Abuso sexual en la infancia es toda agresión de índole sexual, indirecta o directa entre una niña y un
adulto que mantenga con la niña lazos caracterizados por la amistad, confianza, afecto o autoridad.
Hablamos de víctimas y agresores porque ambos términos definen con claridad en quien reside la
responsabilidad de la ofensa frente a la vulnerabilidad e impotencia en la que las niñas se encuentran ante
los adultos que las utilizan sexualmente. Y hablamos de sobrevivientes cuando nos referimos a las mujeres
adultas que han conseguido sobrevivir a esta terrible experiencia.
Los agresores pueden ser familiares directos, profesionales, amigos de la familia, personas relacionadas
con la educación y orientación de las niñas y con sus cuidados físicos y afectivos, y que por su rango
representan para la niña una autoridad.
La mayoría de las víctimas presentan un conjunto de secuelas comunes que, con independencia de si
existe consanguinidad con sus agresores, producen un daño que tiene relación con la traición, el terror, el
estigma y la sexualización traumatizada a que fueron expuestas.
Más que el contacto físico o la penetración, son el secreto, la traición y el daño psicológico los elementos
fundamentales de la destrucción de la víctima. Además, el daño físico no se da en todos los casos, sin
embargo el daño psicológico se produce en cualquiera de los modos de incesto o abusos sexuales
infantiles.
La evolución de las víctimas depende más de la cercanía del agresor, del sexo del mismo, y de la tortura
adicionada al abuso. Se encuentran secuelas más graves en sobrevivientes que han sido objeto de abuso
por múltiples agresores y cuyos abusos sexuales se han acompañado de conductas sádicas, ritualistas o
prolongadas.