La violencia de género, por donde quiera que
pasa, y aún después del cese de la relación, deja un paisaje desolador: deja muchas mujeres
destrozadas, muchos niños y niñas con profundas heridas en el cuerpo y en el
alma, deja muchas familias devastadas y deja, en fin, un reguero de dolor que
puede perpetuarse durante muchísimos años.
A todas estas personas, que no salen en los
medios de comunicación, que no se contabilizan, y que apenas si se habla de
ellas, les sobreviene la difícil tarea de recuperarse, de ir sanando heridas e
ir retomando el pulso de una vida pretendidamente normal.
En el proceso de recuperación, independientemente
de las cuestiones que deban ser gestionadas por los distintos profesionales, hay
dos aspectos fundamentales y de vital importancia:
Uno es conocer, saber exactamente las causas
que originaron tan dolorosa experiencia, es decir, conocer el “qué” y el “por
qué?”. Pero conocerlo de verdad, sin complejos y llamando a las cosas por su
nombre. Eso solo se adquiere a través de la formación y el aprendizaje en
violencia de género. Ayudará muchísimo a gestionar la experiencia vivida.
El otro aspecto es trabajar la autoestima, regenerarla
y potenciarla así como todas las habilidades sociales. Es fundamental para la recuperación y para proteger su vulnerabilidad.
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