fundamental ya que estamos dentro de lo que se denomina un “crimen por autojustificación” o “crimen moral”, como llaman algunos autores: el agresor actúa por coherencia, por convencimiento, como consecuencia de la idea que él tiene de esa relación, de esa estructura familiar, de esa estructura de pareja que él va imponiendo a base de intimidación, de coerción, de amenazas, etc.
Esa estructura es la que levanta el agresor y por lo tanto actúa con pleno convencimiento de que lo que está haciendo está haciéndolo por un bien superior al daño que produce. Es decir, el agresor en todo momento es consciente de que está produciendo un daño a la mujer y por eso se protege, por eso intenta que la mujer no denuncie, por eso le pide perdón en la fase de luna de miel, por eso la amenaza y le dice “como me denuncies te voy a quitar a los hijos, te vas a quedar en la calle, te vas a ver sola...”; eso lo va haciendo precisamente para mantener esa situación de violencia ya que él reconoce que está produciendo un daño. Lo que ocurre es que para él el beneficio que produce esa violencia es superior a ese daño.
Eso es algo muy común en la delincuencia; es decir, el terrorista que pone un coche bomba en una esquina sabe que va a matar a cualquier persona que pase (incluso si pasa un autobús de niños les va a matar), pero para él la liberación de la patria o el acabar con una cultura determinada tiene más valor que la vida de esas personas; hay una justificación moral: “yo lo hago, voy a hacer un daño pero el objetivo, el beneficio mayor de lo que pretendo conseguir... merece la pena ese daño”.
Cuando hablamos de una violencia continuada (no estamos hablando de una agresión puntual, sino de una estructura de violencia), el agresor lo hace con convencimiento de que el bien superior (la buena familia, la buena reputación, que su mujer sea una ama de casa adecuada, una buena madre-esposa-ama de casa, etc.) merece más la pena que el que él tenga que corregirla, porque además como él la corrige porque la mujer ha hecho algo que, para él, está mal, se ve todavía mucho más legitimado para llevar a cabo esa agresión.
Por eso utiliza la justificación moral para reforzarse en su posición y por eso aplica la violencia de manera diferente, como venimos diciendo desde hace ya muchos años. No resuelve el problema que según él se ha presentado por medio de un puñetazo sino que necesita dar una paliza, porque esa paliza, esa violencia excesiva que recurre a objetos al alcance de la mano (un martillo, una sartén, un destornillador, un vaso, un jarrón...), innecesaria para conseguir la resolución del conflicto que se ha planteado (porque podía hacerlo con la mano, con el puño, con un empujón...) es la que alecciona a la mujer; es la que le sirve a él para decirle “esto es lo que te pasa por no seguir lo que yo te estoy diciendo que hagas”.
Ese elemento aleccionador es fundamental para que la mujer vaya hundiéndose en esa situación, vaya quedando atrapada en ese clima de violencia, de intimidación, de amenaza, que se produce además con el ejemplo, con la constatación objetiva por medio de este tipo de agresiones que sufre de manera excesiva, porque es la forma de aleccionar.
Por eso es muy importante que entendamos la violencia de género como una violencia de continuidad. No es una violencia que se limite a agresiones puntuales. No es una violencia que sea representada exclusivamente por esas denuncias, por esas noticias... Es una violencia que busca el control, el dominio, el sometimiento, el privilegio del agresor; el dominio de la mujer, el privilegio del agresor.
Tú le preguntas a un agresor “¿usted por qué intenta dominar a su mujer?”, y él contesta: “¿yo a mi mujer? si yo a mi mujer no la domino, si ella es la que lleva los pantalones y yo...”. Nosotros aquí decimos las cosas con una forma muy teórica pero ellos no utilizan el poder, no utilizan la amenaza... lo que buscan es privilegio. El agresor ni siquiera busca ese bien (al menos tan directamente) de la familia para que su hijo tenga una buena referencia, una buena educación... Ellos buscan un status de privilegio y lo consiguen por medio de la violencia, porque todos los que son los elementos a los que tú te tienes que enfrentar en tus posicionamientos, en tus ideas, en tus actitudes, en tus decisiones..., él los evita por medio de la imposición, o sea por medio de decir “aquí se hace lo que yo diga” o simplemente da un puñetazo en la mesa y es suficiente.
Esa situación no es una situación que surja de la nada. Lógicamente surge de un contexto cultural, patriarcal en el que eso se puede hacer. Se parte de la idea de que su rol es conseguir ese status y por tanto debe desarrollarlo por los mecanismos que considere oportunos, entre ellos la violencia, y por lo tanto eso permite que vaya aumentando, que vaya creciendo. Eso por una parte, como contexto general. Pero en el contexto individual la violencia contra las mujeres no surge de la nada, o no surge de un día para otro, sino que se va construyendo; va produciéndose de manera paulatina.
Sobre una situación de no violencia, que sería la relación normal en cualquier relación humana pero en este caso relativo a una situación de pareja, va produciéndose un aumento progresivo de la violencia en forma de control, de cuestionamiento, de intimidación, de limitación, de restricción... va cuestionando y criticando sus gustos, sus amistades, las fuentes de apoyo externo (amistades, trabajo, familia...), sus hobbies (“pasas mucho tiempo fuera, “hay que ver las guarrerías o las tonterías que estás leyendo”, “a ver si dejas al tío ese, que ese es comunista” o “ese es facha” “y ponte a leer cosas más interesantes...”), etc.; son cosas que siempre van minando la autonomía, la independencia, la libertad de la mujer para hacer lo que considere ella oportuno que debe hacer con todo el compromiso que tiene contraído en la relación, etc.
Pero eso ocurre progresivamente; no empieza un día con una paliza ni empieza un día con una situación especialmente violenta, sino que va construyéndose de manera progresiva, de manera que un día en lugar de decirle “deja de leer eso” o “no vayas hoy al gimnasio” o “no vayas hoy a ver a tu amiga”... se lo dice con un insulto; eso lo va percibiendo la mujer, y la percepción de la mujer hace que lógicamente haya una reacción al tema pero que al mismo tiempo empiece a entender que esa actitud, esa situación, es algo propio de la relación de pareja porque ya ha pasado el amor, ya hay muchos problemas (la hipoteca, lo otro, lo de más allá) y todo se va integrando; no se va rechazando, no se va cuestionando, porque la cultura permite que todo eso se vaya integrando.
Conforme va aumentando la situación de violencia, llega un momento en el que el agresor percibe (tampoco lo va notando él) que tiene control, que tiene dominio sobre la mujer, y se siente seguro en lo que está haciendo; ya no duda tanto (ya no hay tanta fase “luna de miel” después de la agresión) sino que ya sabe que la mujer está en una situación de vulnerabilidad, de cierta dependencia emocional y por lo tanto pasa a una actuación violenta mucho más manifiesta. Es cuando aparecen las agresiones físicas o psíquicas puntuales; la intensidad es diferente (a veces más intensa, a veces menos intensa, a veces se repiten más, otras se distancian en el tiempo...) pero ya son ataques puntuales, ya son agresiones, y las agresiones surgen dentro de la violencia.
Por eso digo que cuando hablamos de violencia contra las mujeres no podemos quedarnos con las agresiones. Además, en los juzgados sólo suelen aparecer las agresiones de especial intensidad, aquellas que han superado unos límites para que la mujer ponga la denuncia, o los vecinos llamen a la policía, o el médico o la médica manden el parte de lesiones...; además eso es lo que aparece en los medios de comunicación.
Nosotros no podemos reducir toda la situación de violencia (toda esta situación generada, construida sobre la imposición, sobre la restricción y el control de la mujer) a los ataques puntuales que se producen en determinadas ocasiones y que son denunciados o aparecen en los medios de comunicación. Porque además, gracias a la información, gracias al mayor asesoramiento que tienen las mujeres, ahora estamos viendo también cómo otro tipo de agresiones menos intensas en el resultado también están siendo denunciadas como consecuencia de la violencia contra las mujeres. ¿Y qué ocurre? que en lugar avanzar en el sentido de decir “esto va mejorando, esto va aumentando, ya vamos conociendo lo grave y lo menos grave, ya vemos que hay una situación de violencia...”, lo que se está haciendo es minimizando, rechazando la violencia; se está diciendo: “¿ves cómo las mujeres denuncian por cualquier tontería?”, “¿ves cómo no tiene sentido esto?”, “¿ves cómo es mentira que las mujeres...? lo que pasa es que se aprovechan ahora para separarse...”, etc. En lugar de insertar todo eso en lo que es la violencia de género, está siendo utilizado para cuestionar la violencia de género.
Si por exceso, cuando la agresión es especialmente grave, se justifica por medio del alcohol, de los celos, de la pasión, etc., cuando el resultado es más leve se está diciendo que no tiene importancia, que las mujeres denuncian por cualquier cosa y que en el fondo lo hacen para conseguir quedarse con la casa, con la custodia de los niños, etc.
Por tanto, si nos damos cuenta, tanto por exceso como por defecto la violencia de género parece no existir como realidad, sino que existen los casos que en algunas circunstancias no pueden ser justificados bien por exceso o bien por defecto. Esa situación es una situación sobre la que tenemos que reflexionar porque de una manera u otra, a pesar de la objetividad de los datos y de los elementos que vemos, sigue cuestionándose la realidad de la violencia de género. Y esa situación sin darnos cuenta, cuando no actuamos adecuadamente y permitimos que se prolongue en el tiempo, es la que da lugar a la cosificación de la mujer, como dicen los juristas; da lugar a que el agresor entienda que la mujer es algo de su propiedad y que él puede recurrir a los elementos que considere para obtener los objetivos, los beneficios que él también estime oportunos.
Porque la clave precisamente, en ese desarrollo de la violencia desde la perspectiva del agresor, está en diferenciar lo que es la acción (el resultado de una agresión puntual) de lo que es la exposición a la violencia (el estar viviendo, conviviendo con una persona que ha impuesto una pauta de relación basada en la desigualdad, basada en la imposición, en la amenaza, en la coacción, en la restricción, en el cuestionamiento sistemático); ese vivir en esa circunstancia genera una serie de consecuencias, mientras que la acción, la agresión, da lugar a una serie de resultados.
Esa matización es importante porque el resultado, es decir la consecuencia o el elemento derivado de una agresión, de un ataque puntual, de un hecho, es algo más delimitado, es más objetivo, está más relacionado de causa-efecto con la agresión y por lo tanto se puede identificar e interpretar más fácilmente. Pero junto a ese resultado objetivo, que aparece como consecuencia de la acción puntual de la agresión, también vamos a encontrar las consecuencias de la violencia: el hecho de estar sometida a esa situación. Y las consecuencias no son tan objetivas en cuanto que aparecen solapadas con otra sintomatología; no se puede establecer una relación de causa-efecto tan directa, porque pueden ser por la violencia, como veremos, pero también pueden ser por otras circunstancias, y eso hace que en lugar de entender e interpretar desde esa perspectiva global lo que es la violencia, a veces se tienda a justificar por causas externas a la violencia.
En cuanto al estudio, por lo tanto, a la consideración de lo que es el resultado y las consecuencias debemos de ser conscientes de que cuando hablamos de resultado (de la consecuencia de una acción puntual de una agresión) vamos a tener una repercusión en el plano físico y una repercusión en plano psíquico. En el plano físico aparecen las lesiones que, muchas veces lo hemos comentado, se caracterizan básicamente por dirigirse a la cabeza y al tronco porque la ropa y el cabello las cubre y por lo tanto la mujer puede hacer vida normal y nadie ve ningún signo de que esta mujer está siendo maltratada. Además, como consecuencia de esas agresiones repetidas, aparecen agresiones en diferente data evolutiva: aparece un hematoma morado, azulado, junto a otro amarillento o verdoso... señal de que va evolucionando en el tiempo, derivado de esa diferente data como consecuencia de las diferentes agresiones que sufre la mujer.
En el plano psíquico aparece la reacción aguda, la fase de schok, de aturdimiento... como consecuencia de ser víctima de una agresión por parte de tu pareja. Eso siempre conlleva un cuadro ansioso bastante marcado, que es el elemento más característico que representa la fase psíquica aguda siempre y cuando estemos cerca del momento de la agresión; cuando nos distanciemos de ese momento el cuadro será más débil, más solapado, habrá otras reacciones que se han producido y por lo tanto no lo veremos tan florido como cuando estamos cerca de la agresión.
Pero, en esa estrategia que desarrolla el agresor para controlar a la mujer, es muy importante que la consecuencia de esa exposición a la violencia se va a producir tanto sobre la mujer como sobre los menores. Es muy importante si queremos hacer una adecuada valoración integral de la violencia de género. Si hablamos de un clima generado por el agresor, si hablamos de un clima frío, de un distanciamiento emocional, de una sensación de amenaza, de control..., ese clima frío lo va a sufrir tanto la mujer que está en esa relación como los menores que están expuestos a la misma temperatura emocional.
Por lo tanto, cuando un menor percibe, oye, ve la situación de violencia generada por el agresor, este menor va a desarrollar una reacción, va a sufrir una serie de alteraciones derivadas precisamente de esa exposición. Ahora lo comentaremos más despacio.
Desde el punto de vista de esas consecuencias sobre la mujer, de esa exposición a la violencia, es importante entender que hay una serie de patologías, de alteraciones que han sido descritas clínicamente (publicadas en la revista Lancet) y que hacen referencia a que muchas patologías teóricamente banales o comunes que puedan estar relacionadas con otros factores también pueden ser consecuencia, o de hecho son consecuencia, de la violencia; situaciones como el dolor crónico de cabeza, de espalda, alteraciones gastrointestinales, alteraciones de la conducta alimenticia, hábitos de bulimia, de anorexia, problemas derivados de infecciones de vías respiratorias altas de repetición... se ha comprobado que en todo ese tipo de alteraciones (que pueden ser, y de hecho son con mucha frecuencia, derivadas de factores completamente distintos a la violencia) hay un doble mecanismo: el estrés crónico por una parte y la disminución de las defensas del sistema inmunitario por otra, y pueden ser consecuencia de la violencia.
Esa situación, por esos dos mecanismos, puede dar lugar a este tipo de patologías y por lo tanto sabemos además que como consecuencia de estas patologías y de la percepción que tienen las propias mujeres de su estado de salud, acuden un 20% más a demanda de atención médica, de atención clínica que las mujeres no maltratadas.
Luego si tenemos esa mayor demanda de asistencia clínica y alteraciones teóricamente, o posiblemente, banales pero que pueden ser consecuencia de la violencia, tenemos una fuente muy propicia para poder detectar la violencia y por tanto para poder utilizar esos datos, esa información, como elemento para poder conseguir alcanzar la valoración integral de la violencia.
Pero además, junto a lo que es el plano físico general, también se ha encontrado que en el aparato genito-urinario se producen patologías con una incidencia también más elevada que el resto de mujeres. Fundamentalmente por esa cosificación de la mujer, por esa consideración de que la mujer es un objeto que el agresor puede utilizar cuando él considere, esa situación da lugar a que aproximadamente en el 40% de los casos en los que hay maltrato también se produzcan agresiones sexuales; es decir, el maltratador agrede sexualmente, mantiene relaciones sexuales forzadas con la mujer porque él la impone, y lo hace de forma que da lugar a enfermedades de transmisión sexual cuando hay promiscuidad; éste es un elemento que utilizan muchos agresores para humillar a la mujer, le dicen “me voy a acostar con otra mujer, me voy a tal sitio, porque tú no me das placer, porque tú no vales ni para la cama...”, ésta es una forma de hundir, de humillar, de denigrar a la mujer y a veces da lugar a una mayor incidencia de enfermedades de transmisión sexual, pero también se produce sangrado vaginal, fibrosis vaginal, dispareunia, infecciones genito-urinarias de repetición, etc.
Luego vemos que tanto en el plano genito-urinario, por ese componente añadido de la agresión sexual, que suele acompañar a la agresión que sufren las mujeres, más la patología derivada de esa exposición a la violencia, pueden ser elementos objetivos para considerar en el juicio diagnóstico a la hora de analizar un posible caso de violencia contra las mujeres.
Y si a eso, que es en el plano físico, le unimos la situación psicológica crónica de la mujer, que Leonor Walker describe como el síndrome de la mujer maltratada, con estas características pero que desde el punto de vista clínico, siguiendo las clasificaciones psiquiátricas, se puede encuadrar dentro de lo que es un cuadro de estrés postraumático... esa situación psicológica, unida a la situación física, puede ayudarnos, puede facilitarnos la adecuada valoración y la puesta en marcha de medidas que vengan a resolver la situación de la mujer y a recuperar el estado de salud perdido como consecuencia de la violencia.
Si además estamos en una en una relación de pareja en la que haya niños o niñas conviviendo, debemos de considerar también las consecuencias de esa exposición a la violencia.
Una niña de unos 6 ó 7 años me decía, de forma muy gráfica (para percibir un poco esa situación de violencia, de miedo, de terror, en la que viven): “mire usted, yo estoy en mi casa con mi madre y estoy muy bien, pero cuando entra mi padre es como si entrara una corriente de aire frío”. Yo creo que no hacen falta más palabras: era la sensación de estar normal y era entrar el padre, oír las llaves, y ya era un aire gélido que congelaba, que hacía que la niña se quedara en su cuarto escondida, que la madre se fuera a la cocina... todo era estar lejos, retiradas de esa fuente de violencia que podía ser el padre en cualquier momento.
Esa exposición a la violencia, además, entre el 40 y el 60% de los casos se acompaña de maltrato físico directo: hay agresiones físicas directas a los niños y a las niñas cuando hay agresión a la mujer. Esa exposición a la violencia además suele ser muy intensa porque en el 90% de los casos los niños están en la misma habitación o justo en la habitación de al lado, con lo cual oyen de manera directa los gritos, los llantos, las amenazas, los insultos, las súplicas de la mujer, ven cómo las golpea...; todo eso produce un impacto emocional muy importante en los menores.
De hecho se sabe que el impacto es diferente en los niños y en las niñas: los niños tienden a reproducir conductas violentas, se identifican más con la conducta del padre, perciben esa sensación de poder por encima del daño que producen, y eso hace que ellos en los juegos, en las relaciones, se busquen niños que puedan controlar, cuando llegan a la adolescencia tienen mayor incidencia de conductas delictivas, de consumo de sustancias tóxicas... eso es una conducta más parecida a, o como consecuencia de la identificación de los niños con el maltratador. Las niñas, por el contrario, se identifican más con la madre; son niñas solitarias, aisladas, apenas tienen relaciones de amistad, son niñas con tendencia a la depresión cuando llegan a la adolescencia... y todo eso hace que vayan interiorizando ese patrón de víctimas, esa victimización o esa sensación de vulnerabilidad que algunas viven incluso desde la primera infancia.
Además se ha visto que la reacción es distinta dependiendo de la edad. Tanto en niños como en niñas cuando tienen más de cierta edad (a partir de los 6-7 años) el impacto es menor porque en primer lugar los padres evitan las agresiones directas en presencia de los niños (se suelen ir a la cocina, se suelen ir al dormitorio, suelen echarlos a su cuarto y entonces llevan a cabo la agresión), y además no necesitan explicaciones externas para entender lo que ha pasado ahí porque ellos saben que el padre está maltratando a la madre.
En el caso de los niños y las niñas más pequeñas (menores de 5-6 años) en primer lugar los padres no se ocultan de ellos para llevar a cabo la agresión (presencian con mucha frecuencia las agresiones directas) y además suelen preguntar qué ha pasado, por qué llora mamá; esas preguntas nunca son contestadas con la respuesta adecuada, sino que le dicen: “pues nada, que estábamos jugando, que estábamos bailando, me ha cogido fuerte, me ha hecho daño...”, o cualquier otro elemento que pueda tratar de hacer minimizar la situación. Y eso les genera un conflicto añadido, porque ellos han percibido esa situación como una situación de violencia; es decir, si son muy pequeños no saben qué es lo que está pasando, pero ellos perciben ese ambiente frío que decía la niña que se producía cuando entraba el padre.
Todas esas alteraciones (lo digo porque me ha enseñado Begoña una noticia del síndrome de alienación parenteral) que están descritas y publicadas no pueden ser interpretadas como consecuencia de una conducta voluntaria de la madre para indisponer a los niños contra los padres. Eso es una barbaridad. En cuanto los niños toman distancia del padre, en cuanto los separan de ese clima de violencia y de terror que genera la violencia (no lo genera la madre con sus comentarios) se indisponen contra la fuente de violencia.
Es verdad que a veces los niños varones pueden tardar más tiempo porque suelen justificar la violencia, pero eso se puede determinar perfectamente con los estudios; pero entender que las alteraciones que puedan tener los niños y la actitud que puedan adoptar los niños y la actitud que puedan tener esos menores frente al padre es consecuencia de una conducta manipulativa de la madre es una barbaridad, porque se niega la evidencia, que es la situación de la exposición a la violencia, y se interpreta una situación que viene a justificar precisamente lo que estamos cuestionando, que es esa minimización de la violencia hacia las mujeres.
Pero el componente que estamos comentando, esa actitud, es lo que siempre hemos dicho que se produce como consecuencia del contexto cultural. Es decir, si no tuviéramos un contexto en el cual se minimizara, se justificara, se entendiera que hay una cierta licitud en actuar de manera violenta contra la mujer, y por tanto hay una conducta coherente con esos valores generales para minimizar, para normalizar la violencia..., si no existiera esa posibilidad, la situación sería totalmente distinta: habría una crítica, habría un rechazo, habría un cuestionamiento de muchas de las actitudes que llevan a cabo los agresores y no sería posible admitir la violencia como una situación normal.
Lo digo porque a veces cuando nos centramos en casos de violencia ya denunciados o ya en instituciones donde abordan la violencia de manera específica, pues podemos tener una distorsión de esa realidad entendiendo que han sido factores relacionados con la violencia los que han tendido a la normalización, etc. Pero es que la situación en la sociedad es grave porque existe esa percepción o concepción de que la violencia de género no tiene importancia.
En un estudio que hicimos en Andalucía, entre otras muchas cosas hicimos preguntas a mujeres que iban a un centro de salud. No eran mujeres con lesiones, no es que tuvieran lesiones que podían ser derivadas de la violencia, sino que eran mujeres que iban a un centro de salud por cualquier motivo, incluso a veces acompañando a algún enfermo. Entre las preguntas que les hicimos se les dijo que describieran cómo consideraban ellas sus relaciones de pareja (malas, muy malas, regulares, buenas, muy buenas) y que si sufrían violencia (no se le decía “usted ha hecho esto pues entonces eso es violencia”; no, no, sino que ellas mismas dijeran si sufrían o no sufrían violencia).
Lo curioso fue que prácticamente el 52% de las mujeres que definían sus relaciones como buenas o muy buenas decían que en sus relaciones sufrían violencia; es decir, que reconociendo que sufrían violencia estaban considerando, conceptualizando su relación de pareja como buena o muy buena. Es decir, la violencia no se ve como parte de la relación, como parte de esa estructura, como parte de esa construcción, sino que la violencia se ve como una tormenta que viene, descarga, se va y vuelve a brillar el sol. Por lo tanto, como se ve como esa agresión, como ese pico, y el pico viene propiciado por un conflicto, y el conflicto por unas circunstancias, al final son las circunstancias las que dan lugar al conflicto y a la violencia. Luego si no hay circunstancias no hay agresión, no hay violencia.
Esa situación es un poco el clima social, la situación social en la que nos encontramos y la que tenemos que combatir, sobre la que tenemos que actuar para acabar con la violencia de género; no sólo con las medidas que se puedan poner desde las instituciones. Porque todo ello, al hablar de cultura, de sociedad, es parte de lo que se denomina una ética patriarcal, que es una organización de los valores, de la conceptualización, del desarrollo de roles en la sociedad según unos criterios. Esa ética patriarcal, esa forma de entender las relaciones dentro de la sociedad, se basa en la jerarquización, en que hay personas que tienen más valor que otras por diferentes circunstancias; como consecuencia de esa jerarquización hay una desigualdad consustancial a la propia concepción de la sociedad y además esa desigualdad y esa jerarquización organiza o genera conflictos que además se resuelven o tienden a acudir al conflicto para resolver los problemas. Y como hay poder cuando hay una situación de problema, en lugar de generarse de una manera consensuada, dialogada si estuviéramos en situación de igualdad, quien tiene el poder lo que hace es imponer en lugar de hablar.
Es decir, se recurre al conflicto para resolver problemas. Esa es la estructura en la que están basados muchos de los valores que existen en la sociedad. Por ejemplo, en nuestra sociedad occidental lo que más vale en cuanto a personas, el elemento más valorado en cuanto a posición, status, etc. sería un varón de raza caucasiana, blanca, de status social elevando, profesión liberal, con muchos ingresos, heterosexual, casado con hijos. Ese status vale muchísimo. Si a ese status que vale muchísimo según la concepción, la estructura que nosotros culturalmente nos hemos creado, le cambiamos elementos, ya vale menos. Si hablamos de hombre, heterosexual, casado, con hijos, muy rico, negro... ya vale un poco menos que el igual con raza caucasiana. Si en vez de ser hombre, blanco, etc., es homosexual, un poquito menos. Y si en vez de hombre ponemos mujer, bastante menos.
Esa concepción desigual de la sociedad es la que da lugar a conflictos, y quien tiene el poder recurre a la violencia para resolver el conflicto; no quiere el diálogo, no quiere el consenso, no quiere hablar porque no lo necesita; se sabe victorioso utilizando su elemento de fuerza que es el poder. Y lo vemos tanto en las relaciones humanas como en las relaciones internacionales; sin ir mas lejos, si recordáis, cuando empezó la guerra de Irak había un debate en la ONU no para evitarla sino para ir todos de la mano a la guerra y no se llegó al acuerdo porque a un país poderoso no le interesa el consenso, no le interesa el diálogo, no le interesa pactar de manera consensuada.
Respecto a la capacidad de premiar y la capacidad de influir. La capacidad de influir va de la mano a lo que es el status distinto, la posición de autoridad y la imposición que va desarrollando progresivamente. El castigo es la violencia por medio directo y la capacidad de premiar es incluso el no castigar. Varias mujeres me han dicho alguna vez: “mi marido es muy bueno, a mí nunca me ha puesto la mano encima”. La bondad del marido es que nunca le han puesto la mano encima, pero luego te dicen: “claro que yo tampoco le he dado motivos; yo he desarrollado mi rol de mujer-esposa-ama de casa perfecta”. Esa sensación de decir “lo he hecho bien porque mi marido no me pega” o “mi marido es bueno porque no me pone la mano encima” es una situación bastante generalizada, porque viene impuesta desde una posición de poder, desde una posición de desigualdad, que es lo que venimos comentando.
Y ese agresor precisamente, como muchas veces hemos dicho, no es una persona patológica, no es una persona enferma; es una persona normal y simpática. Cuando me preguntan cuáles son las características, el perfil del agresor pues yo digo que son muy claras las características; el perfil del agresor es: hombre varón de sexo masculino. No hay un perfil, no hay una conducta, una alteración, un rasgo psicológico que te lleve a maltratar, a ejercer la violencia continuada y sistemática como mecanismo y elemento de control. No existe esa patología. Pueden existir elementos, rasgos, o trastornos o enfermedades de la personalidad o mentales que puedan favorecer la respuesta impulsiva, la dificultad para el autocontrol, etc., pero el ejercicio sistemático, continuado y mantenido de la violencia para obtener beneficios no deriva de una patología sino que deriva de una voluntad, y esa voluntad es la que desarrolla el agresor cuando quiere conseguir esos objetivos basándose en la violencia.
Por eso es muy importante, a la hora de plantear los estudios con el agresor o la aproximación para estudios del agresor, que el elemento fundamental de cara a los casos que llegan al juzgado deba ser la peligrosidad; la peligrosidad entendida como capacidad criminogénica o probabilidad de nueva agresión cuando se ha producido una actuación delictiva. No estamos hablando de peligrosidad social ni mucho menos sino de peligrosidad criminal cuando previamente se ha producido algún tipo de agresión o delito, en este caso de violencia contra las mujeres.
Y la peligrosidad y la probabilidad (siempre será una probabilidad, nunca será una certeza, por tanto podemos equivocarnos pero la ciencia hoy por hoy llega hasta ese elemento de probabilidad) va a depender de una serie de características psicológicas importantes (la nocividad, la intimidabilidad, la adaptación social) que van a estar relacionadas con la personalidad del agresor; la personalidad es un elemento clave para entender esta peligrosidad, y eso habrá que estudiarlo y luego ponerlo en relación con unos factores contextuales que son muy importantes porque precipitan más la peligrosidad o la probabilidad de que vuelva a agredir que la propia personalidad; porque esos elementos en este contexto cultural, cuando vemos que existe un maltrato anterior, cuando además se produce la separación de la pareja (es un momento de máximo riesgo) si esa separación de la pareja coincide con una nueva relación sentimental por parte de la mujer, si además la mujer o el agresor hace referencia a consecuencias jurídicas o a un posible suicidio, son elementos todos que nos indican que el agresor está preparando, está considerando la posibilidad de llevar a cabo una nueva agresión o incluso del homicidio. Por lo tanto, si nosotros consideramos los elementos de personalidad psicológicos junto a los factores contextuales podemos establecer la peligrosidad de ese individuo y por tanto facilitar que se puedan adoptar medidas desde el punto de vista judicial de protección e incluso de restricción de libertad para el agresor en determinadas circunstancias.
Y precisamente si analizamos la conducta, las características del agresor en los homicidios ocurridos durante estos últimos cuatro años, vemos que no hay un elemento común o característico que se mantenga a lo largo del tiempo, sino que precisamente en este último año (2004) vemos cómo ha aumentado de manera muy significativa el número de agresores (incluidos los agresores que han matado a su mujer) por debajo de los 25 años, también ha aumentado el número mayores de 65 años y ha aumentado un poco los de 25-44 años. Es decir no hay un patrón, ni siquiera por edad (que sería el elemento más objetivo para diferenciar conductas, actitudes, valores, roles, ideas que han sido interiorizadas según unos patrones culturales distintos, según la época...)
Vemos que no hay ni siquiera un elemento homogéneo, común, en la edad del agresor a la hora de llevar a cabo los homicidios: lo mismo mata un adolescente de 16-17 años o un hombre de 18 años que un hombre de 70 años. Lo mismo cuando el conflicto es el mismo, cuando se produce un conflicto entre su posición de poder y la libertad de la mujer; cuando se produce ese momento, generalmente con la separación, es cuando el agresor lleva a cabo la última agresión, que puede ser la agresión mortal. Y estamos hablando de circunstancias muy distintas; insisto, han aumento incluso los casos de 70-80 años el agresor y los que tienen menos de 25 años: circunstancias socioculturales totalmente distintas y cuando el conflicto es el mismo actúan de la misma manera. ¿Por qué? Porque los valores, esa ética patriarcal, esos valores que siguen manteniéndose continúan siendo iguales, apenas se han modificado en sus raíces aunque a veces en la parte más superficial aparecen de diferente manera según el momento histórico que venimos comentando pero en su raíz siguen siendo similares.
En cuanto a las características de algunos homicidios, vemos que se ha producido una disminución de los casos de los fallecimientos en los domicilios. Eso viene siendo coherente con lo que venimos diciendo desde hace muchísimos años: los agresores llevan a cabo este tipo de homicidios en lugares públicos; cuando se produce la separación y quieren matar a la mujer la esperan a la puerta de la casa, a la puerta del trabajo, a la puerta de la guardería, a la puerta del colegio y la matan en la calle, y luego se entregan porque como es un crimen por autojustificación o moral no se esconden, sino que se entregan y actúan de manera impune ante la vista de muchos testigos, etc. Luego el hecho de que vayan disminuyendo en esas circunstancias nos está diciendo “cuidado con las órdenes de protección si no tomamos otras medidas” porque el que está dispuesto a matar a su mujer no le importa quebrar una orden de protección, por ejemplo.
Hay que analizar los casos de manera más individualizada para adoptar medidas más individuales también de cara a la protección efectiva de las mujeres y evitar el número de casos. También es significativo que el porcentaje de mujeres que ha fallecido habiendo puesto una denuncia previa sigue estando alrededor del 20-22% en este último año; es decir que a pesar de haber denunciado que estaba siendo víctima de malos tratos y que en muchos casos posiblemente haya sido amenazada de muerte, pues de alguna manera no hemos sido capaces de responder proporcionalmente a esa situación y a pesar de ello han sido asesinadas.
Para ir finalizando, simplemente mencionar un elemento que yo creo que es muy importante de cara a lo que se apuntaba en la presentación: la implicación de la sociedad. A pesar de todo esto y de que no estamos hablando de una situación nueva, sino que llevamos ya bastantes años hablando de violencia de género y profundizando en su conocimiento, la respuesta social sigue siendo mínima. Esta respuesta sigue siendo mínima porque por ejemplo en los estudios que hace el CIS (el barómetro que hace mensualmente el Centro de Investigaciones Sociológicas) hay una pregunta que se hace sistemáticamente a la sociedad: se le pregunta a los hombres y mujeres aquí en España cuáles son los problemas que consideran más graves.
Los dos primeros siempre son paro y terrorismo; la violencia contra la mujer apareció por primera vez en mayo del 2001 y es considerado como un problema grave sólo para el 2,7-3% de la población (el porcentaje más alto se alcanza en marzo con un 5,1%, pero la media está alrededor del 3%). Es decir, sólo para el 3% de la población española esta violencia que venimos describiendo, con todo su significado y no sólo con el resultado, es un problema grave. Y yo estoy seguro de que si se le pide al CIS que haga una separación por género (de momento no lo ha hecho) el 3% son prácticamente mujeres, igual que hoy aquí estamos prácticamente mujeres (si no físicamente, sí psicológicamente) porque sigue siendo considerado como un problema de las mujeres y que como le afecta a ellas pues que sean ellas las que pongan las medidas en marcha ¿no?
Esa situación de falta de respuesta o simplemente de sensibilización (porque no se les pregunta “¿y usted qué hace para combatir...?”, sino simplemente “¿usted considera que esto es grave?”) sobre el problema ya es muy significativa porque, además, si comparamos esa evolución del porcentaje medio de población que considera que es un problema grave con la media de homicidios que se producen en cada uno de los meses durante estos 5 últimos años vemos que no hay una relación directa entre los meses en los que la media es más alta y el porcentaje de sensibilización o de respuesta en ese sentido. De hecho si lo comparamos por años en lugar de mensualmente, vemos que el porcentaje medio anual se ha mantenido prácticamente estable hasta este último año mientras que el número de homicidios ha ido aumentando de manera muy significativa; a pesar de haber aumentado el número de homicidios, apenas se ha modificado el porcentaje de población que considera que es un problema grave.
Se está viendo que todos estos homicidios han aparecido en la prensa, y muchos de ellos a veces con un tratamiento profundo incluso en televisión. Pues a pesar de estar viendo que la violencia contra las mujeres es un problema más grave cada año (no voy a decir en términos generales si es grave o no, que cada uno piense lo que quiera), el porcentaje medio de población no se ha modificado prácticamente durante este tiempo Es verdad, y ahí está la parte positiva, que en este último año ese porcentaje ha aumentado; esto es señal de que ha habido un avance.
Yo creo que éste es el elemento más esperanzador que encontramos en el momento actual; junto al desarrollo de una legislación específica como la Ley Integral, de medidas y la organización de recursos, la coordinación de los recursos y la implicación de muchos sectores fundamentalmente por medio de las asociaciones de mujeres, también hemos tenido una respuesta positiva en cuanto a la sociedad: el porcentaje de personas que consideran que esto es un problema grave. Pero es muy importante que continuemos trabajando, como bien se ha dicho también al principio, en lo que cada uno puede hacer porque, si os dais cuenta, los dos picos más altos aparecen en marzo y alrededor de octubre-noviembre, que son precisamente las dos fechas que generan mayor número de jornadas, de campañas publicitarias, de campañas institucionales sobre la violencia contra las mujeres.
Cuando hay un conocimiento de la realidad de la violencia, la gente, la ciudadanía, la sociedad se posiciona contra la violencia contra las mujeres. Si no hay un conocimiento, si solamente vemos el resultado objetivo de la violencia por medio de un caso, lo que nos encontramos es que hay un rechazo a ese caso; hay un rechazo a lo que es la situación de violencia, pero el rechazo no es posicionamiento crítico y lo que necesitamos es un posicionamiento crítico basado en el conocimiento, ya que el rechazo (que es más emocional, más afectivo) no es suficiente para acabar con la violencia.
Además (como recogen los estudios del CIS y de Europa) la inmensa mayoría de la población conoce la violencia a través de los medios de comunicación, fundamentalmente a través de la televisión, y sabemos cómo se trata esa justificación que se hace a veces de la violencia de género cuando rápidamente se habla de alcohol, de cocaína, de ataque de celos, de crimen pasional..., siempre junto a la noticia surge la justificación. Por lo tanto necesitamos ese posicionamiento crítico basado en el conocimiento de la realidad para que consigamos no sólo combatir los casos que se denuncian, los casos que se conocen, sino los elementos, los valores que existen en la sociedad para acabar de una vez por todas con la violencia de género, lo cual conlleva acabar con la desigualdad.