sábado, diciembre 05, 2009

MICROMACHISMOS por Luís Bonino

¿Qué pensamos cuando vemos a ese varón que se dice “progre”, eludir o esquivar con justificaciones su quehacer en el hogar? ¿Y de ese “tío majo”, que dice que puede hacer pocas cosas en casa porque llega tarde y cansado del trabajo, pero que tiene tiempo para sentarse dos horas frente al ordenador? ¿Y cuando escuchamos al que dice que es muy compañero porque “ayuda” en todo a su pareja?. O ¿qué sentimos ante el que, cuando su pareja le reclama algo justo, se queja del “estilo” que ella emplea descalificando así dicho reclamo ?. Y ¿qué opinamos del que comenta que él no es machista porque disfruta bañando, preparándole la comida y jugando con su niña?. O, de ese otro que se dice de izquierdas pero se enfada silenciosamente si su pareja le pide consejo y luego ella hace algo diferente a lo aconsejado?.

Si somos varones progresistas, es probable que algunos pensemos que más de uno de esos ejemplos nos muestran actitudes un poco machistas, pero que no tienen demasiada importancia. Otros disculparíamos a los varones que tienen esas actitudes, porque aunque no sean correctas son trazas del machismo “que uno no puede sacarse de encima de repente”. Si somos bastante autocríticos, puede ser que tengamos un cierto cargo de conciencia al vernos reflejados, aunque inmediatamente podríamos decir que no permiten ver las cosas buenas que sí hacemos los varones. Si fuéramos conservadores, probablemente ni tomáramos en cuenta la propuesta de reflexionar sobre lo que los varones hacen, ya hartos de los cuestionamientos de las mujeres a nuestro modo de ser.

Este artículo está dedicado especialmente a los varones que están intentando revisar, rebelarse y denunciar los códigos machistas en los que fueron entrenados y que se están esforzando para lograr igualdad con las mujeres. Pretende ser un llamado a seguir profundizando en la reflexión y autocrítica sobre los propios comportamientos, aplaudiendo los propios logros en el camino hacia la igualdad, pero sin olvidar que queda aún mucho por recorrer. Es un aporte realizado desde la convicción que los varones no debemos anclarnos en lo ya conseguido ni sobrevalorarlo, que junto a nuestros deseos de cambio también hay resistencias, que la autocomplacencia es mala consejera, que es necesario ver los no-cambios que existen dentro del proceso de cambio. Y que la igualdad real solo es posible si los varones detectamos y desactivamos todos los obstáculos y resistencias –grandes y pequeños, propios y sociales, cotidianos o no- que se oponen a ella.

Micromachismos: el poder masculino en la pareja moderna

Luis Bonino: Psicoterapeuta y Director del Centro de Estudios de la Condición Masculina de Madrid.

martes, noviembre 17, 2009

VÍCTIMAS VIOLENCIA GÉNERO



Por Eva, compañera del alma en estos avatares,
por Trini, y por la angustia vivida aquella tarde
Por Vane, por Bea y por todas las más jóvenes…..
Por Pepa L. enigmática y nunca entendida pero muy víctima.....
por Mati V. y Mati F.
por Cova, con muchas ganas de abrazarla....
Por Ana Bella o la fuerza por la supervivencia,
por Angeles y Emilia,
por ti tambien, Blanca,
por Ceci y por su hija Fabiola,
por Manuela N. y sus hijas,
por E.T. con admiración y respeto
por la Lola quien a pesar de sus locuras, es otra víctima,
por Antoñita deseándole pronta recuperación
por M Carmen S.
por la Mari,
por Juani P.
por Julia, amiga desde siempre,
por Milagritos, Inma, Rosa Mª y Mª Victoria,
por Mirian........

y por la memoria de María Teresa, Francisca y Juani (q.e.p.d.)
por todas ellas, mi promesa de mantenerme en este frente que tambien es el mío.

miércoles, octubre 14, 2009

LAS FALSAS DENUNCIAS FALSAS


 LAS FALSAS DENUNCIAS FALSAS.

Hace tiempo quería pronunciarme sobre este tema, pero ya hoy no tengo excusas. Vemos como cada día surgen rumores, comentarios, escritos, webs, etc. etc., acerca de las supuestas miles denuncias falsas que en relación con la violencia de género asolan y confunden a jueces y fiscales. Hay quienes en un arrebato de machismo se atreve a asegurar que más de la mitad de las denuncias son falsas y que todo esto de los malos tratos es pura invención de las feministas radicales.
Este bulo -dañino donde los haya- cuestiona la realidad social de la violencia de género porque es un ataque frontal y despiadado a la declaración de cualquier mujer víctima. Pero de paso, es también un ataque a todo el aparato judicial vinculado a este delito porque se cuestionan a jueces y fiscales y pretenden además desmontar el contenido de las sentencias judiciales. Y por si fuera poco es también un ataque a la profesión médica que dicta parte de lesiones y hasta la intervención policial porque al hablar de denuncias falsas, se cuestiona la labor oficial de estos colectivos. Estas afirmaciones, que como digo, circulan por la red o por la calle, de boca en boca, como si fuera la cosa mas natural del mundo, hace mucho daño a la lucha que mantiene la sociedad y las instituciones por erradicar una violencia que cada año deja un reguero de víctimas mortales y muchas miles de otras víctimas, mujeres y menores psicológicamente destrozados, muchos de los cuales, jamás podrán recuperarse. Sin embargo, hablar de denuncias falsas es socialmente aceptado, es rentable porque se ha convertido en un refugio de maltratadores en una estupenda excusa para una sociedad que por mucho que se maquille de progresista, sigue oliendo a machismo del peor.
Que muchas causas queden sobreseídas, archivadas o a falta de una sentencia condenatoria no se puede “confundir” ni “contabilizar” como falsa denuncia. Debido a que los casos de violencia machista suceden en el ámbito de lo privado y son a veces difíciles de demostrar es un hecho que no solo perjudica al hombre que tiene dificultad para demostrar su inocencia, también perjudica a la mujer que frecuentemente no tiene como demostrar no un mal trato, sino toda una vida llena de malos tratos.
Porque resulta que aquellos que piden igualdad en la elaboración y aplicación de la Ley suelen ser los mismos que se aferran extraordinariamente a una cotidiana desigualdad de los dos géneros, naturalmente porque se ve favorecido.

Pues bien, en el día de ayer, 13 de octubre, El Consejo General del Poder Judicial se ha pronunciado al respecto, lanzando un informe (se puede encontrar en cualquier buscador), producto de un estudio que encabeza diciendo “Se rompe el mito de las supuestas denuncias falsas por violencia de género”. Solo 1 de las 530 resoluciones estudiadas podría encuadrarse como denuncia falsa…….”

*Cuestionar acerca de la veracidad de las denuncias por violencia de género es una nueva forma de maltrato y ejercer de víctima es otra de las manifestaciones del maltratador*



                                     

lunes, octubre 12, 2009

VIOLENCIAS CONYUGALES

Cuando decidimos vivir en pareja, soñamos con el amor, el placer, hijos, proyectos, ayuda mutua, seguridad; en resumen, una existencia mejor.
Para que la pareja armonice sus deseos, angustias y cóleras, los gestos y las palabras, se deben controlar perfectamente, lo que no sucede en todas las familias. En cualquier cultura casi siempre lo hacen imposible, en tanto que las violencias físicas, sexuales y verbales no están reguladas del mismo modo según de que cultura se trate.
En Occidente, en la Edad Media el concepto de persona tenía poco significado, ya que solo contaban la supervivencia y el orden social. Uno de cada dos niños moría durante la primera infancia, la esperanza de vida de las mujeres no superaba los treinta y seis años y, en aquella época, casi todos los hombres que se morían mas tarde habían sufrido numerosas fracturas. En un contacto técnico como ese, en el que la violencia era cotidiana, ni se podía plantear el concepto de maltrato, ya que no tenia relevancia alguna, era normal y adaptativo.
La condición masculina era de una violencia extrema entre las guerras insensatez, los bandidos que entraban en las casas e impedían los desplazamientos, la hambruna, las frecuente epidemias y, sobre todo, unas condiciones de trabajo en las que el cuerpo, que era la única herramienta, dolía en cuanto se hacían los primeros esfuerzos musculares.
En este contexto cultural, la condición femenina era aún mas dura, ya que el vientre de las mujeres tenía la única función social de traer el máximo número posible de hijos al mundo, sus brazos estaban al servicio de los demás y su persona tenía aún menos valor que la de los hombres.
Esas violencias adaptativas se vieron mitigadas por el cristianismo medieval que dio a las mujeres la posibilidad de elegir a su cónyuge, y por las revoluciones tecnológicas, pues cada descubrimiento, al relativizar su función de herramienta domestica, liberaba la aptitud de las mujeres para verse como personas.
Dicha evolución tecnológica y cultural tomó fuerza a mediados del siglo XX, cuando el dominio de la naturaleza y los progresos relacionales descalificaron la violencia, ya que le hicieron perder su función adaptativa y subrayaron su efecto destructor.
Así pues, el hecho de no tolerar mas la violencia y considerarla un fenómeno patológico es también la prueba de nuestros avances. Quienes hoy en día son violentos sufren una dificultad de desarrollo que les vuelve incapaces de adaptarse a nuestra nueva cultura. Infligen a las mujeres víctimas de la violencia física, sexual y relacional un sufrimiento traumático que les convierte en agresores.
Pero las estadísticas son alarmantes. Las cifras dependen en un grado sorprendente de la definición que se de a la palabra “violencia”. Si se considera que un hombre es violento cuando “hace observaciones" ¡sobre tu manera de vestir o de peinarte!... cuando te preguntan de donde vienes… cuando se niega a conversar contigo…”, obtenemos un 10% de violencias conyugales. No obstante, hay violencias indiscutibles: cuando un hombre “te da un violento empujón…, te pega una bofetada…, te encierra o intenta estrangularte”; esos gestos que buscan la destrucción no dependen de la verbalidad.
Cuando intentamos no dejarnos arrastrar a una venganza sexista, las cifras fiables son muy alarmantes. Una mujer de cada cinco ha sido víctima de agresión sexual, sobre todo las discapacitadas. La mayoría de agresores son hombres conocidos por la víctima. Cuando se hace callar a las víctimas, como ha hecho nuestra cultura, los trastornos son mas graves y duran mas tiempo.

Los agresores acostumbran a ser hombres. A veces buscan satisfacer un placer sádico, pero, en cambio, en la mayoría de ocasiones se valoran poco a si mismos y creen que mejoraran su escasa autoestima ¡pegando a su mujer! La violencia de género, poco denunciada en las comisarías, es mas importante de lo que pensamos. Casi siempre revela una incapacidad para dominar las propias emociones y es, por lo tanto, prueba de un trastorno de desarrollo.

Hoy día la violencia solo es destructiva, pero disponemos de los medios para eliminarla. El desarrollo afectivo de los niños, el descubrimiento del otro, el dominio de las emociones mediante el arte, la palabra, la ley y la expansión cultural deberían permitirnos reducir esta plaga. Todos estos ingredientes constituyen los factores de resiliencia que permiten volver a aprender a vivir tras un trauma. Si trabajamos la resiliencia, podremos luchar contra la violencia y curar sus heridas.
Tal vez podamos así mejorar las relaciones entre los sexos.
Es factible. Es necesario.

BORIS CYRULNIK por gentileza de la Obra Social de “La Caixa

miércoles, septiembre 16, 2009

EL EMPODERAMIENTO, por Marcela Lagarde

El empoderamiento es el conjunto de procesos vitales definidos por la adquisición o invención e interiorización de poderes que permiten a cada mujer o colectivo de mujeres, enfrentar formas de opresión vigentes en sus vidas (exclusión, discriminación, explotación, abuso, acoso, interiorización, infidelidad o traición, incapacidad para… depresión, auto devaluación angustia por falta de oportunidades, medios, recursos o bienes, dificultades de salud temor extremo, etc.). Decimos que una mujer o grupo de mujeres está empoderada, cuando esos poderes ya no le son externos, se le vuelve cuerpo y subjetividad, manera de ser y de vivir. Cuando cada mujer y cada grupo de mujeres defiende por sobre todas las cosas su cuerpo, sus recursos, sus capacidades, sus bienes, sus oportunidades, su mundo inmediato y mediato.
Para estar en posibilidad de iniciar un proceso interno y colectivo de obtención de “poderes” que nos permitan afrontar y superar nuestra situación de dominación, en primer lugar tenemos que tomar conciencia de las formas de opresión que vivimos cada una de nosotras y el colectivo al que pertenecemos, sin permitir que nos ciegue la idea de “igualdad” legal que establece la Constitución Mexicana, sino ver y sentir las realidades vividas, las historias de vida de cada una de nosotras nos harán ver con claridad la verdad.
El empoderamiento de las mujeres no tiene nada que ver con una “revanchista” contra los hombres. Se quiere una transformación en el acceso de las mujeres tanto a la propiedad como al poder, lo cual transforma las relaciones de género y es una precondición para lograr la equidad entre hombres y mujeres.


Marcela Lagarde

domingo, agosto 30, 2009

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL MACHISMO, por Andrés Montero Gómez

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL MACHISMO

El proceso de sensibilización y concienciación sociales en violencia masculina hacia la mujer ha sido largo y continúa siendo difícil. Es muy natural que existan multitud de resistencias, que son resistencias culturales, porque la violencia es siempre un instrumento de dominación del otro, en este caso de la otra. Quien se beneficia de la dominación opondrá intransigencia a que le sea erradicada. La violencia es una conducta compleja puesta al servicio de una idea de imposición. Imaginen cualquier expresión de violencia y siempre la encontrarán relacionada con la intención, por parte del agresor, de imponer algo a la víctima, a la persona agredida. Desde la violencia legítima o ilegítima de un soldado en la batalla, hasta la contención también legítima que ejercen las autoridades en una manifestación callejera, pasando por las ilegales muestras de violencia de un atracador o un terrorista, para terminar en la violencia sostenida que puede ejercer un hombre sobre cada una de las dos millones y medio de mujeres maltratadas en España, todas ellas son instrumentaciones de fuerza para hacer que otras personas se comporten como quien ejerce la fuerza pretende que se comporten. La violencia se utiliza para imponer unas voluntades sobre otras.
En las democracias basadas en el imperio de la ley existen una condiciones tasadas que otorgan a determinados actores la facultad de ejercer violencia legítimamente. Determinadas circunstancias otorgan a los poderes públicos la legitimidad para obligar a un ciudadano o ciudadana de hacer algo por la fuerza. Esas condiciones están pactadas en la ley por todos y todas, y se supone que constituyen el mal menor al que recurrimos cuando existe algo que nos amenaza. Fuera de ellas, de esas condiciones, las violencias son ilegítimas e ilegales.
Existen dos premisas que debemos afrontar sin prejuicios si queremos comprender, de verdad, la violencia masculina hacia la mujer. La primera es que la violencia ilegítima se utiliza por personas que quieren imponer, ilegalmente, su voluntad a otras. La segunda es que la sociedad, todavía, está construida en función de códigos masculinos de poder y de dominación.
La violencia masculina hacia la mujer se asienta sobre códigos de desigualdad y asimetría intergénero que se transmiten socialmente. Los hombres han detentado y detentan el poder social, aunque actualmente bastante menos de lo que lo han venido haciendo. Tradicionalmente, los hombres hemos utilizado los medios que hemos estimado oportunos para mantener el poder, también para disputárselo a otros hombres. A las mujeres las hemos contenido por la fuerza. Lo hemos hecho también socializándolas en código masculino. A riesgo de simplificar, lo que ha ocurrido, desde hace muchos años a esta parte, ha sido que el desarrollo económico, en combinación con las guerras que íbamos desencadenando para disputarnos el poder entre hombres, han generando las condiciones para que el hombre cediera parte del poder a la mujer. Esta cesión, considerada como necesaria por el propio hombre para mantener los niveles de progreso social, ha venido impulsada por la sinergia que convergía con la propia toma de conciencia, por parte de la mujer, de su condición de ser humano, condición que ha tenido que pelear utilizando a menudo los mismos códigos masculinos implantados e inoculados socialmente. Si este planteamiento suena a feminista no es tanto porque lo sea, sino porque coincide muy ajustadamente con la realidad de una historia, la del ser humano en masculino, que el movimiento feminista, a pesar del lastre de sus luchas internas, nos ha estado recordando para subrayarnos que nos queda mucho camino para la igualdad.
Pues bien, el hombre ha cedido poder pero pretende cederlo hasta un límite. Desde luego, la violencia hacia la mujer siempre ha existido. Los hombres y la sociedad masculina siempre han considerado que cierto tipo de violencia era legítima para contener el comportamiento de la mujer. Piensen en lo que hemos tardado en aceptar y tipificar que la violación en el seno del matrimonio constituía un delito. Todo el movimiento, por cierto impulsado por mujeres y en donde los hombres hemos colaborado poquito, de visibilización del fenómeno de la violencia masculina en relaciones heterosexuales no es más que otro paso adelante para subvertir el modelo subyacente de masculinidad hegemónica. Por tanto, es muy natural que la mayoría de los hombres y muchas mujeres, aquéllas de actuar inconsciente por estar socializadas en el código hegemónico, se estén resistiendo a aceptar unas clarísimas evidencias en torno a la violencia masculina.
Existe todo un movimiento de adaptación machista que cursa en contra de la revolución destinada a subvertir los códigos de masculinidad dominante. Ahora mismo, esta contrarrevolución masculina se asienta sobre tres vectores. El más estructural es considerar que el ecosistema de igualdad ya existe y, por tanto, que las mujeres llegarán a ella por pura inercia. Lo peor de este vector no es ya su propia existencia ignorando la realidad, sino que los hombres han marcado los parámetros de esa igualdad, pues se trata de igualdad codificada en claves masculinas. La frase que lo representa, pensada por un hombre, sería algo así como: 'OK, queréis ser iguales... pues vais a ser iguales a mí, jugando con mis reglas'.
El segundo vector para contrarrestar la desmasculinización hegemónica de la sociedad es afirmar que la violencia de género es bidireccional. Actualmente hay varias investigaciones universitarias en España que están realizando trabajos de campo para obtener datos que cuantifiquen esa bidireccionalidad de la violencia heterosexual. El argumento de fondo a plantear, para desactivar todo lo logrado para erradicar la violencia masculina hacia la mujer, consistiría en postular que las agresiones del hombre son una respuesta a la violencia psicológica contra ellos ejercida por las mujeres. El machismo que detenta el poder social no dudará en presentarse como víctima del feminismo.
El tercer recurso machista, que se está cocinando entre significaciones y estadísticas, sería que la mayoría del maltrato es leve. Esta última instrumentación argumental pasa por restar suelo a los esfuerzos de la ley integral para desarmar la violencia desde su raíz. Y es que la violencia masculina es un proceso sistemático y continuo, que comienza con control y aislamiento de la mujer, para seguir siempre con violencia psicológica y luego añadir, o no, violencia física. Esta tercera tesis de la contrarrevolución masculina persigue localizar la acción antiviolencia de los poderes públicos únicamente en los casos en donde exista agresión física con resultado de lesiones, respaldadas por parte facultativo. Es decir, desmontar la penalización de la violencia masculina desde sus inicios que ha logrado la ley integral. El objetivo de fondo es retornar a un código penal, sin enfoque de género, que nos han contado que es 'neutro', puesto al servicio de la hegemonía masculina. No existe maltrato leve, sino momentos en el escalamiento de la violencia. Quien opine que una discusión no es maltrato acierta. Quien opine que insultarse en una discusión no es maltrato se equivoca. Quien opine que insultarse es leve, o empujarse o negar el afecto, o ridiculizar de manera continua al otro o a la otra son prácticas de levedad, entonces está colaborando con su opinión en dificultar el acceso social a la igualdad, porque está legitimando la violencia.

martes, agosto 11, 2009

RECOMENZAR EN IGUALDAD DE GENERO, por Andrés Montero Gómez

RECOMENZAR EN IGUALDAD DE GÉNERO

La nueva legislatura en el Congreso de los Diputados arranca con una diputada menos que la anterior. Y ello a pesar de la Ley de Igualdad, que obliga a la quasi-paridad en las listas electorales. Los partidos políticos, todavía genéticamente tan machistas como la sociedad a la que reflejan, se las han ingeniado bien para mantener el poderío masculino. Realmente pienso que hemos avanzado mucho, pero nos estamos deteniendo. La sensación es que hemos llegado a un muro invisible, que no es de hormigón sino de una goma inquebrantable que se dobla al contacto pero nunca se rompe, recuperando su forma tras la presión pero desgastando sin pausa a quien la presiona. Esa goma es el sistema, la estructura social que hemos interiorizado hombres y mujeres desde la infancia, que continúa reproduciéndose y observándose en niños y niñas de escuela, en chicos y chicas de universidad. El hombre por encima de la mujer, el hombre legitimado para mantenerse por encima de la mujer, protegiéndola de sí misma.

Los últimos asesinos de mujeres pretendían protegerlas de sí mismas, de su libertad. La violencia de género es un crimen por convicción, en donde el hombre se siente legitimado, convencido, de ser el intérprete de la realidad con la que debe vivir una mujer. Si ella no se ajusta a esa realidad predeterminada desde la masculinidad dominante se convierte en una amenaza que hay que desarmar por la fuerza de la violencia. Hay más de dos millones y medio de hombres rompiendo mujeres a diario en España. Los últimos asesinos, aquéllos que están tras las rejas del Código Penal de un sistema que el propio sistema se resiste a asimilar, están ahora pensando que hicieron lo que debían y que, en todo caso, las autoridades deberían haber intervenido antes para enviarlos a unos cursos que les ayudaran a controlar mejor a sus mujeres para que no tuvieran la necesidad de matarlas.

La mayoría de los agresores de mujeres reconocen que tienen un problema. A ellos les gustaría no tener que llegar a los niveles que llegan de agresión si encontraran una manera, digamos menos molesta, de controlar a sus mujeres. Hay cada vez más esfuerzos de intervención terapéutica financiados por los poderes públicos que se denominan cursos de rehabilitación. No son terapias o programas de reinserción o iniciativas de reinvención del hombre, sino cursos. Los agresores acuden allí, por tanto, a aprender. Ignoro lo que aprenden realmente en esos cursos, pero la que sí tengo clara es la definición del modelo mental con el que estos hombres están interpretando la realidad de esos cursos.

En la mayoría de los agresores (se salva menos de un 5%), el objetivo es mantener la pareja, continuar controlando a su mujer de otra forma, que no se note tanto, que no le ocasione tantas molestias con la sociedad a su alrededor, con esos grupos de feministas que están empeñadas en abolir el patriarcado. ¿Qué patriarcado?, se preguntan ellos. ¡No se puede ir contra la naturaleza y el hombre es el hombre!
El problema que reconocen tener la mayoría de los agresores de género es la mujer con la que conviven, que les hace la vida imposible, que quiere vestir a su antojo, sentir a su antojo, moverse como un ser humano dotado de voluntad y conciencia autónomas, incluso pensar. El problema de la mayoría de los agresores de género es que las mujeres quieren ser.

La violencia de género es la negación del ser a la mujer y los agresores, los encargados de anular la capacidad de ser de una mujer. La sociedad continúa sin entenderlo, y lo peor es que en este momento cree que ya lo entiende, que no es necesario hacer más que cursos de formación, terapias de pareja, intervenir nada más que en las agresiones graves, dejar los insultos en la pareja como algo normal de una discusión. Lo peor en el momento de afrontar un problema no es reconocer que no lo tienes, sino creer que ya lo comprendes y que has puesto todo lo necesario para solucionarlo.

No es la Ley Integral de 2004 para la erradicación de la violencia de género lo que deja de funcionar cada vez que un hombre asesina a una mujer o la Ley de Igualdad la ineficaz cuando tenemos una diputada menos, es la propia sociedad la que ha fallado. Si no entendemos que la Ley Integral sobre violencia de género no está encaminada únicamente a extinguir la violencia sino a subvertir el modelo social, cada vez que asesinen a una mujer culparemos a una ley que no funciona.

La que no funciona es la sociedad en la imperiosa necesidad de aislar, marginar, rechazar y reprimir cada mínima conducta de dominación de una mujer por un hombre; la que no funciona es la sociedad cuando no entiende que no estamos ante un problema aislado de violencia, sino que esa violencia es la expresión de una estructura subyacente que legitima la superioridad del hombre hacia la mujer; la que no funciona es una sociedad en donde todos los esfuerzos para erradicar la violencia de género son impulsados por mujeres, en donde los hombres nos consideramos ajenos al problema porque lo contrario significaría reconocer que todo lo que nos han hecho sentir desde la infancia es ilegítimo y falso.

Contra la violencia de género hay que desaprender todo lo que hemos aprendido sobre hombres y mujeres. Y la próxima legislatura, con una diputada menos, hay que ser valientes, tan osados y osadas como hemos venido siendo pero con muchos menos complejos. Hay que resituar a las instituciones para afrontar mejor el problema. La Delegación Especial del Gobierno debería alojarse en La Moncloa y salir del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, un espacio en donde las competencias están transferidas en su práctica totalidad a las comunidades autónomas.
Hay que acercar el centro de gravedad institucional a la pirámide de las políticas de Estado. Y hay que poner a un hombre a ejercer de delegado adjunto del Ejecutivo, bajo la dirección de una mujer. La Delegación del Gobierno debe tener representantes de las autonomías en su comité de dirección. La ley hay que dotarla de presupuesto y hay que reformular la seguridad en torno a los agresores y a las víctimas. Ahora que parece que hemos conseguido algo hay que renovarse como si no hubiéramos conseguido nada, porque realmente estamos al principio del principio.


Andrés Montero Gómez es Director del Instituto de psicologia de la violencia.

jueves, julio 30, 2009

LA INDEFENSION APRENDIDA

LA INDEFENSIÓN APRENDIDA

El síndrome de la indefensión aprendida o adquirida, denominada también síndrome de desesperanza inducida, es una condición psicológica en la que una persona aprende a creer que está indefensa, que no tiene ningún control sobre la situación en la que se encuentra y que cualquier cosa que haga por mejorar la situación es totalmente inútil. Como resultado de un proceso continuado sistemático de violencia, la víctima permanece pasiva frente a una situación dolorosa o dañina, incluso cuando dispone de la posibilidad de cambiar tales circunstancias. A pesar de esto, son muchas las víctimas de maltrato condenadas a oír, cómo se les cuestiona por el hecho de creer y seguir a sus propios agresores. 

Desconocer la complejidad en el tema, muchas veces nos impide comprender qué ocurre en la mente de las mujeres sometidas  a una violencia recurrente. Los expertos refieren este síndrome como una “adaptación psicológica”, una salida posible que encontraron las víctimas para procesar tanto dolor: Cuando se ha sufrido violencia - en todas sus manifestaciones - ciertas situaciones se presentan como “sin salida” y antes de intentar cualquier acción para revertirla, se asumen como tal, en el pleno convencimiento de que nada ya puede hacerse para mejorar dicha realidad y que no hay otra salida que la adaptación…
El más perfecto estado de la indefensión o adaptación es aquel que –cargado de desesperanza- conlleva la renuncia al intento mismo del cambio.

viernes, julio 24, 2009

MUJER Y VIOLENCIA

No existe un perfil si tenemos en cuenta que cualquiera puede verse en esta situación. Lo que sí se ha observado es que las mujeres que pasan por ello cuentan con unas características, bastante parecidas.
Hay mujeres con una mayor tendencia a caer en las redes de una relación violenta o dominadora y que en sucesivas relaciones “suelen dar” con hombres que las vuelven a maltratar.
La mujer que se encuentra bajo la tiranía de un hombre violento, se percibe sin posibilidad de salir de la relación, piensa que su marido es casi un “Dios todopoderoso”, perciben el mundo como hostil y cree que no va a poder valerse por sí misma.
El abuso emocional hace que se vea como inútil, tonta, loca, fea, sosa, gorda... duda constantemente de sus ideas y percepciones.
La mujer oculta lo que la pasa, y si el maltrato es únicamente psicológico, es difícil que se de cuenta de lo que la está pasando. En su casa es sumisa, pero tiene explosiones esporádicas. A veces puede llegar a tener reacciones muy exageradas ante cosas nimias.
El maltrato, al no ser continuo, sino intermitente, de castigo y refuerzo, crea una dependencia muy fuerte en la mujer.
En general, aunque siempre hay matices y podemos encontrar varias tipologías, incluso mezcladas, podríamos decir que hay dos tipos muy sintomáticos de mujeres:

1ª Las que han sido educadas con más responsabilidades de las adecuadas a su edad. Son mujeres que se vuelcan en los demás. Son felices dando y nunca dan bastante, si algo falla en la relación, entonces es porque no han dado bastante y dan más. Tienen un fuerte sentido del deber y de la responsabilidad y consideran que la felicidad de los otros está siempre por encima de la suya. Si en algo creen haber fallado se culpabilizan a sí mismas hasta el sufrimiento.
¿Con qué tipo de hombre se emparejará más habitualmente?
Con un hombre de apariencia débil, desdichado, que necesite ayuda... Ella será entonces la mujer de su vida, la que le va a salvar de su desdicha. La relación girará en torno a las necesidades de él. Ella abandonará todo por él. Una vez sometida comenzará la espiral de violencia. Esta violencia que surge creará sentimientos de culpa en la mujer que pensará que ella no le satisface en sus necesidades. Ella pensará que la maltrata porque se siente mal, no porque sea malo.

2ª Las mujeres que han sido excesivamente protegidas durante su infancia. No se las ha enseñado a ser independientes, por tanto buscan un hombre que las proteja. Un hombre protector y fuerte que tome decisiones por ellas.
¿Con quien se emparejará de una manera más habitual?:
Con un hombre protector, posesivo, celoso, un hombre que afirmará cosas como que sus amigos no la convienen porque la explotan, que su familia nunca la ha querido, que él si que la ama como nadie. La mujer se sentirá protegida entonces por este hombre que va a salvar su vida.

domingo, julio 05, 2009

LAS AGRESIONES SEXUALES por María Ferraz

Bajo el término violencia sexual se pueden agrupar toda una serie de prácticas que tienen en común el uso premeditado del sexo como arma para demostrar poder sobre otro ser humano (habitualmente mujeres y niñas/os) y para infligirle dolor y humillación. Entre ellas nos encontramos con la violación (cometida por conocidos, extraños, pareja), incesto, abuso de menores, pornografía, acoso sexual, explotación y comercio sexual,... La violencia sexual es una de las prácticas más habituales de la violencia de género y de las menos denunciadas a nivel mundial.

Fernando Barragán (2001) cita un texto de la Unión Europea que dice: "La violencia sexual contra las mujeres, chicas y chicos no es la expresión agresiva de la sexualidad sino la expresión sexual de la agresión, hostilidad y poder con una base en las condiciones del patriarcado" (European Workshop: Prevention of Sexual Violence against girls and boys).

La violencia sexual es un fenómeno relacionado con el género: su naturaleza y alcance refleja las disparidades sociales, culturales y económicas preexistentes entre hombres y mujeres. Y si bien es un fenómeno universal, determinados contextos como los conflictos armados aún son más favorecedores de esta violencia.

Nuestro Código Penal define la agresión sexual como atentar contra la libertad sexual de otra persona con violencia o intimidación. Por tanto, puede considerarse que abarca una serie de actos que van desde cualquier tipo de contacto sexual no deseado al intento de violación y violación en sí. Esta última supondría el acceso carnal por vía vaginal, anal o bucal, o la introducción de objetos por alguna de las dos primeras vías. Pero el Código Penal hace una distinción entre agresiones y abusos, en función de la violencia o intimidación que se ejerza. Es decir, las agresiones sexuales han de llevarse a cabo con violencia e intimidación, mientras que los abusos sexuales se producen sin violencia o intimidación, pero sin consentimiento.

Por libertad sexual entendemos la libre disposición de la persona de disfrutar de sus potencialidades sexuales y el derecho que le asiste a no verse involucrada sin su consentimiento en un acto de contenido sexual. En una relación sexual vale todo si la pareja o las personas implicadas lo aceptan libremente y sin condicionamientos, y no vale nada si una parte lo rechaza. Mientras no se asuma que la mujer tiene derecho a decidir y decir lo que quiere, hasta dónde quiere y cómo lo quiere, sin que la otra parte adopte posturas coactivas, no habremos avanzado en el logro de la libertad sexual.

2.1 Derrocando mitos sobre agresiones sexuales
Existen una serie de mitos o estereotipos culturales que los violadores y la gente de la calle asume para justificar las agresiones sexuales:

Mito nº 1: La mujer es la seductora perversa. Ella provoca la agresión. La psiquiatría y la criminología han ofrecido justificaciones para la violación al dar la imagen de una mujer víctima de su propia seducción. Se la culpa de atraer al hombre inocente y confiado a la relación y provocarle.
Mito nº 2: Las mujeres dicen no cuando quieren decir sí. Los violadores describen frecuentemente a sus víctimas diciendo que inicialmente se resistían, pero se defienden alegando que creían que ellas en el fondo lo aprobaban. Creen que las mujeres no son capaces de manifestar sus deseos sexuales y por ello tienen que forzarlas. Aquí también entra en juego el elemento de la resistencia. Hay quien considera que si la víctima no aparece con señales claras de haber opuesto resistencia no se puede hablar de violación. En el fondo, se sigue pensando que la violación es simplemente una situación en la que la mujer cambia de idea.
Mito nº 3: A las mujeres en el fondo les gusta, se relajan y disfrutan. Algunos violadores están tan convencidos de sus habilidades sexuales que arguyen que la víctima deseaba el acto y lo disfrutaba. Otros piensan que las mujeres se pueden sentir sucias, humilladas y disgustadas, en el fondo, pensamientos más coherentes con su deseo de degradar a las mujeres.
Mito nº 4: Las buenas chicas no son violadas. La reputación de la víctima, sus características o un comportamiento no acorde con las expectativas normativas de los roles sexuales, se considera que contribuye a causar el delito. Existe una tendencia generalizada a juzgar la conducta de la mujer agredida más que la del agresor. La violación de prostitutas, divorciadas, madres solteras, autoestopistas, mujeres con relaciones promiscuas,... sería legítima para algunos. Si para colmo, la víctima llevaba una falda muy corta, trabaja de noche o vive en un lugar alejado, nos lleva a la conclusión de que si la violan se lo merece. Planteamientos que, evidentemente, refuerzan los estereotipos sexistas. La realidad es que la víctima de una violación puede ser cualquiera; la edad fluctúa desde meses hasta más de 90 años; la etnia, el vestido, la condición social,... es indiferente.
Mito nº 5: Cometer una violación no es un delito. La mayor parte de los condenados por violación no admiten haber cometido un delito, tan solo una falta leve, por lo que consideran desproporcionadas las penas que se les aplican. Intentan justificar su comportamiento por el abuso del alcohol y drogas o problemas emocionales. Evidentemente, cuando el sexo es visto como un derecho masculino, la violación no se concibe como delito.
Mito nº 6: Es imposible violar a una mujer en contra de su voluntad. En el delito de violación parece que socialmente se le exige a la mujer un "certificado de haberse defendido", cosa que no se pide en otros delitos. En una situación en la que está en juego la vida de una mujer (en ocasiones se usan armas) debería aconsejarse no oponer resistencia, sin que esto signifique dar el consentimiento. La relación de sometimiento corporal generada en una violación implica una derrota previa de la mujer, obtenida de antemano por las relaciones desiguales entre los géneros y por la ideología machista de la superfuerza masculina. Es por ello que en muchas ocasiones, las mujeres ni siquiera aciertan a suplicar clemencia. Este estado no sólo lo logra el violador con su fuerza, lo logra la sociedad con su cultura de predominio y privilegios masculinos y supuesta debilidad femenina. La socialización de las mujeres en habilidades de cuidado y afecto hacia los demás más que para ellas mismas, hace más difícil, por ejemplo, que intente arañar los ojos del hombre con las uñas (como aconsejan expertas/os en defensa personal). Aquellas mujeres que se rebelan contra esos mecanismos, suelen defenderse y contestar la agresión, pero si se ha sido socializada como "señora respetable que no da espectáculos en público", difícilmente va a poder gritar porque no es un comportamiento "propio" de una mujer.
Mito nº 7: Las agresiones sexuales sólo ocurren en lugares peligrosos y oscuros y normalmente de noche. Si la mujer no sale de su casa está segura. Algunos estudios (Russell, 1980) hablan de que el 85% de las agresiones sexuales ocurren en lugares conocidos o en la propia casa de la víctima.
Mito nº 8: Los agresores son desconocidos, si las mujeres evitan contactos con gente no conocida no podrán ser violadas. Numerosas investigaciones demuestran que el agresor sexual más común es la pareja habitual de la víctima, seguido de familiares o conocidos (amigos, compañeros de trabajo o estudios). Esto puede suponer alrededor de un 75%, frente a un 25% de desconocidos.
Mito nº 9: Los agresores presentan trastornos mentales. Se calcula que no llega a un 10% el porcentaje de casos de agresores diagnosticados con patologías psiquiátricas. El resto, más del 90%, son personas supuestamente "normales".
Mito nº 10: Las mujeres mienten frecuentemente al denunciar violaciones. Las denuncias falsas por violación presentan exactamente el mismo porcentaje que las denuncias falsas por otro tipo de delitos: alrededor de un 2% (Fuentes Policiales). Es decir, que si bien es cierto que algunas mujeres denuncias falsamente supuestas violaciones, el magnificar estos hechos en los medios de comunicación (algo muy común últimamente) supone restar crédito al testimonio del 98% de mujeres que sí denuncian hechos reales.


María Ferraz

jueves, mayo 28, 2009

MALOS TRATOS EN LOS JOVENES

CADA VEZ MAS JÓVENES

El fiscal del Juzgado de Violencia sobre la Mujer de Marbella aboga por la prevención desde los centros escolares para erradicar una lacra que no entiende de edad ni estrato social. (Fuente: Red Feminista)


Hace tres años que el fiscal Carlos Yáñez está al frente de los casos de malos tratos en Marbella, pero no fue hasta 2008 cuando su labor se intensificó con la creación del Juzgado de Violencia sobre la Mujer. Aunque se ha ganado en calidad y tiempo, reconoce que el maltrato sigue siendo una lacra difícil de erradicar si no es a través de la prevención y de echar abajo algunos mitos que imperan en la sociedad. «La Ley -dice con contundencia- no va contra el hombre; nuestra lucha diaria aquí es el silencio de la mujer».
-¿Qué se ha conseguido hasta ahora con la creación de un juzgado especializado?-El paso ha sido de cero a cien. La especialización da lugar a una calidad extraordinaria, tanto en celeridad como en atención a las víctimas. Nos da la posibilidad de llegar al fondo de los asuntos y de facilitar cosas antes muy complicadas como explorar a menores
.-¿Son muchos los menores que pasan por el juzgado?-Por semana salimos a dos o tres exploraciones de niños a partir de los cuatro o cinco años. Vienen aquí, hablan conmigo... yo tengo siempre un par de balones para jugar un rato con ellos. Son unos testigos muy buenos. Los hijos de víctimas suelen ser mucho más coherentes y tienen una claridad y una madurez que no encuentro en otros niños de esas edades
.-¿También sufren malos tratos?-Directamente son pocos los casos, pero siempre digo que también son víctimas. Si le pegan a la madre pero no al hijo sufren una violencia psicológica muy importante que va a marcar su desarrollo emocional para toda la vida. Asumen determinados comportamientos como normales que realmente son espeluznantes. He tenido menores con nueve o diez años que me han pedido por favor que meta a su padre en la cárcel porque quieren descansar. Están tan cansados de levantarse cada mañana sin saber qué pasará que están agotados.
-¿Cuál es el protocolo que se sigue en estos casos?-El testimonio de los menores es una prueba a la que recurrimos sistemáticamente para llegar al fondo del asunto. Desde el momento inicial que tenemos conocimiento de la existencia de un menor verificamos la edad que tiene y hasta qué punto ha estado dentro de los hechos que vamos a tratar. Si considero que voy a necesitar hablar con el niño nos ponemos en contacto con la policía local o nacional y los agentes se desplazan de paisano en coches no oficiales y nos lo traen. Preferimos hacerlo a través de la policía y no mandamos a la madre o al padre para que no lo contaminen. Cuando llegan lo paro todo, entran al despacho y hablamos de cosas triviales para entrar poco a poco en el problema. Si es niña y le gusta High School Musical yo me especializo en High School Musical. Si es niño y le gusta el fútbol, también me especializo.
-¿Se requieren grandes dosis de psicología para este trabajo?-Hace falta mucha tranquilidad y tiempo y no tener 20 personas esperando como teníamos en Instrucción. Aquí tenemos instalaciones adecuadas y contamos con una psicóloga y una trabajadora social. Esto da tiempo para hablar con el menor y tratar con él. La experiencia, después de tres años, también te da una serie de tablas. Incluso cuando tenemos aquí al menor y veo que el perjuicio que le puede causar entrar en sala no va a compensar con lo que pueda aportar, automáticamente renunciamos a esa prueba y vuelve al colegio.-Supongo que con los adolescentes será más complicado...
-Sin lugar a dudas. Con cuatro o cinco años pueden cerrarse en banda o te lo dicen todo con una claridad y una espontaneidad que asusta. Los jóvenes, a partir de 12 ó 13 años, normalmente ya suelen haber tomado partido dentro de la relación familiar y hay ver qué concepto tienen de la madre o del padre para que el testimonio sea puro. La declaración se graba para que tenga validez en el juicio y no perjudicar más al menor.-
¿Existe un perfil del maltratador?-Es una violencia que corre por todas las capas y estratos sociales. Aquí hemos ingresado en prisión desde albañiles a ingenieros superiores. Al final, he llegado a la conclusión de que se trata de un problema real entre hombres y mujeres. Los hombres deben aprender a aceptar a las mujeres como un igual sin diferencia alguna. El maltratador suele pensar que está en un estrato superior, un sentimiento arraigado desde pequeños
.-¿Y en cuanto a la edad?-Son cada vez más jóvenes, lo que me preocupa y descorazona enormemente. Es falso que sea una cuestión de personas de 40 ó 50 años. Los jóvenes recurren con mayor facilidad a la amenaza, al deprecio o al insulto y con mayor agresividad. Hablo de niños de 18 ó 19 años con un desprecio muy grande por la vida ajena. Y además no tienen sentimiento de culpa. Los poderes públicos pueden modificar el Código Penal, poner leyes y juzgados de Violencia que entiendo que son muy necesarios, pero si no atacan a nivel educacional, si no entran a saco en las escuelas y hacen de verdad una política en igualdad y en valores estaremos perdidos. Este problema no se resuelve con el derecho penal. Sólo entramos cuando el problema está creado, y lo que tenemos que hacer es prevenirlo
.-¿Los maltratadores han sido víctimas antes que verdugos?-Hay muchos que sí. El maltrato es un modo de vida. La violencia doméstica, de género u otras conductas como agresión a menores o acoso escolar son situaciones que jurídicamente tienen cierta semejanza. Se caracterizan por el trato degradante, por una humillación permanente. En el bulling, cuando hay un menor que usa ese mecanismo de violencia sale reforzado en vez de sancionado porque suele ser el líder, la persona que 'parte el bacalao', como dicen ellos. En familia pasa igual. Al final el que acaba imponiendo su criterio es el que pega y el menor acaba naturalizando esa forma de vida y viendo que es rentable. Si ven que su madre no le puede rechistar a su padre cuando tengan una pareja probablemente usen esa misma técnica
.-¿La actitud de las víctimas hacia esa violencia sí está cambiando?-Hay mucho mito de que la Ley va contra los hombres, pero lo que yo vivo aquí es una lucha permanente contra el silencio de las mujeres. Una mujer denuncia porque tiene miedo, está harta, cansada, insegura. Pero luego vienen aquí y cuando reflexionan sobre cómo va a ser su vida en adelante... es un salto al abismo sin paracaídas. He tenido casos de mujeres con auténticas palizas una detrás de otra que no quieren denunciar y me piden que no meta a sus parejas en la cárcel. Incluso alguna ha llegado a insultarme. Frente a lo que pueda pensar la gente, la mayor dificultad que nos encontramos aquí son las mujeres. Por mucho que intuya el delito si no lo puedo probar es inútil. Esta misma mañana hemos archivado un asunto en el que una señora vino ayer con la cara echada abajo y ella insistía por activa y por pasiva que se había caído
.-¿Hay muchas que se retractan?-No les damos tiempo. Actuamos al día, muy rápido. Trabajo codo con codo con la jueza, Carmen Rodríguez-Medel, y con el resto de compañeros del juzgado. Si consigo que la víctima declare su declaración queda grabada. No estoy de acuerdo en archivar el caso sin preguntarle por qué quiere retirarlo, porque puede ser que la hayan amenazado en la puerta del juzgado
.-¿Son frecuentes las denuncias falsas?El año pasado sólo deducimos testimonio por denuncia falsa en cuatro ocasiones. Nos lo tomamos muy en serio y llegamos hasta el final. Siempre digo que en este juzgado lo que hacemos es repartir miserias y penurias económicas. Sí, a la mujer se le deja la casa, con todas las cargas -la hipoteca, la luz...-, probablemente con sueldos miserables, la responsabilidad de cuidad a los hijos sola... Y si el marido no le paga ponemos en marcha un procedimiento y puede tardar meses en cobrar un duro. Quedarse con la casa es un regalo envenenado. Lo único que le queda es que al menos, a la mañana siguiente no le van a decir puta
.-¿Suelen ir a casas de acogida?No todo el mundo quiere irse a una casa de acogida. Las mujeres tienen derecho a vivir en su municipio, y hacer la vida que ellas quieren. No nos piden que metamos a sus maridos en la cárcel. Le aseguro que es un caso entre mil. Sólo quieren vivir en paz
.-¿Se quebrantan muchas órdenes de alejamiento?-Somos muy estrictos. Si se quebranta el alejamiento solicito el ingreso en prisión automático
.-¿Es peor cuando la víctima es inmigrante?-Tenemos casos con una violencia muy fuerte. Normalmente no son de las que más denuncian. En el caso de países como Marruecos, Ecuador, Colombia... hay un factor educativo muy importante. Muchos hombres asumen la agresión como un mecanismo absolutamente normal para solucionar un problema tan nimio como pagar el teléfono. Lo resuelven con una paliza
.-¿El alcohol o las drogas están relacionados?-Tienen mucha incidencia. Intentamos gestionar un protocolo para derivar a los condenados por violencia de género con problemas de alcoholismo y toxicomanía a Hacienda de Toros en colaboración con Marbella Solidaria para que empiecen un tratamiento bajo control judicial
.-¿El verano es una época tranquila?-Al contrario. Siempre aumentan los casos por la afluencia de turistas y la población flotante. Tenemos mucha incidencia de parejas extranjeras
.-Y vecinos y amigos, ¿denuncian cada vez más?-La gente no quiere problemas y cada día menos. Está muy bien que seamos todos muy progresistas pero a la hora de ayudar a la vecina del cuarto miramos para otro lado. Mucha gente piensa que es inútil. Pero con su declaración y la actuación policial posiblemente tengamos suficiente para protegerla.

HISTORIA DEL FEMINISMO


Es un trabajo de MONSERRAT BOIX. Mujeres en Red-.


1.-Feminismo Premoderno: Es cierto que cuando se habla de Feminismo, inmediatamente se piensa en las feministas contemporáneas o cuando mucho en las sufragistas; pero en el esfuerzo que realizan muchas investigaciones por recuperar la Historia de la que han sido borradas las mujeres, hallamos variadas y continuas muestras de luchas por la igualdad de los sexos. En general puede afirmarse que ha sido en los periodos de ilustración y en los momentos de transición hacia formas sociales más justas y liberadoras, cuando ha surgido con más fuerza la polémica feminista. Es posible rastrear signos de esta polémica en los mismos principios de nuestro pasado clásico. La Ilustración sofística produjo el pensamiento de la igualdad entre los sexos, aunque, como lo señala Valcárcel, ha sobrevivido mucho mejor la reacción patriarcal que generó: "las chanzas bifrontes de Aristófanes, la Política de Aristóteles, la recogida de Platón". 

Con tan ilustres precedentes, la historia occidental fue tejiendo minuciosamente -desde la religión, la ley y la ciencia- el discurso y la práctica que afirmaba la inferioridad de la mujer respecto al varón. Discurso que parecía dividir en dos la especie humana: dos cuerpos, dos razones, dos morales, dos leyes. Y en esa dicotomía el sexo femenino quedaba subordinado al masculino. La mujer ha ocupado como regla general una posición subordinada con respecto al hombre en las sociedades que anteceden a la actual. Esta posición secundaria se ha visto siempre ligada a una determinada estructura familiar que diferenciaba los roles de género. 

Analicemos brevemente, a través la lectura de algunos textos, la situación de la mujer en la familia desde la antigüedad hasta el período del antiguo régimen: La Familia en la Grecia Clásica: Los derechos de la mujer no aumentaron con respecto a las civilizaciones egipcia y mesopotámica. Las leyes reconocían en el siglo IV a.C. el divorcio y el repudio de la esposa sin necesidad de alegar motivo alguno. La mujer, sólo en caso de malos tratos, podía conseguir que se disolviera el matrimonio. Por lo demás, pasaba toda su vida confinada en el hogar, y tenía a su cargo el cuidado de los hijos y de los esclavos sin que se le permitiera participar en los negocios públicos. De niña vivía al lado de su madre y se casaba a los 15 años sin ser consultada. Las Amazonas son el primer y más persistente mito de mujeres en libertad viviendo en comunidades. Poderosas, porque manejaban armas, es curioso referir que ese factor de superioridad era marcador para los hombres que se cruzaban con ellas. Tener armas es, ayer como hoy, tener poder. Está estudiado que las regiones donde vivieron tenían grandes reservas de hierro. De ahí que ellas mismas fabricaran las armas. Y eran guerreras porque querían conquistar territorios para instalarse. En cuanto a la descendencia, como normalmente vivían cerca del mar o en islas, eran regularmente visitadas por hombres aventureros o marineros, más o menos incautos, que de buen grado se emparejaban con aquellas mujeres. Ellas únicamente se quedaban con las hijas y repudiaban o mataban a los de sexo masculino. Eran, también, tiempos de barbarie. El éxito y perennidad del interés por las Amazonas se debe precisamente a que ellas encarnan una sociedad donde los papeles sociales estaban invertidos. Mujeres luchadoras, poseedoras de caballos y armas y sin familia tradicional organizada, fascinaron y quedaron inmortalizadas en cuentos y leyendas populares de un universo vastísimo. Además de estas mujeres, mitad mito mitad leyenda, se conoce la existencia de otras mujeres que no sólo se salían de sus roles tradicionales sino que fueron muy reconocidas, pese a que la Historia haya sido injusta con ellas: Jantipa: (Siglo V - IV a.C.) Mujer denostada donde las haya, no ha tenido la oportunidad de dejar constancia de su pensamiento, toda vez que los textos conservados están yermos de palabras que hubieran sido pronunciadas por Jantipa. Su carácter irritable por el que eternamente ha sido conocida se justifica por la difícil y asimétrica relación sentimental con Sócrates, a través de la que asoma una mujer envuelta en un halo de humanidad y sinceridad que despierta simpatías. Jantipa no se ajusta al papel de mujer sumisa que sería de esperar en una época de hombres tan guerreros como es la Grecia clásica. Siempre aparece airada y con un cierto aire de rebeldía crónico. Cosa que si analizamos fríamente no es de extrañar, ya que Sócrates que no era precisamente un marido ejemplar, que pasaba prácticamente la vida en los espacios públicos donde tenía sus seguidores. Aunque, si nos fijamos, la actitud de Sócrates pasa siempre por defender a su esposa, es quizás por eso que la pitonisa del oráculo de Apolo en Delfos lo considerara el más sabio entre los hombres. Vamos a ver un fragmento de una obra de él que ilustra su relación y el carácter insumiso de Jantipa: –Sí, claro, sí, sin duda. La razón te pertenece. Sí, sí, sí.La mujer gritaba y agitaba sus manos con impaciencia. El hombre, sentado, la miraba como con indiferencia.–No diga el señor. ¿Y con qué quiere el señor que le dé de comer a los hijos? ¿Con las dracmas miserables de su gloria de hoplita? ¡No me alcanza!–Jantipa… –comenzó a hablar él.–¡Silencio! –lo interrumpió la mujer –¡No te permito hablar! ¡Bastante habla el señor en el ágora todo el día! ¿Todavía conservas la lengua? ¿Cómo no se te cae a pedazos? Petiso feo. ¡Dioses! ¿Por qué me casé con este hombre? –clamó, levantando los brazos hacia lo alto.–Tu mal carácter… –terció él.– ¡Mi mal carácter, mi mal carácter! ¿Quién tiene mal carácter? ¿Yo? ¿Y quién dice eso? ¿Tus amigos? ¡Hombres! ¡Todo el día en el ágora, no saben nada de la economía de la casa, no les importa, no es su problema, entonces, cuando una mujer se enoja justamente porque su esposo no cubre las necesidades domésticas, como debe ser, entonces esa mujer tiene mal carácter!–El casamiento es un mal necesario… –musitó el hombre, como hablándose a sí mismo.–¡Al fin estamos de acuerdo! ¡Eso mismo! ¡El casamiento es un mal necesario! –le respondió ella. Platón en su obra La República incluyó a las mujeres en el gobierno de la polis. ¿Había entonces mujeres pensantes que se pudieran igualar a los varones? Si, la historia atestigua que existieron mujeres que debatían de igual a igual con los hombres sobre temas como la política, la filosofía y el arte, entre otros. Se llamaban "hetairas". Y las representantes más destacadas emergen en el siglo V a.C: el llamado siglo de Oro o siglo de Pericles, era en el que el pensamiento humano en Occidente alcanzó su punto más alto. Es por eso que tenemos que citar al escritor español Federico Carlos Sainz de Robles que en su obra "Encuentro con cincuenta mujeres inolvidables", hace mención de Aspasia de Mileto, conocida comúnmente como la amante de Pericles, pero que fue mucho más que eso. En lo que sí coinciden los historiógrafos fue en el hecho de que contó con los favores de dos diosas: Afrodita, la de la belleza y Atenea, la divinidad que encarnaba la inteligencia y la sabiduría, entre otros dones. Nadie habría pensado mal si Pericles hubiera amado a muchachos, o hubiera tratado mal a su primera mujer, pero escandalizaba que considerase a la segunda (Aspasia) un ser humano, que viviese con ella en lugar de relegarla al gineceo, que invitara a su casa a amigos con sus mujeres.

Todo esto era demasiado sorprendente y Aspasia era demasiado brillante para ser una mujer “honrada”. Diotima: Diotima de Mantinea, una mujer griega de cuya existencia real hay dudas más que razonables, supuesta sacerdotisa y maestra del filósofo ateniense Sócrates, quien en el Banquete de Platón reproduce su doctrina del amor. Olimpia y Safo, son otros dos ejemplos de mujeres griegas, independientes y censuradas por hacer lo mismo que hacían los hombres de la época. A Safo además, su vinculación con sus alumnas en Lesbos le sirvió para denominar desde entonces el amor entre mujeres como amor lésbico. 
La Familia en la Roma Clásica "La familia romana era esencialmente patriarcal. El pater familias, o sea, el marido, constituía la cabeza visible de la misma y ejercía una autoridad completa sobre los demás miembros de la casa (...) La mujer romana mejoró su posición respecto a la griega, aunque siempre estuvo bajo la tutela del varón (...)" La Familia en el Mundo Musulmán "Como en el resto del mundo musulmán, la familia de la sociedad de Al-Andalus era esencialmente patriarcal; el padre de la familia ejercía su poder sobre la esposa, los hijos y los criados; la poligamia era corriente entre los ricos, pero los pobres eran monógamos por necesidad". La mujer en el sistema económico feudal "La mujer tenía a su cargo todas las funciones domésticas. Ella amasaba el pan, preparaba la comida, cuidaba de los animales domésticos y al mismo tiempo, ordeñaba la vaca que proporcionaba la leche, tan necesaria en la dieta de una economía de subsistencia. En realidad estaba muy especializada en la elaboración de productos alimenticios: conservas, pasteles, dulces, embutidos, etc." 
La mujer en el Antiguo Régimen "Durante el Antiguo Régimen, el concepto que se tenía de la mujer y de su papel social sufrió importantes modificaciones. Las nuevas pautas, introducidas en el siglo XVI a partir del humanismo cristiano propugnado por Erasmo de Rotterdam, no rompieron del todo con la misoginia heredada de los tiempos medievales. Si bien encontramos mujeres humanistas, cultas e independientes, como Doña Mencía de Mendoza, el cometido de la mujer es fundamentalmente doméstico”. “Tres son sus funciones básicas: ser buena madre y esposa, ordenar el trabajo doméstico, y perpetuar la especie humana. Fray Luis de León en su obra La Perfecta Casada recoge la doctrina del Concilio de Trento y traza el perfil ideal de la mujer: modesta, recatada, obediente, sacrificada, defensora del propio honor y del familiar, educadora de los hijos, etc. Pero este perfil no era del todo real. En la España del XVII eran corrientes las relaciones prematrimoniales, y como no se contraía matrimonio por amor, abundaban el adulterio, los hijos bastardos y el aborto." 
Continuando con la Historia del Feminismo Premoderno hay que considerar que El Renacimiento trajo consigo un nuevo paradigma humano, el de autonomía, pero no se extendió a las mujeres. El solapamiento de lo humano con los varones permite la apariencia de universalidad del "ideal de hombre renacentista". Sin embargo, el culto renacentista a la gracia, la belleza, el ingenio y la inteligencia sí tuvo alguna consecuencia para las mujeres. La importancia de la educación generó numerosos tratados pedagógicos y abrió un debate sobre la naturaleza y deberes de los sexos. Un importante precedente y un hito en la polémica feminista había sido la obra de Christine de Pisan, La ciudad de las damas (1405). Pisan ataca el discurso de la inferioridad de las mujeres y ofrece una alternativa a su situación, pero, como certeramente indica Alicia H. Puleo, no hay que confundir estas obras reivindicativas con un género apologético también cultivado en el Renacimiento y destinado a agradar a las damas mecenas. Este género utiliza un discurso de la excelencia en que elogia la superioridad de las mujeres -"el vicio es masculino, la virtud femenina"- y confecciona catálogos de mujeres excepcionales. Así por ejemplo, el tratado que Agripa de Nettesheim dedica a la regente de los Países Bajos en 1510, De nobilitate et praecellentia foeminei sexus. A pesar de las diferencias entre los tratados, habrá que esperar al siglo XVII para la formulación de igualdad. La cultura y la educación eran entonces un bien demasiado escaso y, lógicamente, fueron de otra índole las acciones que involucraron a más mujeres y provocaron mayor represión: la relación de las mujeres con numerosas herejías como las milenaristas. Guillermine de Bohemia, a fines del siglo XIII, afirmaba que la redención de Cristo no había alcanzado a la mujer, y que Eva aún no había sido salvada. Creó una iglesia de mujeres a la que acudían tanto mujeres del pueblo como burguesas y aristócratas. La secta fue denunciada por la inquisición a comienzos del siglo XIV. Aunque las posiciones de las doctrinas heréticas sobre la naturaleza y la posición de la mujer eran muy confusas, les conferían una dignidad y un escape emocional e intelectual que difícilmente podían encontrar en otro espacio público. El movimiento de renovación religiosa que fue la Reforma protestante significó la posibilidad de un cambio en el estado de la polémica. Al afirmar la primacía de la conciencia-individuo y el sacerdocio universal de todos los verdaderos creyentes frente a la relación jerárquica con Dios, abría de par en par las puertas al interrogante femenino: ¿por qué nosotras no? Paradójicamente el protestantismo acabó reforzando la autoridad patriarcal, ya que se necesitaba un sustituto para la debilitada autoridad del sacerdote y del rey. Por mucho que la Reforma supusiese una mayor dignificación del papel de la mujer-esposa-compañera, el padre se convertía en el nuevo e inapelable intérprete de las Escrituras, dios-rey del hogar. Sin embargo, y como ya sucediera con las herejías medievales y renacentistas, la propia lógica de estas tesis llevó a la formación de grupos más radicales. Especialmente en Inglaterra, la pujanza del movimiento puritano, ya a mediados del siglo XVII, dio lugar a algunas sectas que, como los cuáqueros, desafiaron claramente la prohibición del apóstol Pablo. Estas sectas incluyeron a las mujeres como predicadoras y admitían que el espíritu pudiese expresarse a través de ellas. Algunas mujeres encontraron una interesante vía para desplegar su individualidad: "El espíritu podía inducir a una mujer al celibato, o a fiar el derecho de su marido a gobernar la conciencia de ella, o bien indicarle dónde debía rendir culto. Los espíritus tenían poca consideración por el respeto debido al patriarcado terrenal; sólo reconocían el poder de Dios". Entonces se las acusó de pactar con el demonio. Las frecuentes acusaciones de brujería contra las mujeres individualistas a lo largo de estos siglos, y su consiguiente quema, fue el justo contrapeso "divino" a quienes desafiaban el poder patriarcal. En la Francia del siglo XVII, los salones comenzaban su andadura como espacio público capaz de generar nuevas normas y valores sociales. En los salones, las mujeres tenían una notable presencia y protagonizaron el movimiento literario y social conocido como preciosismo. Las preciosas, que declaran preferir la aristocracia del espíritu a la de la sangre, revitalizaron la lengua francesa e impusieron nuevos estilos amorosos; establecieron pues sus normativas en un terreno en el que las mujeres rara vez habían decidido. Para Oliva Blanco, la especificidad de la aportación de los salones del XVII al feminismo radica en que "gracias a ellos la 'querelle féministe' deja de ser coto privado de teólogos y moralistas y pasa a ser un tema de opinión pública". Sin embargo, tal y como sucedía con la Ilustración sofística, seguramente hoy se conoce mejor la reacción patriarcal a este fenómeno, reacción bien simbolizada en obras tan espeluznantemente misóginas como Las mujeres sabias de Molière y La culta latiniparla de Quevedo. 
2.-Feminismo moderno a) Las raíces ilustradas y la Revolución Francesa Diferentes autoras, como Geneviève Fraisse y Celia Amorós, han coincidido en señalar la obra del filósofo cartesiano Poulain de la Barre y los movimientos de mujeres y feministas que tuvieron lugar durante la Revolución Francesa como dos momentos clave -teórico uno, práctico el otro- en la articulación del feminismo moderno. Así, en el texto de Poulain de la Barre titulado Sobre la igualdad de los sexos y publicado en 1673 -en pleno auge del movimiento de preciosas- sería la primera obra feminista que se centra explícitamente en fundamentar la demanda de igualdad sexual. Fraisse ha señalado que con esta obra estaríamos asistiendo a un verdadero cambio en el estatuto epistemológico de la controversia o "guerra entre los sexos": "la comparación entre el hombre y la mujer abandona el centro del debate, y se hace posible una reflexión sobre la igualdad". Por su parte, Amorós encuadra la obra de Poulain en el contexto más amplio de la Ilustración. Aun reconociendo el carácter pionero y específico de la obra, ésta forma parte de un continuo feminista que se caracteriza por radicalizar o universalizar la lógica de la razón, racionalista primero e ilustrada después. Asimismo, mantiene que el feminismo como cuerpo coherente de vindicaciones y como proyecto político capaz de constituir un sujeto revolucionario colectivo, sólo puede articularse teóricamente a partir de premisas ilustradas: premisas que afirman que todos los hombres nacen libres e iguales y, por tanto, con los mismos derechos. Aun cuando las mujeres queden inicialmente fuera del proyecto igualatorio -tal y como sucedió en la susodicha Francia revolucionaria y en todas las democracias del siglo XIX y buena parte del XX-, la demanda de universalidad que caracteriza a la razón ilustrada puede ser utilizada para irracionalizar sus usos interesados e ilegítimos, en este caso patriarcales. En este sentido, afirma que el feminismo supone la efectiva radicalización de proyecto igualitario ilustrado. La razón ilustrada, razón fundamentalmente crítica, posee la capacidad de volver sobre sí misma y detectar sus propias contradicciones. Y así la utilizaron las mujeres de la Revolución Francesa cuando observaron con estupor cómo el nuevo Estado revolucionario no encontraba contradicción alguna en pregonar a los cuatro vientos la igualdad universal y dejar sin derechos civiles y políticos a todas las mujeres. En la Revolución Francesa veremos aparecer no sólo el fuerte protagonismo de las mujeres en los sucesos revolucionarios, sino la aparición de las más contundentes demandas de igualdad sexual. La convocatoria de los Estados Generales por parte de Luis XVI se constituyó en el prólogo de la revolución. Los tres estados -nobleza, clero y pueblo- se reunieron a redactar sus quejas para presentarlas al rey. Las mujeres quedaron excluidas, y comenzaron a redactar sus propios "cahiers de doléance". Con ellos, las mujeres, que se autodenominaron "el tercer Estado del tercer Estado", mostraron su clara conciencia de colectivo oprimido y del carácter "interestamental" de su opresión. Tres meses después de la toma de la Bastilla, las mujeres parisinas protagonizaron la crucial marcha hacia Versalles, y trasladaron al rey a París, donde le sería más difícil evadir los grandes problemas del pueblo. Como comenta Paule-Marie Duhet, en su obra Las mujeres y la Revolución, una vez que las mujeres habían sentado el precedente de iniciar un movimiento popular armado, no iban a cejar en su afán de no ser retiradas de la vida política. Pronto se formaron clubes de mujeres, en los que plasmaron efectivamente su voluntad de participación. Uno de los más importantes y radicales fue el dirigido por Claire Lecombe y Pauline Léon: la Société Républicaine Révolutionnaire. Impulsadas por su auténtico protagonismo y el reconocimiento público del mismo, otras mujeres como Théroigne de Méricourt no dudaron en defender y ejercer el derecho a formar parte del ejército. Sin embargo, pronto se comprobó que una cosa era que la República agradeciese y condecorase a las mujeres por los servicios prestados y otra que estuviera dispuesta a reconocerles otra función que la de madres y esposas (de los ciudadanos). En consecuencia, fue desestimada la petición de Condorcet de que la nueva República educase igualmente a las mujeres y los varones, y la misma suerte corrió uno de los mejores alegatos feministas de la época, su escrito de 1790 Sobre la admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía. Seguramente uno de los momentos más lúcidos en la paulatina toma de conciencia feminista de las mujeres está en la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, en 1791. Su autora fue Olympe de Gouges, una mujer del pueblo y de tendencias políticas moderadas, que dedicó la declaración a la reina María Antonieta, con quien finalmente compartiría un mismo destino bajo la guillotina. Este es su veredicto sobre el hombre: "Extraño, ciego, hinchado de ciencias y degenerado, en este siglo de luces y de sagacidad, en la ignorancia más crasa, quiere mandar como un déspota sobre un sexo que recibió todas las facultades intelectuales y pretende gozar de la revolución y reclamar sus derechos a la igualdad, para decirlo de una vez por todas". En 1792, la inglesa Mary Wollstonecraft redactará en pocas semanas la célebre Vindicación de los derechos de la mujer. Las mujeres habían comenzado exponiendo sus reivindicaciones en los cuadernos de quejas y terminan afirmando orgullosamente sus derechos. La transformación respecto a los siglos anteriores, como acertadamente ha sintetizado Fraisse, significa el paso del gesto individual al movimiento colectivo: la querella es llevada a la plaza pública y toma la forma de un debate democrático: se convierte por vez primera de forma explícita en una cuestión política. Sin embargo, la Revolución Francesa supuso una amarga y seguramente inesperada, derrota para el feminismo. Los clubes de mujeres fueron cerrados por los jacobinos en 1793, y en 1794 se prohibió explícitamente la presencia de mujeres en cualquier tipo de actividad política. Las que se habían significado en su participación política, fuese cual fuese su adscripción ideológica, compartieron el mismo final: la guillotina o el exilio. Las más lúgubres predicciones se habían cumplido ampliamente: las mujeres no podían subir a la tribuna, pero sí al cadalso. ¿Cuál era su falta? La prensa revolucionaria de la época lo explica muy claramente: habían transgredido las leyes de la naturaleza abjurando su destino de madres y esposas, queriendo ser "hombres de Estado". El nuevo código civil napoleónico, cuya extraordinaria influencia ha llegado prácticamente a nuestros días, se encargaría de plasmar legalmente dicha "ley natural". b) Feminismo decimonónico En el siglo XIX, el siglo de los grandes movimientos sociales emancipatorios, el feminismo aparece, por primera vez, como un movimiento social de carácter internacional, con una identidad autónoma teórica y organizativa. Además, ocupará un lugar importante en el seno de los otros grandes movimientos sociales, los diferentes socialismos y el anarquismo. Estos movimientos heredaron en buena medida las demandas igualitarias de la Ilustración, pero surgieron para dar respuesta a los acuciantes problemas que estaban generando la revolución industrial y el capitalismo. El desarrollo de las democracias censitarias y el decisivo hecho de la industrialización suscitaron enormes expectativas respecto al progreso de la humanidad, y se llegó a pensar que el fin de la escasez material estaba cercano. Sin embargo, estas esperanzas chocaron frontalmente con la realidad. Por un lado, a las mujeres se les negaban los derechos civiles y políticos más básicos, segando de sus vidas cualquier atisbo de autonomía personal. Por otro, el proletariado -y lógicamente las mujeres proletarias- quedaba totalmente al margen de la riqueza producida por la industria, y su situación de degradación y miseria se convirtió en uno de los hechos más sangrantes del nuevo orden social. Estas contradicciones fueron el caldo de cultivo de las teorías emancipadoras y los movimientos sociales del XIX. c) El movimiento sufragista Como se señala habitualmente, el capitalismo alteró las relaciones entre los sexos. El nuevo sistema económico incorporó masivamente a las mujeres proletarias al trabajo industrial -mano de obra más barata y sumisa que los varones-, pero, en la burguesía, la clase social ascendente, se dio el fenómeno contrario. Las mujeres quedaron enclaustradas en un hogar que era, cada vez más, símbolo del status y éxito laboral del varón. Las mujeres, mayormente las de burguesía media, experimentaban con creciente indignación su situación de propiedad legal de sus maridos y su marginación de la educación y las profesiones liberales, marginación que, en muchas ocasiones, las conducía inevitablemente, si no contraían matrimonio, a la pobreza. En este contexto, las mujeres comenzaron a organizarse en torno a la reivindicación del derecho al sufragio, lo que explica su denominación como sufragistas. Esto no debe entenderse nunca en el sentido de que ésa fuese su única reivindicación. Muy al contrario, las sufragistas luchaban por la igualdad en todos los terrenos apelando a la auténtica universalización de los valores democráticos y liberales. Sin embargo, y desde un punto de vista estratégico, consideraban que, una vez conseguido el voto y el acceso al parlamento, podrían comenzar a cambiar el resto de las leyes e instituciones. Además, el voto era un medio de unir a mujeres de opiniones políticas muy diferentes. Su movimiento era de carácter interclasista, pues consideraban que todas las mujeres sufrían en cuanto mujeres, e independientemente de su clase social, discriminaciones semejantes. En Estados Unidos, el movimiento sufragista estuvo inicialmente muy relacionado con el movimiento abolicionista. Gran número de mujeres unieron sus fuerzas para combatir en la lucha contra la esclavitud y, como señala Sheyla Rowbotham, no sólo aprendieron a organizarse, sino a observar las similitudes de su situación con la de esclavitud. En 1848, en el Estado de Nueva York, se aprobó la Declaración de Seneca Falls, uno de los textos fundacionales del sufragismo. Los argumentos que se utilizan para vindicar la igualdad de los sexos son de corte ilustrado: apelan a la ley natural como fuente de derechos para toda la especie humana, y a la razón y al buen sentido de la humanidad como armas contra el prejuicio y la costumbre. También cabe señalar de nuevo la importancia del trasfondo individualista de la religión protestante; como ha señalado Richard Evans: "La creencia protestante en el derecho de todos los hombres y mujeres a trabajar individualmente por su propia salvación proporcionaría una seguridad indispensable, y a menudo realmente una auténtica inspiración, a muchas, si no a casi todas las luchadoras de las campañas feministas del siglo XIX". Elizabeth Cady Stanton, la autora de La Biblia de las mujeres, y Susan B. Anthony, fueron dos de las más significativas sufragistas estadounidenses. En Europa, el movimiento sufragista inglés fue el más potente y radical. Desde 1866, en que el diputado John Stuart Mill, autor de La sujeción de la mujer, presentó la primera petición a favor del voto femenino en el Parlamento, no dejaron de sucederse iniciativas políticas. Sin embargo, los esfuerzos dirigidos a convencer y persuadir a los políticos de la legitimidad de los derechos políticos de las mujeres provocaban burlas e indiferencia. En consecuencia, el movimiento sufragista dirigió su estrategia a acciones más radicales. Aunque, como bien ha matizado Rowbotham: "las tácticas militantes de la Unión habían nacido de la desesperación, después de años de paciente constitucionalismo". Las sufragistas fueron encarceladas, protagonizaron huelgas de hambre y alguna encontró la muerte defendiendo su máxima: "votos para las mujeres". Tendría que pasar la Primera Guerra Mundial y llegar el año 1928 para que las mujeres inglesas pudiesen votar en igualdad de condiciones. d) El feminismo socialista El socialismo como corriente de pensamiento siempre ha tenido en cuenta la situación de las mujeres a la hora de analizar lo sociedad y proyectar el futuro. Esto no significa que el socialismo sea necesariamente feminista, sino que en el siglo XIX comenzaba a resultar difícil abanderar proyectos igualitarios radicales sin tener en cuenta a la mitad de la humanidad. Los socialistas utópicos fueron los primeros en abordar el tema de la mujer. El nervio de su pensamiento, como el de todo socialismo, arranca de la miserable situación económica y social en que vivía la clase trabajadora. En general, proponen la vuelta a pequeñas comunidades en que pueda existir cierta autogestión -los falansterios de Fourier- y se desarrolle la cooperación humana en un régimen de igualdad que afecte también a los sexos. Sin embargo, y a pesar de reconocer la necesidad de independencia económica de las mujeres, a veces no fueron lo suficientemente críticos con la división sexual del trabajo. Aun así, su rechazo a la sujeción de las mujeres tuvo gran impacto social, y la tesis de Fourier de que la situación de las mujeres era el indicador clave del nivel de progreso y civilización de una sociedad fue literalmente asumida por el socialismo posterior. Flora Tristán en su obra Unión obrera (1843) dedica un capítulo a exponer la situación de las mujeres. Tristán mantiene que "todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer". En sus proyectos de reforma, la educación de las mujeres resulta crucial para el progreso de las clases trabajadoras, aunque, eso sí, debido a la influencia que como madres, hijas, esposas, etc., tienen sobre los varones. Para Tristán, las mujeres "lo son todo en la vida del obrero", lo que no deja de suponer una acrítica asunción de la división sexual del trabajo. Desde otro punto de vista, entre los seguidores de Saint-Simon y Owen cundió la idea de que el poder espiritual de los varones se había agotado y la salvación de la sociedad sólo podía proceder de lo "femenino". En algunos grupos, incluso, se inició la búsqueda de un nuevo mesías femenino. Tal vez la aportación más específica del socialismo utópico resida en la gran importancia que concedían a la transformación de la institución familiar. Condenaban la doble moral y consideraban el celibato y el matrimonio indisoluble como instituciones represoras y causa de injusticia e infelicidad. De hecho, como señalara en su día John Stuart Mill, a ellos cabe el honor de haber abordado sin prejuicios temas con los que no se atrevían otros reformadores sociales de la época. e) Socialismo marxista A mediados del siglo XIX comenzó a imponerse en el movimiento obrero el socialismo de inspiración marxista o "científico". El marxismo articuló la llamada "cuestión femenina" en su teoría general de la historia y ofreció una nueva explicación del origen de la opresión de las mujeres y una nueva estrategia para su emancipación. Tal y como desarrolló Friedrich Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, obra publicada en 1884, el origen de la sujeción de las mujeres no estaría en causas biológicas -la capacidad reproductora o la constitución física- sino sociales. En concreto, en la aparición de la propiedad privada y la exclusión de las mujeres de la esfera de la producción social. En consecuencia, de este análisis se sigue que la emancipación de las mujeres irá ligada a su retorno a la producción y a la independencia económica. Este análisis, por el que se apoyaba la incorporación de las mujeres a la producción, no dejó de tener numerosos detractores en el propio ámbito socialista. Se utilizaban diferentes argumentos para oponerse al trabajo asalariado de las mujeres: la necesidad de proteger a las obreras de la sobreexplotación de que eran objeto, el elevado índice de abortos y mortalidad infantil, el aumento del desempleo masculino, el descenso de los salarios... Pero como señaló Auguste Bebel en su célebre obra La mujer y el socialismo, también se debía a que, a pesar de la teoría, no todos los socialistas apoyaban la igualdad de los sexos: “No se crea que todos los socialistas sean emancipadores de la mujer; los hay para quienes la mujer emancipada es tan antipática como el socialismo para los capitalistas”. Por otro lado, el socialismo insistía en las diferencias que separaban a las mujeres de las distintas clases sociales. Así, aunque las socialistas apoyaban tácticamente las demandas sufragistas, también las consideraban enemigas de clase y las acusaban de olvidar la situación de las proletarias, lo que provocaba la desunión de los movimientos. Además, la relativamente poderosa infraestructura con que contaban las feministas burguesas y la fuerza de su mensaje calaba en las obreras llevándolas a su lado. Lógicamente, una de las tareas de las socialistas fue la de romper esa alianza. Alejandra Kollontai, bolchevique y feminista, relata en sus Memorias algunas de sus estrategias desde la clandestinidad. En diciembre de 1908 tuvo lugar en San Petersburgo, y convocado por las feministas "burguesas", el Primer Congreso Femenino de todas las Rusias. Kollontai no pudo asistir, porque pesaba una orden de detención sobre ella, pero pudo preparar la intervención de un grupo de obreras. Estas tomaron la palabra para señalar la especificidad de la problemática de las mujeres trabajadoras, y cuando se propuso la creación de un centro femenino interclasista, abandonaron ostentosamente el congreso. Sin embargo, y a pesar de sus lógicos enfrentamientos con las sufragistas, existen numerosos testimonios del dilema que les presentaba a las mujeres socialistas. Aunque suscribían la tesis de que la emancipación de las mujeres era imposible en el capitalismo -explotación laboral, desempleo crónico, doble jornada, etc.- eran conscientes de que para sus camaradas y para la dirección del partido la "cuestión femenina" no era precisamente prioritaria. Más bien se la consideraba una mera cuestión de superestructura, que se solucionaría automáticamente con la socialización de los medios de producción, y, en el peor de los casos, "una desviación peligrosa hacia el feminismo". Esto no impidió que las mujeres socialistas se organizaran dentro de sus propios partidos; se reunían para discutir sus problemas específicos y crearon, a pesar de que la ley les prohibía afiliarse a partidos, organizaciones femeninas. Los cimientos de un movimiento socialista femenino realmente fueron puestos por la alemana Clara Zetkin (1854-1933), quien dirigió la revista femenina Die Gliechhteit (Igualdad) y llegó a organizar una Conferencia Internacional de Mujeres en 1907. El socialismo marxista también prestó atención a la crítica de la familia y la doble moral, y relacionó la explotación económica y sexual de la mujer. En este sentido, es imprescindible remitirse a la obra que Kollontai escribe ya a principios del siglo XX. Kollontai puso en un primer plano teórico la igualdad sexual y mostró su interrelación con el triunfo de la revolución socialista. Pero también fue ella misma, ministra durante sólo seis meses en el primer gobierno de Lenin, quien dio la voz de alarma sobre el rumbo preocupante que iba tomando la revolución feminista en la Unión Soviética. La igualdad de los sexos se había establecido por decreto, pero no se tomaban medidas específicas, tal y como ella postulaba, contra lo que hoy llamaríamos la ideología patriarcal. f) Movimiento anarquista El anarquismo no articuló con tanta precisión teórica como el socialismo la problemática de la igualdad entre los sexos, e incluso cabe destacar que un anarquista de la talla de Pierre J. Proudhom (1809-1865) mantuvo tranquilamente posturas antiigualitarias extremas. Estas son sus palabras: “Por mi parte, puedo decir que, cuanto más pienso en ello, menos me explico el destino de la mujer fuera de la familia y el hogar. Cortesana o ama de llaves (ama de llaves, digo, y no criada); yo no veo término medio”. Sin embargo, el anarquismo como movimiento social contó con numerosas mujeres que contribuyeron a la lucha por la igualdad. Una de las ideas más recurrentes entre las anarquistas -en consonancia con su individualismo- era la de que las mujeres se liberarían gracias a su "propia fuerza" y esfuerzo individual. Así lo expresó, ya entrado el siglo XX, Emma Goldman (1869-1940), para quien poco vale el acceso al trabajo asalariado si las mujeres no son capaces de vencer todo el peso de la ideología tradicional en su interior. Así, el énfasis puesto en vivir de acuerdo con las propias convicciones propició auténticas revoluciones en la vida cotidiana de mujeres que, orgullosas, se autodesignaban "mujeres libres". Consideraban que la libertad era el principio rector de todo y que las relaciones entre los sexos han de ser absolutamente libres. Su rebelión contra la jerarquización, la autoridad y el Estado, las llevaba, por un lado y frente a las sufragistas, a minimizar la importancia del voto y las reformas institucionales; por otro, veían como un peligro enorme lo que a su juicio proponían los comunistas: la regulación por parte del Estado de la procreación, la educación y el cuidado de los niños. Vamos a hacer recapitulación, viendo la Cronología de lo anteriormente citado, antes de entrar en el Feminismo Contemporáneo: 1743 Condorcet publica Bosquejo de una tabla histórica de los progresos del espíritu humano 1791 Olimpia de Gouges publica la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana 1792 Mary Wollstonecraft publica Vindicación de los Derechos de la Mujer 1843 Flora Tristán publica La Unión Obrera 1848 Declaración de Seneca Falls (Nueva York) 1869 Wyoming es el primer estado de EE.UU. en otorgar el derecho de voto femenino 1869 John Stuart Mill publica El sometimiento de la mujer 1879 August Bebel publica La mujer y el socialismo 1884 Friedrich Engels escribe El origen de la familia, la propiedad privada y el estado 1893 Nueva Zelanda es el primer país que concede el derecho de sufragio a las mujeres 1897 Lydia Becker y Millicent Fawcet fundan la Unión Nacional de Sociedades para el Sufragio de la Mujer (National Union of Women's Suffrage Societies - NUWSS). 1903 Emmeline Pankhurst y sus seguidoras abandonan la NUWSS y forman la Unión Política y Social de las Mujeres (Women's Social and Political Union - WSPU) 1906 Finlandia, primer país europeo que otorga el sufragio femenino 1907 Bajo la presidencia de Clara Zetkin, se reúne la I Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas 1912 En España se aprueba la denominada "ley de la silla" 1913 El Parlamento británico apueba la "ley del gato y el ratón" (Cat and Mouse Act) 1917 Jeanette Rankin, primera mujer elegida miembro del Congreso de los Estados Unidos 1918 Se funda en Madrid la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME) 1918 El Parlamento británico aprueba una ley electoral que otorga el sufragio a las mujeres mayores de 30 años 1920 Se aprueba la XIX enmienda a la Constitución de EE.UU. por la que todas las mujeres mayores de edad obtienen el derecho de voto 1931 La Constitución española de la II República otorga el derecho de sufragio a las mujeres mayores de edad 1945 Las mujeres consiguen el derecho de voto en Francia e Italia 3. "Neofeminismo: los años sesenta y setenta”. (Ana de Miguel/Creatividad Feminista, recibido a través deModemmujer). a) Neofeminismo La consecución del voto y todas las reformas que trajo consigo habían dejado relativamente tranquilas a las mujeres; sus demandas habían sido satisfechas, vivían en una sociedad legalmente cuasi-igualitaria y la calma parecía reinar en la mayoría de los hogares. Sin embargo, debía ser una calma un tanto enrarecida, pues se acercaba un nuevo despertar de este movimiento social. La obra de Simone de Beauvoir es la referencia fundamental del cambio que se avecina. Tanto su vida como su obra son paradigmáticas de las razones de un nuevo resurgir del movimiento. Tal y como ha contado la propia Simone, hasta que emprendió la redacción de El segundo sexo apenas había sido consciente de sufrir discriminación alguna por el hecho de ser una mujer. La joven filósofa, al igual que su compañero Jean Paul Sartre, había realizado una brillante carrera académica, e inmediatamente después ingresó por oposición -también como él- a la carrera docente. ¿Dónde estaba, pues, la desigualdad, la opresión? Iniciar la contundente respuesta del feminismo contemporáneo a este interrogante es la impresionante labor llevada a cabo en los dos tomos de El segundo sexo (1949). Al mismo tiempo que pionera, Simone de Beauvoir constituye un brillante ejemplo de cómo la teoría feminista supone una transformación revolucionaria de nuestra comprensión de la realidad. Y es que no hay que infravalorar las dificultades que experimentaron las mujeres para descubrir y expresar los términos de su opresión en la época de la "igualdad legal". Esta dificultad fue retratada con infinita precisión por la estadounidense Betty Friedan: el problema de las mujeres era el "problema que no tiene nombre", y el objeto de la teoría y la práctica feministas fue, justamente, el de nombrarlo. Friedan, en su también voluminosa obra, La mística de la feminidad (1963), analizó la profunda insatisfacción de las mujeres estadounidenses consigo mismas y su vida, y su traducción en problemas personales y diversas patologías autodestructivas: ansiedad, depresión, alcoholismo. Sin embargo, el problema es para ella un problema político: "la mística de la feminidad" -reacción patriarcal contra el sufragismo y la incorporación de las mujeres a la esfera pública durante la Segunda Guerra Mundial-, que identifica mujer con madre y esposa, con lo que cercena toda posibilidad de realización personal y culpabiliza a todas aquellas que no son felices viviendo solamente para los demás. b) Feminismo liberal Betty Friedan contribuyó a fundar en 1966 la que ha llegado a ser una de las organizaciones feministas más poderosas de Estados Unidos, y sin duda la máxima representante del feminismo liberal, la Organización Nacional para las Mujeres (NOW). El feminismo liberal se caracteriza por definir la situación de las mujeres como una de desigualdad -y no de opresión y explotación- y por postular la reforma del sistema hasta lograr la igualdad entre los sexos. Las liberales comenzaron definiendo el problema principal de las mujeres como su exclusión de la esfera pública, y propugnaban reformas relacionadas con la inclusión de las mismas en el mercado laboral. También desde el principio tuvieron una sección destinada a formar y promover a las mujeres para ocupar puestos públicos. Pero bien pronto, la influencia del feminismo radical empujó a las más jóvenes hacia la izquierda. Ante el malestar y el miedo a los sectores más conservadores, Betty Friedan declara que: "En el futuro, la gente que piensa que NOW es demasiado activista tendrá menos peso que la juventud". Así, terminaron abrazando la tesis de lo personal es político -cuando Friedan había llegado a quejarse de que las radicales convertían la lucha política en una "guerra de dormitorio"- y la organización de grupos de autoconciencia, dos estandartes básicos del feminismo radical y que inicialmente rechazaban. Más tarde, con el declive del feminismo radical en Estados Unidos, el reciclado "feminismo liberal" cobró un importante protagonismo hasta haber llegado a convertirse, a juicio de Echols, "en la voz del feminismo como movimiento político". Sin embargo, fue al feminismo radical, caracterizado por su aversión al liberalismo, a quien correspondió el verdadero protagonismo en las décadas de los sesenta y setenta. c) Surgimiento del feminismo radical: "feministas políticas" y "feministas" Los sesenta fueron años de intensa agitación política. Las contradicciones de un sistema que tiene su legitimación en la universalidad de sus principios, pero que en realidad es sexista, racista, clasista e imperialista, motivaron a la formación de la llamada Nueva Izquierda y diversos movimientos sociales radicales como el movimiento antirracista, el estudiantil, el pacifista y, claro está, el feminista. La característica distintiva de todos ellos fue su marcado carácter contracultural: no estaban interesados en la política reformista de los grandes partidos, sino en forjar nuevas formas de vida -que prefigurasen la utopía comunitaria de un futuro que divisaban a la vuelta de la esquina- y, cómo no, al hombre nuevo. Y tal como hemos venido observando hasta ahora a lo largo de la historia, muchas mujeres entraron a formar parte de este movimiento de emancipación. En buena medida, la génesis del Movimiento de Liberación de la Mujer hay que buscarla en su creciente descontento con el papel que jugaban en aquél. Así describe Robin Morgan lo que fue una experiencia generalizada de mujeres: "Comoquiera que creíamos estar metidas en la lucha para construir una nueva sociedad, fue para nosotras un lento despertar y una deprimente constatación descubrir que realizábamos el mismo trabajo en el movimiento que fuera de él: pasando a máquina los discursos de los varones, haciendo café pero no política, siendo auxiliares de los hombres, cuya política, supuestamente, reemplazaría al viejo orden". De nuevo fue a través del activismo político junto a los varones, como en su día las sufragistas en la lucha contra el abolicionismo, como las mujeres tomaron conciencia de la peculiaridad de su opresión. Puesto que el hombre nuevo se hacía esperar, la mujer nueva -de la que tanto hablara Kollontai a principios de siglo- decidió comenzara reunirse por su cuenta. La primera decisión política del feminismo fue la de organizarse en forma autónoma, separarse de los varones, decisión con la que se constituyó el Movimiento de Liberación de la Mujer. Tal y como señala Echols, si bien todas estaban de acuerdo en la necesidad de separarse de los varones, disentían respecto a la naturaleza y el fin de la separación. Así se produjo la primera gran escisión dentro del feminismo radical: la que dividió a las feministas en "políticas" y "feministas". Todas ellas forman inicialmente parte del feminismo radical por su posición antisistema y por su afán de distanciarse del feminismo liberal, pero sus diferencias son una referencia fundamental para entender el feminismo de la época. En un principio, las "políticas" fueron mayoría, pero a partir del 68 muchas fueron haciéndose más feministas para, finalmente, quedar en minoría. Para las "políticas", la opresión de las mujeres deriva del capitalismo o del Sistema (con mayúsculas), por lo que los grupos de liberación debían permanecer conectados y comprometidos con el Movimiento; en realidad, consideraban el feminismo un ala más de la izquierda. Suele considerarse que a ellas, a su experiencia y a sus conexiones se debieron muchos de los éxitos organizativos del feminismo, pero lógicamente también traían su servidumbre ideológica. Las "feministas" se manifestaban contra la subordinación a la izquierda, ya que identificaban a los varones como los beneficiarios de su dominación. No eran, ni mucho menos, antiizquierda, pero sí muy críticas con su recalcitrante sexismo y la tópica interpretación del feminismo en un abanico de posibilidades que iba de su mera consideración como cuestión periférica a la más peligrosa calificación de contrarrevolucionario. Las interminables y acaloradas discusiones entorno a cuál era la contradicción o el enemigo principal caracterizaron el desarrollo del neofeminismo no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa y España. La lógica de los debates siempre ha sido similar: mientras las más feministas pugnaban por hacer entender a las políticas que la opresión de las mujeres no es solamente una simple consecuencia del Sistema, sino un sistema específico de dominación en que la mujer es definida en términos del varón, las políticas no podían dejar de ver a los varones como víctimas del sistema y de enfatizar el no enfrentamiento con éstos. Además, volviendo al caso concreto de Estados Unidos, las políticas escondían un miedo que ha pesado siempre sobre las mujeres de la izquierda: el de que los compañeros varones, depositarios del poder simbólico para dar o quitar denominaciones de origen "progresista", interpretasen un movimiento sólo de mujeres como reaccionario o liberal. De hecho, es muy aleccionador reparar en que, a la hora de buscar "denominación", el término "feminista" fue inicialmente repudiado por algunas radicales. 
El problema estaba en que lo asociaban con la que consideraban la primera ola del feminismo, el movimiento sufragista, al que despreciaban como burgués y reformista. Sulamith Firestone, indiscutible teórica y discutida líder de varios grupos radicales, fue la primera en atreverse a reivindicar el sufragismo afirmando que era un movimiento radical y que "su historia había sido enterrada por razones políticas". Finalmente llegó la separación, y el nombre de feminismo radical pasó a designar únicamente a los grupos y las posiciones teóricas de las "feministas ". d) Feminismo radical El feminismo radical norteamericano se desarrolló entre los años 1967 y 1975, y a pesar de la rica heterogeneidad teórica y práctica de los grupos en que se organizó, parte de unos planteamientos comunes. Respecto a los fundamentos teóricos, hay que citar dos obras fundamentales: Política sexual de Kate Millet y La dialéctica de la sexualidad de Sulamit Firestone, publicadas en el año 1970. Armadas de las herramientas teóricas del marxismo, el psicoanálisis y el anticolonialismo, estas obras acuñaron conceptos fundamentales para el análisis feminista como el de patriarcado, género y casta sexual. El patriarcado se define como un sistema de dominación sexual que se concibe, además, como el sistema básico de dominación sobre el que se levanta el resto de las dominaciones, como la de clase y raza. El género expresa la construcción social de la feminidad y la casta sexual alude a la común experiencia de opresión vivida por todas las mujeres. Las radicales identificaron como centros de la dominación patriarcal esferas de la vida que hasta entonces se consideraban "privadas". A ellas corresponde el mérito de haber revolucionado la teoría política al analizar las relaciones de poder que estructuran la familia y la sexualidad; lo sintetizaron en un slogan: lo personal es político. Consideraban que los varones, todos los varones y no sólo una élite, reciben beneficios económicos, sexuales y psicológicos del sistema patriarcal, pero en general acentuaban la dimensión psicológica de la opresión. Así lo refleja el manifiesto fundacional de las New York Radical Feminist (1969), Politics of the Ego, donde se afirma: “Pensamos que el fin de la dominación masculina es obtener satisfacción psicológica para su ego, y que sólo secundariamente esto se manifiesta en las relaciones económicas”. Una de las aportaciones más significativas del movimiento feminista radical fue la organización en grupos de autoconciencia. Esta práctica comenzó en el New York Radical Women (1967), y fue Sarachild quien le dio el nombre de "consciousness-raising". Consistía en que cada mujer del grupo explicase las formas en que experimentaba y sentía su opresión. 
El propósito de estos grupos era "despertar la conciencia latente que... todas las mujeres tenemos sobre nuestra opresión", para propiciar "la reinterpretación política de la propia vida" y poner las bases para su transformación. Con la autoconciencia también se pretendía que las mujeres de los grupos se convirtieran en auténticas expertas en su opresión: estaban construyendo la teoría desde la experiencia personal y no desde el filtro de las ideologías previas. Otra función importante de estos grupos fue la de contribuir a la revalorización de la palabra y las experiencias de un colectivo sistemáticamente subordinado y humillado a lo largo de la historia. Así lo ha señalado Válcarcel comentando algunas de las obras clásicas del feminismo: “el movimiento feminista debe tanto a estas obras escritas como a una singular organización: los grupos de encuentro, en que sólo mujeres desgranaban, turbada y parsimoniosamente, semana a semana, la serie de sus. humillaciones, que intentan comprender como parte de una estructura teorizable". 
Sin embargo, los diferentes grupos de radicales variaban en su apreciación de esta estrategia. Según la durísima apreciación de Mehrhof, miembro de las Redstockings (1969): "la autoconciencia tiene la habilidad de organizar gran número de mujeres, pero de organizarlas para nada". Hubo acalorados debates internos, y finalmente autoconciencia-activismo se configuraron como opciones opuestas. El activismo de los grupos radicales fue, en más de un sentido, espectacular. Espectaculares por multitudinarias fueron las manifestaciones y marchas de mujeres, pero aún más eran los lúcidos actos de protesta y sabotaje que ponían en evidencia el carácter de objeto y mercancía de la mujer en el patriarcado. Con actos como la quema pública de sujetadores y corsés, el sabotaje de comisiones de expertos sobe el aborto formada por ¡catorce varones y una mujer (monja)!, o la simbólica negativa de la carismática Ti-Grace Atkinson a dejarse fotografiar en público al lado de un varón, las radicales consiguieron que la voz del feminismo entrase en todos y cada uno de los hogares estadounidenses. Otras actividades no tan espectaculares, pero de consecuencias enormemente beneficiosas para las mujeres, fueron la creación de centros alternativos de ayuda y autoayuda. Las feministas no sólo crearon espacios propios para estudiar y organizarse, sino que desarrollaron una salud y una ginecología no patriarcales, animando a las mujeres a conocer su propio cuerpo. También se fundaron guarderías, centros para mujeres maltratadas, centros de defensa personal y un largo etcétera. Tal y como se desprende de los grupos de autoconciencia, otra característica común de los grupos radicales fue el exigente impulso igualitarista y antijerárquico: ninguna mujer está por encima de otra. En realidad, las líderes estaban mal vistas, y una de las constantes organizativas era poner reglas que evitasen el predominio de las más dotadas o preparadas. Así es frecuente escuchar a las líderes del movimiento, que sin duda existían, o a quienes actuaban como portavoces, "pedir perdón a nuestras hermanas por hablar por ellas". Esta forma de entender la igualdad trajo muchos problemas a los grupos: uno de los más importantes fue el problema de admisión de nuevas militantes. Las nuevas tenían que aceptar la línea ideológica y estratégica del grupo, pero una vez dentro ya podían, y de hecho así lo hacían frecuentemente, comenzar a cuestionar el manifiesto fundacional. El resultado era un estado de permanente debate interno, enriquecedor para las nuevas, pero tremendamente cansino para las veteranas. El igualitarismo se traducía en que mujeres sin la más mínima experiencia política y recién llegadas al feminismo se encontraban en la situación de poder criticar duramente por "elitista" a una líder con la experiencia militante y la potencia teórica de Sulamith Firestone. Incluso se llegó a recelar de las teóricas sospechando que instrumentaban el movimiento para hacerse famosas. El caso es que la mayor parte de las líderes fueron expulsadas de los grupos que habían fundado. Jo Freeman supo reflejar esta experiencia personal en su obra La tiranía de la falta de estructuras (En la fotografía). Echols ha señalado esta negación de la diversidad de las mujeres como una de las causas del declive del feminismo radical. La tesis de la hermandad o sororidad de todas las mujeres unidas por una experiencia común también se vio amenazada por la polémica aparición dentro de los grupos de la cuestión de clase y del lesbianismo. Pero, en última instancia, fueron las agónicas disensiones internas, más el lógico desgaste de un movimiento de estas características, lo que trajo a mediados de los setenta el fin del activismo del feminismo radical. e) Feminismo y socialismo: la nueva alianza Tal y como hemos observado, el feminismo iba decantándose como la lucha contra el patriarcado, un sistema de dominación sexual, y el socialismo como la lucha contra el sistema capitalista o de clases. Sin embargo, numerosas obras de la década de los setenta declaran ser intentos de conciliar teóricamente feminismo y socialismo y defienden la complementariedad de sus análisis. Así lo hicieron, entre otras muchas, Sheyla Rowbotham, Roberta Hamilton, Zillah Eisenstein y Juliet Michell. Las feministas socialistas han llegado a reconocer que las categorías analíticas del marxismo son "ciegas al sexo" y que la "cuestión femenina" nunca fue la "cuestión feminista", pero también consideraban que el feminismo es ciego para la historia y para las experiencias de las mujeres trabajadoras, emigrantes o "no blancas". De ahí que sigan buscando una alianza más progresiva entre los análisis de clase, género y raza. Pero en esta renovada alianza, el género y el patriarcado son las categorías que vertebran sus análisis de la totalidad social. g) Feminismos de la diferencia Según el exhaustivo e influyente análisis de Echols, el feminismo radical estadounidense habría evolucionado hacia un nuevo tipo de feminismo para el que utiliza el nombre de feminismo cultural. La evolución radica en el paso de una concepción constructivista del género, a una concepción esencialista. Pero la diferencia fundamental está en que mientras el feminismo radical -y también el feminismo socialista y el liberal- lucha por la superación de los géneros, el feminismo cultural parece afianzarse en la diferencia. En Europa, especialmente en Francia e Italia, también han surgido al hilo de diferentes escisiones o disensiones dentro del movimiento feminista de los setenta, feminismos que se autoproclaman defensores de la diferencia sexual. De ahí su designación como feminismos de la diferencia frente a los igualitarios · Feminismo cultural El feminismo cultural estadounidense engloba, según la tipología de Echols, a las distintas corrientes que igualan la liberación de las mujeres con el desarrollo y la preservación de una contracultura femenina: vivir en un mundo de mujeres para mujeres. Esta contracultura exalta el "principio femenino" y sus valores y denigra lo "masculino". Raquel Osborne ha sintetizado algunas de las características que se atribuyen a un principio y otro. Los hombres representan la cultura, las mujeres la naturaleza. Ser naturaleza y poseer la capacidad de ser madres comporta la posesión de las cualidades positivas, que inclinan en exclusiva a las mujeres a la salvación del planeta, ya que son moralmente superiores a los varones. La sexualidad masculina es agresiva y potencialmente letal, la femenina difusa, tierna y orientada a las relaciones interpersonales. Por último, se deriva la opresión de la mujer de la supresión de la esencia femenina. De todo ello se concluye que la política de acentuar las diferencias entre los sexos, se condena la heterosexualidad por su connivencia con el mundo masculino y se acude al lesbianismo como única alternativa de no contaminación. Esta visón netamente dicotómica de las naturalezas humanas ha cuajado en otros movimientos como el ecofeminismo de Mary Daly y el surgimiento de un polémico frente antipornografía y antiprostitución. · Feminismo francés de la diferencia El feminismo francés de la diferencia parte de la constatación de la mujer como lo absolutamente “otro”. Instalado en dicha otredad, pero tomando prestada la herramienta del psicoanálisis, utiliza la exploración del inconsciente como medio privilegiado de reconstrucción de una identidad propia, exclusivamente femenina. Entre sus representantes destacan Annie Leclerc, Hélène Cixous y, sobre todo, Luce Irigaray. Su estilo, realmente críptico si no se posee determinada formación filosófica, o incluso determinadas claves culturales específicamente francesas, no debe hacernos pensar en un movimiento sin incidencia alguna en la práctica. El grupo "Psychanalyse et Politique" surgió en los setenta y es un referente ineludible del feminismo francés. Desde el mismo se criticaba duramente al feminismo igualitario por considerar que es reformista, asimila las mujeres a los varones y, en última instancia, no logra salir del paradigma de dominación masculina. Sus partidarias protagonizaron duros enfrentamientos con el "feminismo", algunos tan llamativos como asistir a manifestaciones con pancartas de "Fuera el feminismo", e incluso acudieron a los Tribunales reivindicando su carácter de legítimas representantes del movimiento de liberación de la mujer. Tal y como relata Rosa María Magdá: “Las batallas personales, la defensa radical o no de la homosexualidad y las diversas posturas con los partidos políticos han sido también puntos de litigio para un movimiento excesivamente cerrado sobre sí mismo, que plaga sus textos de referencias ocultas y que, lejos de la acogedora solidaridad, parece muchas veces convertirse en un campo minado”. · Feminismo italiano de la diferencia Sus primeras manifestaciones surgen en 1965, ligadas al grupo DEMAU. Otro hito importante será la publicación en 1970 del manifiesto de Rivolta femminile y el escrito de Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel (39). Las italianas, muy influidas por las tesis de las francesas sobre la necesidad de crear una identidad propia y la experiencia de los grupos de autoconciencia de las estadounidenses, siempre mostraron su disidencia respecto a las posiciones mayoritarias del feminismo italiano. Así lo hicieron en el debate en torno a la ley del aborto, en que defendían la despenalización frente a la legalización, finalmente aprobada en 1977, y posteriormente en la propuesta de ley sobre la violencia sexual. Esta propuesta, iniciada por el MLD, la UDI y otros grupos del movimiento de liberación, reivindicaba, entre otras cosas, que la violación pudiese ser perseguida de oficio, aun contra la voluntad de la víctima, para evitar las frecuentes situaciones en que las presiones sobre ésta terminaban con el retiro de la demanda. En este caso, como en el del aborto, se considera "lo más inaceptable" que las mujeres "ofreciesen ese sufrimiento concreto a la intervención y la tutela del Estado, diciendo actuar en nombre de todas las mujeres". Mantienen que la ley del hombre nunca es neutral, y la idea de resolver a través de leyes y reformas generales la situación de las mujeres es descabellada. Critican al feminismo reivindicativo por victimista y por no respetar la diversidad de la experiencia de las mujeres. Además plantean que de nada sirve que las leyes den valor a las mujeres si éstas de hecho no lo tienen. A cambio, parecen proponer trasladarse al plano simbólico y que sea en ese plano donde se produzca la efectiva liberación de la mujer, del "deseo femenino". Ligada a esta liberación, muy volcada en la autoestima femenina, están diversas prácticas entre mujeres, como el affidamento, concepto de difícil traducción, en que el reconocimiento de la autoridad femenina juega un papel determinante. Lo que sí se afirma con claridad es que para la mujer no hay libertad ni pensamiento sin el pensamiento de la diferencia sexual. Es la determinación ontológica fundamental. h) Ultimas tendencias Tras las manifestaciones de fuerza y vitalidad del feminismo y otros movimientos sociales y políticos en los años setenta, la década de los ochenta parece que pasará a la historia como una década especialmente conservadora. De hecho, el triunfo de carismáticos líderes ultraconservadores en países como Inglaterra y Estados Unidos, cierto agotamiento de las ideologías que surgieron en el siglo XIX, más el sorprendente derrumbamiento de los Estados socialistas, dieron paso a los eternos profetas del fin de los conflictos sociales y de la historia. En este contexto, nuestra pregunta es la siguiente: ¿puede entonces hablarse de un declive del feminismo contemporáneo?, y la respuesta es un rotundo no. Sólo un análisis insuficiente de los diferentes frentes y niveles sociales en que se desarrolla la lucha feminista puede cuestionar su vigencia y vitalidad. Yasmine Ergas ha sintetizado bien la realidad de los ochenta: Si bien la era de los gestos grandilocuentes y las manifestaciones masivas que tanto habían llamado la atención de los medios de comunicación parecían tocar su fin, a menudo dejaban detrás de sí nuevas formas de organización política femenina, una mayor visibilidad de las mujeres y de sus problemas en la esfera pública y animados debates entre las propias feministas, así como entre éstas e interlocutores externos. En otras palabras, la muerte, al menos aparente, del feminismo como movimiento social organizado no implicaba ni la desaparición de las feministas como agentes políticos, ni la del feminismo como un conjunto de prácticas discursivas contestadas, pero siempre en desarrollo. Efectivamente, el feminismo no ha desaparecido, pero sí ha conocido profundas transformaciones. En estas transformaciones han influido tanto los enormes éxitos cosechados -si consideramos lo que fue el pasado y lo que es el presente de las mujeres- como la profunda conciencia de lo que queda por hacer, si comparamos la situación de varones y mujeres en la actualidad. Los éxitos cosechados han provocado una aparente, tal vez real, merma en la capacidad de movilización de las mujeres en torno a las reivindicaciones feministas, por más que, paradójicamente, éstas tengan más apoyo que nunca en la población femenina. Por ejemplo, el consenso entre las mujeres sobre las demandas de igual salario, medidas frente a la violencia o una política de guarderías públicas es, prácticamente total. Pero resulta difícil, por no decir imposible, congregar bajo estas reivindicaciones manifestaciones similares a las que se producían alrededor de la defensa del aborto en los años setenta (De hecho, sólo la posible puesta en cuestión del derecho al propio cuerpo en los Estados Unidos de Bush ha sido capaz de concitar de nuevo marchas de cientos de miles de personas). Sin embargo, como decíamos, esto no implica un repliegue en la constante lucha por conseguir las reivindicaciones feministas. Aparte de la imprescindible labor de los grupos feministas de base, que siguen su continuada tarea de concienciación, reflexión y activismo, ha tomado progresivamente fuerza lo que ya se denomina feminismo institucional. Este feminismo reviste diferentes formas en los distintos países occidentales: desde los pactos interclasistas de mujeres a la nórdica -donde se ha podido llegar a hablar de feminismo de Estado- a la formación de lobbies o grupos de presión, hasta la creación de ministerios o instituciones interministeriales de la mujer, como es el caso en nuestro país, donde en 1983 se creó como organismo autónomo el Instituto de la Mujer. A pesar de estas diferencias, los feminismos institucionales tienen algo en común: el decidido abandono de la apuesta por situarse fuera del sistema y por no aceptar sino cambios radicales. Un resultado notable de estas políticas ha sido el hecho, realmente impensable hace sólo dos décadas, de que mujeres declaradamente feministas lleguen a ocupar importantes puestos en los partidos políticos y en el Estado. Ahora bien, no puede pensarse que este abandono de la "demonización" del poder no reciba duras críticas desde otros sectores del feminismo, y no haya supuesto incluso un cambio lento y difícil para todo un colectivo que, aparte de su vocación radical, ha sido "socializado en el no poder". En este contexto institucional también cabe destacar la proliferación en las universidades de centros de investigaciones feministas. En la década de los ochenta, la teoría feminista no sólo ha desplegado una vitalidad impresionante, sino que ha conseguido dar a su interpretación de la realidad un status académico. En definitiva, los grupos de base, el feminismo institucional y la pujanza de la teoría feminista, más la paulatina incorporación de las mujeres a puestos de poder no estrictamente políticos -administración, judicaturas, cátedras...- y a tareas emblemáticamente varoniles -ejército y policía-, han ido creando un poso feminista que simbólicamente cerraremos con la Declaración de Atenas de 1992. En esta Declaración, las mujeres mostraron su claro deseo de firmar un nuevo contrato social y establecer de una vez por todas una democracia paritaria. Ahora bien, esta firme voluntad de avance, y el recuento de todo lo conseguido, no significa que la igualdad sexual esté a la vuelta de la esquina. Tal y como ha reflejado Susan Faludi en su obra Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, el patriarcado, como todo sistema de dominación firmemente asentado, cuenta con numerosos recursos para perpetuarse. 
El mensaje reactivo de "la igualdad está ya conseguida" y "el feminismo es un anacronismo que empobrece la vida de la mujer" parece haber calado en las nuevas generaciones. Como consecuencia, las mujeres jóvenes, incapaces de traducir de forma política la opresión, parecen volver a reproducir en patologías personales antes desconocidas -anorexia, bulimia- el problema que se empeña "en no tener nombre". Terminaremos esta exposición con una referencia al problema del sujeto de la lucha feminista. En algunos textos se ha acuñado ya el término de "feminismo de tercera ola" para referirse al feminismo de los ochenta, que se centra en el tema de la diversidad de las mujeres. Este feminismo se caracteriza por criticar el uso monolítico de la categoría mujer y se centra en las implicaciones prácticas y teóricas de la diversidad de situaciones de las mujeres. Esta diversidad afecta a las variables que interactúan con la de género, como son el país, la raza, la etnicidad y la preferencia sexual y, en concreto, ha sido especialmente notable la aportación realizada por mujeres negras. 
Sin embargo, aún reconociendo la simultaneidad de opresiones y que estos desarrollos enriquecen enormemente al feminismo, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿"Dónde debemos detenernos en buena lógica? ¿Cómo podemos justificar generalizaciones sobre las mujeres afroamericanas, sobre las mujeres del Tercer Mundo, o las mujeres lesbianas?". Efectivamente, llevando esta lógica a su extremo, tendríamos que concluir que es imposible generalizar la experiencia de cada mujer concreta.

http://www.historiasiglo20.org/sufragismo/index.htm

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