miércoles, septiembre 24, 2008

POR QUE LAS MATAN??? por Andrés Montero Gómez

POR QUE LOS AGRESORES MATAN A SUS VICTIMAS????

A tenor del diagnóstico que hace el Observatorio Estatal de Violencia de Género, las muertes de mujeres por sus parejas masculinas ascienden progresivamente desde principios de esta década, con una mínima reducción en 2005 que inmediatamente repunta al año siguiente. Tal vez el efecto de exigua amortiguación de los femicidios en 2005 tenga relación con la entrada en vigor ese año de la Ley Integral sobre Violencia de Género, considerando además que el pico máximo de las muertes desde entonces hasta la actualidad permanece por debajo de las cifras de la primera parte de la década (de hecho, representa un 11% menos). Lo positivo es que cada mujer menos que muere es una vida que se salva, pero lo negativo continúa siendo que se producen los asesinatos. 
Quien asesina no es extranjero o nacional, sino hombre. Quien muere, mujer.
Los femicidios son crímenes por convicción, igual que lo es el terrorismo. 

El asesino tiene la convicción de que es necesario matar. Es difícil de aceptar, pero quizás más de comprender y sobre todo de interiorizar para muchas personas, que la violencia hacia las mujeres tenga relación con el género, es decir, que maten a mujeres por el hecho de serlo. Por ello se ha denominado violencia de género a este tipo de violencia, entendiendo el género, según las ciencias sociales, como la construcción mental que asigna funciones y roles personales e interpersonales diferenciados en función del sexo. Pues bien, es contraintuitivo para muchas personas entender que un hombre, que muchos hombres, asesinen a mujeres simplemente por el hecho de ser mujeres. Cuando muchos ciudadanos reflexionan sobre el argumento de que las mujeres asesinadas anualmente en violencia de género lo han sido por su condición de mujer, no acaban de asimilarlo, no acaban de creérselo. Esta incredulidad tiene dos orígenes. El primero, la socialización de género que todos y todas hemos recibido. El segundo, que cuando pensamos en los agresores de mujeres y nos los intentamos imaginar pensando en matar a la mujer por el hecho de ser mujer, estamos errando en la atribución del pensamiento, les estamos atribuyendo un pensamiento equivocado, porque efectivamente no piensan en matarlas por el hecho de ser mujeres.
¿Qué significa esto? ¿Estamos diciendo que las matan por el hecho de ser mujeres pero que el asesino ni siquiera ha reflexionado sobre ello cuando comete el crimen? De hecho, es justamente así. La explicación es relativamente sencilla, pero hay que estar abierto a entenderla. La violencia de género es un crimen por convicción. El agresor aplica la violencia para mantener el comportamiento de la mujer dentro de unos parámetros que responden, exclusivamente, a la voluntad del hombre. De esta manera, el agresor está convencido de su legitimación para utilizar la violencia con el fin de lograr que la mujer se comporte conforme a un orden determinado. En eso, los agresores de mujeres no se diferencian de ninguno de los dictadores totalitarios que han asolado la historia de la Humanidad. 

El agresor de género es un dictador que impone su voluntad por medio de violencia en el marco interpersonal de una relación de pareja. Hasta aquí, siguiendo el argumento, todavía no hemos mencionado el componente de género, es decir, ese constructo, definido por la socialización, que asigna roles sociales y personales diferenciados a los individuos en función del sexo.
Pues bien, antes de seguir, debemos llegar a un acuerdo. Tenemos que acordar que la sociedad, tal como la hemos construido, está sustentada en códigos de dominancia masculina sobre la subordinación femenina. No creo que sea difícil, con los matices que sean necesarios, aceptar por la mayoría de la población que, efectivamente, la desigualdad entre hombres y mujeres, descompensada hacia la preponderancia de lo masculino, ha sido la regla dominante sobre la que hemos construido nuestra sociedad. A medida que el progreso ha ido avanzando, nos hemos ido liberando de discriminaciones y esclavitudes. 

La revolución francesa puso de manifiesto el fin de las esclavitudes de clase, la americana el fin de las esclavitudes de raza y la feminista el fin de la esclavitud de género. Ahora tenemos otras esclavitudes más globales, como la económica, la geoestratégica, pero las democracias han declarado abolidas legalmente aquellas otras tradicionales. Sin embargo, por muy legalmente que se hayan subvertido ciertas esclavitudes, los códigos sociales continúan transmitiéndose de generación a generación.
La igualdad de ley existe, pero todavía tenemos techos, de cristal o de hormigón, que obstaculizan la equidad de acceso y representación entre hombres y mujeres. Esos techos están construidos con nuestros prejuicios, con nuestros modelos mentales, con nuestras formas de entender el mundo. Y estos productos mentales continúan heredándose. 

La familia es donde se practica la primera y más fuerte socialización. Afortunadamente, la transmisión de códigos de géneros es paulatinamente menos marcada en dominancia masculina en la sociedad de hoy, pero la decadencia del modelo hegemónico de masculinidad es lenta, costará muchas décadas y desigualdades todavía y, ante todo, exige que todos y todas lo tengamos claro, claro que existe y claro que queremos cambiarlo.
La definición de cada rol de género está basada en el modelo sociológico dominante. Ese modelo, de momento y aunque más debilitado, continúa siendo el masculino. El rol que asigna el modelo a los hombres en función de su sexo es dominar y a las mujeres, ser dominadas. Eso es así a grandes rasgos, sin entrar en tonalidades. Si estamos de acuerdo en que la sociedad continúa construyéndose en masculino pero que hay una revolución constante y sostenida hacia la igualdad de género, podremos continuar con el razonamiento que subyace a la violencia de género.
Hay hombres, los agresores de mujeres, que socializados como los demás en el código masculino dominante, entienden que su pareja tiene no sólo que comportarse de una manera determinada, sino que ’ser’ de una manera muy determinada. 

La violencia de género es el instrumento del agresor para anular la personalidad de la mujer y conformar un nuevo ser, una nueva identidad, sometida y subordinada a los deseos de ese hombre concreto. En la medida en que la mujer opina, siente, razona, se conduce, se comporta, se expresa o se emociona desviándose del patrón de personalidad que el agresor considera debe ser el adecuado para ’su mujer’, el hombre utilizará la violencia. Unos agresores harán uso intensivo de la violencia psicológica, otros la combinarán con violencia física y sexual, pero todos los que la ejercen lo harán con el objetivo de ’reconducir’ la personalidad e identidad de la mujer hacia parámetros de conveniencia masculina. El hombre, en un marco de violencia de género, es el tirano que se cree con legitimidad para someter a la mujer. ¿De dónde procede esa legitimidad? Es autoconcedida, desde luego, pero además ese hombre agresor la entiende conferida por la sociedad, que hace décadas de forma explícita y en la actualidad más tácitamente le ha educado en la convicción de que, en cierto modo, tiene derecho a imponerse a ’su’ mujer, a exigir que ella se comporte como ’debe’ hacerlo una mujer.
Al final, pues, el hombre agresor no ejerce su violencia hacia la mujer en la conciencia literal de que lo hace porque ella es una mujer, sino en la convicción de que tiene derecho a someterla, a corregirla como persona, porque tiene superioridad moral sobre ella. Tal vez, si nos imaginamos la configuración de ese derecho tradicional y hegemónico en la mente del agresor, estaremos en mejores condiciones de entender la secuencia de violencia que conduce al asesinato.
El asesinato de la mujer en violencia de género representa el fracaso del agresor para someterla. En realidad y paradójicamente el agresor no desearía llegar al asesinato, no querría, sino que, en función del código moral que ha establecido para respaldar su conducta autolegitimada de violencia, se ve obligado a llegar a esa solución final. La realidad de muchas mujeres es mucho más trágica y dura de lo que incluso imaginamos. Lo que prefería el violento sería continuar ejerciendo su tiranía y tortura sobre la mujer durante toda la vida. 

El agresor llega hasta el asesinato porque la mujer quiere ser libre, tener la libertad que nos hemos dado en las imperfectas democracias tras innumerables sacrificios y revoluciones. Así, más del 80% de las muertes en violencia de género se producen en el contexto de una eventual ruptura de la pareja a instancias de una mujer, una esclava, que quiere romper sus ligaduras y reencontrarse con su identidad arrebatada. 
Por eso las matan.


http://nomequierastanto.blogspot.com.es/2008/10/no-debi-matarla-pero-por-pablo-ordaz.html 
http://nomequierastanto.blogspot.com.es/2011/12/como-piensan-los-maltratadores.html


domingo, septiembre 21, 2008

EL SUICIDIO MACHISTA, Andrés Montero Gómez

EL SUICIDIO MACHISTA

El otoño es la estación estrella para los juzgados de familia. Después de un verano en el que esposos y esposas están expuestos a sí mismos, en el que se percatan de que llevan todo un año, toda una vida junto a la persona equivocada, se suceden las demandas de divorcio. 

El otoño trae la caída de muchas parejas de hoja caduca. 
Algunas de estas separaciones son decisiones de una mujer que ha conseguido poner fin a la violencia que sobre ella ejercía un hombre. Otras son parejas fallidas. Los asesinos de mujeres están tan activos en verano como en el resto del año. Pueden quitarle la vida a una mujer en cualquier momento, tras haberla sometido varios años a tortura. A veces, después de un intenso proceso de dolor, de aislamiento, de profunda desorientación y vergüenza, una mujer encuentra una salida. 
No es necesariamente una cuestión de valor. Todas ellas tienen valor, las que escapan del alcance de un torturador y aquéllas que son despojadas de la vida por un asesino. La violencia produce, entre sus efectos perversos, una alteración traumática en los procesos de extracción de juicios y toma de decisiones en las personas expuestas a ella, sobre todo entre quienes han sido víctimas de una violencia sistemática. 
Las mujeres agredidas por hombres son sistemáticamente sometidas a violencia durante muchos años. Quienes, de entre ellas, consiguen iluminar una salida a la tortura lo hacen sumando el valor que tienen todas ellas a un instante de lucidez. 
Esa iluminación es el resultado de percibir que la salida es posible. Y esta percepción, el corolario de una combinación de factores que es única para cada mujer. A veces es observar que tus hijos están más en peligro de lo que ya lo han venido estando ante el torturador; en otras ocasiones, el desencadenante es una conversación con alguien que no te autoculpabiliza ni te hace sentir pequeña.
Algunos asesinos, tras dar muerte a una mujer, intentan el suicidio o lo consuman. El suicidio de un agresor machista es interpretado, en ciertas ocasiones, como el acto extremo al que el victimario recurre para evitar la sanción social después de haber cometido un asesinato. 
Casi siempre discrepo de este análisis para casos particulares, pero desde luego es erróneo como planteamiento general para explicar la conducta suicida de los agresores machistas.Si tuviera que establecer una hipótesis sobre por qué algunos agresores se suicidan tras asesinar a una mujer, me basaría en lo que sustenta la violencia machista: la dominación. 
Casi todos los agresores matan a la mujer después de que ella haya decidido abandonarles. Es la pérdida de control lo que precipita el asesinato, y también el suicidio posterior. En violencias sistemáticas, el agresor machista ha construido su universo vital prácticamente alrededor de la dominación traumática de una mujer. Cuando es prolongado, el sometimiento de otro ser humano acaba convirtiéndose en el centro de la vida del agresor, es el referente que le otorga significado primordial a su existencia. Cuando desaparece ese centro, la vida pierde sentido para el torturador.
A quien le parezca ’demasiado’ esta explicación, que piense si no es demasiado humillar, insultar, coaccionar, aterrorizar y golpear a la mujer a la que aparentemente ’amas’. Y hacerlo durante años, convencido además el agresor de que la violencia que ejerce está perfectamente aplicada, porque se cree legitimado para someter y dominar a una mujer, a ’su’ mujer. 
El común de los agresores no tiene demasiado reparo por la sanción social. Consideran que la sociedad les va a recriminar su conducta porque no les comprende, que la violencia es algo que han tenido que utilizar como necesario en una relación íntima que desde fuera no va a ser adecuadamente entendida. El agresor sistemático de una mujer está convencido de que está haciendo lo correcto. No teme especialmente el juicio social, y no tanto la cárcel, como para suicidarse.
Si tuviéramos que plantearlo en general, el agresor de mujeres se suicida porque su vida ha dejado de tener sentido. El sentido de la vida de estos agresores era dominar a una mujer, hacerlo día a día. La ideología de dominación que origina y mantiene la violencia machista hacia la mujer también explica el suicidio de los agresores. Asesinan por machismo y se suicidan por él. 
No se sorprendan, Hitler también se suicidó ante la pérdida de su mundo de totalitarismo fanático, no porque pensara que estaba equivocado o temiera ningún juicio. 
El suicidio machista es una expresión mas de la violencia hacia la mujer.

Andrés Montero Gómez

                                                                                                    VER MAS

lunes, septiembre 15, 2008

* EL MALTRATADOR, Bernabé Tierno


"Sabemos que las personas maltratadoras y violentas no sólo pueden haber sido niños maltratados, sino que han aprendido en el propio hogar esas conductas. No hay persona violenta que no aspire a ejercer un estricto control y poder casi absolutos sobre su pareja, igual que no hay maltratador físico o psíquico que admita que lo es. Todos se consideran personas completamente normales y dicen que es el otro (o la otra) quien les controla la vida. El dominio que ejerce el violento no se limita a lo que hace o deja de hacer su pareja, sino que necesita controlar hasta los pensamientos y sentimientos más íntimos, porque no ven a la otra como persona, sino como cosa, algo que le pertenece y de quien tiene que saberlo todo, fiscalizarlo todo y tenerlo bajo control.Las personas violentas, que suelen tener una baja autoestima y sentirse fracasados, no saben pactar, escuchar ni llegar a acuerdos, y a menudo emplean el chantaje o la amenaza para lograr lo que pretenden.La reacción del violento al verse abandonado, sobre todo en el caso del hombre, es tremenda. Cuando es la mujer la que pretende poner fin a una relación, lo vive como una catástrofe emocional y un fracaso personal. Primero, trata de retenerla por la fuerza. Si no lo consigue, recurre a la compasión y al chantaje, amagando con suicidarse o con llevársela por delante, una amenaza que puede hacerse real en cualquier momento. El aislamiento emocional es otra característica del maltratador, que lo único que expresa con facilidad es su cólera, pero no siempre a las claras, sino con una violencia disimulada, con miradas y gestos amenazadores que sólo recibe la víctima, abrumada, enmudecida y atemorizada.En síntesis, todo maltratador es un ser violento con severos problemas de autoestima que compensa sometiendo y humillando a quien considera que es más débil que él.

Bernabé Tierno "El Semanal. nº 931, pag. 67.                                                                                                                    

viernes, septiembre 12, 2008

* LAS PALABRAS DEL PERVERSO. Dra. Marie France Hirigoyen

LAS PALABRAS DEL PERVERSO

Las palabras del perverso no tienen ninguna importancia, lo que importa es lo que se transmite mediante estas palabras. Lo que importa es el mensaje que conllevan, los sobreentendidos. Incluso cuando la violencia es más fuerte, el tono del agresor perverso no aumenta, no alza la voz. Existe un disfrute en provocar en el otro reacciones de nervios. Y cuando la víctima reacciona, por ejemplo, alzando la voz, la víctima es la que queda como el origen del problema. Y si hay testigos, le dice a los testigos: "mira, esta persona es una histérica que monta unas historias, unos escándalos, es una persona agresiva que siempre está gritando".
Es decir, que todas las defensas de la víctima se vuelven en su contra. Los mensajes de los perversos son ambiguos e imprecisos deliberadamente. Mantienen expresamente la confusión, de forma de poder decir luego que ellos no hacen nada, si se les reprocha lo que les dicen. Como su discurso es impreciso, luego dicen "yo no he dicho esto" o "lo has entendido mal". Pero de hecho transmiten sus mensajes mediante alusiones, mediante sobreentendidos, sin comprometerse.

viernes, septiembre 05, 2008

LA COMUNICACION PARADOJICA

Denominado tambien discurso paradójico es una forma perversa de comunicación que consiste en decir simultáneamente una cosa y al mismo tiempo, lo contrario; éste es el mecanismo de base. 
Mediante esta técnica, consigue una doble coacción: permite a nivel verbal decir una cosa, y a nivel no verbal  expresar lo contrario. Se compone por tanto  de un mensaje explícito y de un mensaje sobreentendido. El agresor niega la existencia del segundo al tiempo que sume a la pareja en la confusión, en la inestabilidad y en la perplejidad más absoluta por supuesto para beneficio propio. Es  una de las maneras más eficaces  de desestabilizar a alguien. 
Cabe aclarar aquí que el discurso paradójico, así como otras las técnicas perversas, no son el atributo exclusivo de estos sujetos ya que puede ser utilizado por personas equilibradas. Lo que distingue  a los perversos del resto de personas es que es el único modo de comunicación que conocen y practican.
Al bloquear la comunicación mediante mensajes paradójicos y contradictorios, el perverso narcisista consigue que su víctima no entienda su propia situación y logra impedir que ésta pueda dar respuestas adecuadas, quien además,  se agota buscando soluciones, las cuales son de todas formas inoportuna y, sea cual fuere su resistencia, es incapaz de evitar la angustia o la depresión.

Los testigos sólo oyen un cumplido, pero la víctima descodifica la amenaza.


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