No le faltaba razón a Trinidad Soria cuando estableció la relación entre la violencia de género y el entramado que supone una tela de araña, puntualizando que el movimiento para la salida no es lineal sino en espiral, incluyendo avances y retrocesos.
Cuando el maltratador ejerce un poder y un control tan fuertes sobre la víctima que la lleva a perder las riendas de su vida, esta, de forma inconsciente, se desplaza hacia el centro de la tela de araña. Aquí, los espacios de la red son pequeños, tupidos, pegajosos; es una especie de maraña que dificulta cualquier posibilidad de movimiento. Así, la víctima queda totalmente inmóvil y atrapada. En esta situación, no piensa en huir porque percibe la salida como imposible y aprovecha los escasos recursos materiales y/o psicológicos de que dispone para hacer soportable su atrapamiento, su cautiverio.
En definitiva, sobrevive.
En la medida que la víctima siente menos presión, menor control y dominio por parte del agresor, se desplaza en su movimiento avanzando hacia el borde de esa tela de araña. Aquí, mas afuera, los espacios entre los hilos se agrandan, hay mas hueco, mas claridad, lo que permite más libertad de movimiento y otra posibilidad de vislumbrar el exterior, de encontrar una salida.