Esperar que su pareja cambie y trabajar en ello mediante ejercicios de comprensión, de amor, cariño, cuidados y atenciones, es un objetivo inalcanzable, es una peligrosa utopía que ni siquiera la ayuda especializada, le va a facilitar.
Por tanto, su primer objetivo deber ser siempre y cuanto antes, ponerse a salvo.
Porque es
necesario desprenderse no solo de la pareja agresora, sino de ese ideal de amor
romántico que la despista y le impide tomar conciencia de su realidad.
Renunciar de una
vez a esa especie de tierra prometida que nunca se acaba de alcanzar y que cuando lo
hace, no es terreno firme, sino que se mueve como una ciénaga.
Un proyecto de
una vida normal, aquí no es factible. En este tipo de relaciones, todo es
intenso. Las palabras extremas que incluyen de un lado los insultos, las
vejaciones y los menosprecios compatibilizan paradójicamente con bellas
expresiones de amor, de amor eterno. Esto, no es, sino pura desesperación. Es la
expresión del odio transmutado en amor, los dos extremos de una violencia
voraz y en cualquier caso, de lo natural.
Es sorprendente y al mismo tiempo estremecedor la
facilidad con la que pasa de amarte apasionadamente, no poder vivir sin ti y
llevarte el más espectacular ramo de flores a amenazarte sin consideración, sin
piedad y llevarte a un paso de la muerte.
Son las dos
caras del exceso.
Y ese “sin límite”
lo invade todo porque cuando hablamos del exceso, exceso de amor y de odio,
encontramos las dos caras de una misma moneda.
DEJAR AL MALTRATADOR, SOBREVIVIR AL MALTRATO