Se llama Raquel y envía este texto con su experiencia, su historia personal. Ella y yo esperamos pueda serle de utilidad a alguien, porque quedan perfectamente reflejadas todas las características que se dan en una relación de malos tratos sin apenas violencia física.
LA VERDAD
No sé por qué de repente necesito escribir esta carta. No sé si tiene
destinatario o no. No sé si la escribo para ti, para él o para los otros. Para
que sepan.
Muchas veces me ha preguntado que por qué le dejé. Mi respuesta en su
momento fue que es que ya no le quería... El solo hecho de que me preguntara me
hacía dudar de mí. De si había sido injusta, de si era egoísta o una mala
esposa, una mala amiga, una mala cuñada, una mala hija, una mala persona.
No me parece que haya pasado ya tanto tiempo desde que me fui de casa. Me
he puesto a contar y ya son cinco años y me han pasado muchas cosas. Me he
sentido sola, vulnerable, perdida, frágil, he llorado y he sufrido. He odiado y
he amado, he aprendido mucho sobre las personas y sobre todo sobre mí misma.
Pero aún me quedan secuelas. Todavía sueño a veces, me veo en reuniones
familiares en las que nunca salgo bien parada, a veces oigo la puerta y le veo
y el corazón me da un vuelco, a veces lloro sin sentido, o me vuelven a salir
los eccemas. Sobre todo lo noto con el trato con la gente, me siento insegura,
como si mostrarme tal como soy fuera algo temible. Siento que no soy capaz de
decir que no, que siempre tengo que ser agradable, o sea, agradar a otros. Que
tengo que anteponer los deseos de otros a los míos. Afortunadamente ahora me doy
cuenta. Y solo eso ya hace que mi actitud cambie.
Quizá en parte fuera así. Pero hay tantas cosas y tantos detalles que
recuerdo, y que no quisiera seguir recordando y que en cambio continúan
machacando mi cabeza como si fuera un complot de mi cerebro para recordarme que
tengo que ponerme a salvo de cosas así. Lo peor es que creo que mi hijo ha
sufrido antes y después las consecuencias de todo mi aguante. Y sé que lo
llevara consigo toda su vida.
Cuando alguien te maltrata sin pegarte es muy difícil darse cuenta. Es como
una enfermedad fantasma que nadie puede curar porque no se ve la causa, ni los
síntomas, solo sientes dolor y miedo. Y nadie se da cuenta, ni siquiera tú.
Tu pareja te mima, te lleva de paseo, a la playa, te trae y te lleva, te
salva, te hace la compra, cuida del niño, todo el mundo te dice lo majo que es,
lo bien que te cuida., se desvive por ti. Y tú asientes para tus adentros como
una perversa víbora desagradecida. Y te preguntas ¿por qué no soy feliz? Te
preguntas qué es lo que está mal dentro de ti si tienes mucho más de lo que
cualquiera podría desear, por qué tienes tantas migrañas, o llantos
desconsolados sin saber por qué, o se te empieza a pelar la piel, a caer el
pelo, por qué te duelen los huesos, por qué no puedes contarle a nadie que
estás sola y que estás todo el tiempo tan triste y que lo único que quisieras
es de verdad estar enferma para poder morirte sin remordimientos. Así que
finges, finges todo el tiempo, cuando vas a ver a tus padres, cuando te reúnes
con tus amigas, cuando comes en casa de tus suegros o juegas con tus sobrinos.
Finges que estás bien porque ¿cómo podrías contarles lo que te pasa? ¿cómo
puedes contar lo inexplicable? Que te sientes confusa, que no sabes si eres tú,
o es él, pero que hay cosas que no tienes claras. Y cuando te atreves a contar
solo un poco, enseguida te dicen que es que hay que tener paciencia, que eso le
pasa a todo el mundo, que la convivencia es difícil, que hay que aguantar, que
el matrimonio no es fácil... Así que te callas y sigues fingiendo porque sí,
seguramente sean figuraciones tuyas, cosas que se te ocurren a ti porque te
aburres mucho en la vida.
Luego hay alarmas continuamente, pero sientes tal necesidad de que te
quieran que las obvias, no atiendes a las llamadas, no contestas a los mensajes
de aviso...
Veintitrés años quizá son demasiados para darse cuenta de un maltrato. Me
cuesta escribirlo. Lo digo como si fuera algo que le ha pasado a otra persona.
Me da vergüenza. Yo que siempre dije que jamás me dejaría pegar por nadie, que
siempre he sido valiente en la vida, que nunca dejé que nadie me molestara de
más. Y en cambio, no fui capaz ni siquiera de reconocer el dolor que se me
estaba infringiendo. Me da vergüenza reconocerlo, pero sí, se llama maltrato.
Ni siquiera sé cómo empezó.
Sé que la primera vez que me sentí mal con él fue de novios, por
cualquier cosa, no puedo recordar por qué. Sé que le hice notar algo que no me
gustaba y se puso a conducir como loco. Sentí miedo y en cuanto pude me bajé
del coche. Y me persiguió, me gritó y luego me suplicó. Hicimos las paces y me
quedé rara, confusa. No sabía si yo había hecho algo malo, porque él se
comportaba como si fuera yo la rara, la sensible, la exagerada, la loca.
Escenas como estás se convirtieron en habituales en nuestra vida. Así que
cuando discutíamos por cualquier razón siempre quedaba la cosa como que yo era
demasiado sensible, llorona, exagerada, rara, o no sabía encajar las cosas de
la vida.
Además mentía continuamente. Mentía sobre el dinero, sobre con quién
estaba, sobre qué estaba haciendo. Mentía cuando te prometía que haría algo,
mentía para cambiar la tele de canal, mentía cuando decía que iba a un recado e
iba a otra cosa. Mentía tanto que ya podría haberme jurado por el día que era
de día que no le habría creído.
También prometía cosas que luego no cumplía, o te decía cosas que luego no
reconocía haber dicho.
También robaba. Eran pequeños robos, tonterías, desde unas latas de atún en
unos grandes almacenes o cosas pequeñas pero ¿qué necesidad tenía de hacer una
cosa así?
Sobre todo me hacía sentir insegura, con miedo a que pasara algo, esperando
siempre su última ocurrencia...
Uno de los motivos por los que más se enfadaba era que no estuvieran las
cosas como él quería. Sobre todo la limpieza. No es que quisiera que estuvieran
las cosas limpias, era su nivel de exigencia. Dios, como odiaba su arrogancia
con el trapo. Llegaba de trabajar y comprobaba si estaba todo limpio, tocaba
los muebles con el dedo por si no había pasado el polvo. Todo tenía que estar
impecable, hasta me hizo al principio limpiar con un cepillo de dientes el
baño...
Cuando él llegaba del trabajo todo tenía que estar en su sitio. El niño
tenía que tener su cuarto recogido. Si habíamos estado en el salón viendo la
tele o jugando tenía que recoger todo corriendo para que él no se enfadara. Si
me estaba tomando un café tenía que recoger la taza según lo terminaba, la taza
no podía quedarse ahí. Y su preguntita que yo tanto detestaba de cada día: ¿Y
que has estado haciendo todo el día?
Cuando se enfadaba se ponía muy violento, iba y venía por el pasillo como
un tigre en una jaula, bufaba, daba golpes. No importaba que no me pegara, sus
gritos, sus portazos y sus desmanes eran suficientes para que viviera asustada
y para asustar a mi hijo cuando era pequeño. Los niños siempre se obvian en
estos temas y sufren por nosotras y con nosotras e igual que nosotras todo este
maltrato, son los testigos invisibles. Nuestros damnificados.
En cuanto entraba por la puerta ya sabía que talante tenía ese día. Primero
me atacaba a mí, con preguntitas, insinuaciones o humillaciones veladas,
y si no podía conmigo entonces iba a por Iago. El motivo podía ser
cualquier cosa. También muchas veces me castigaba con su indiferencia. Dejaba
de hablarme tanto si yo le hablaba a él como si no. O musitaba un mmmm como
mucho.
Muchas veces también caminaba por delante de mí, como si yo fuera su
perrito faldero, eso me sacaba de quicio. ¿Venía conmigo o no? ¿Por qué hacía
eso?
Cuando sus enfados eran soterrados o silenciosos me producía mucha
ansiedad, era agresivo, respiraba muy fuerte. Pegarme solo me pegó una vez.
Digo solo como si no fuera nada. Pero solo un tortazo basta para que sientas
pánico y para que sepas que estás realmente encerrada. Ese día arrancó el
teléfono, no sé por qué y yo me enfadé y quise irme de casa y me dió un
bofetón.
Otras veces usaba el drama. Utilizaba el chantaje emocional para que
hiciera lo que él quería.
Sobre todo cuando yo quería dejar la relación es cuando se ponía más
triste, hasta el punto que la vez que intenté con anterioridad divorciarme temí
que fuera a pegarme, o a hacerse daño él. Empezó a recorrer el pasillo como
loco dando golpes en las puertas y en las paredes y recuerdo que en ese momento
pensé que jamás podría salir de allí.
Cuando tenía problemas lo achacaba a mi sensibilidad. En parte era cierto.
Lo es. Cuando tienes la autoestima tan baja eres muy vulnerable. Nunca sentí
que me defendiera de nada. Nunca vi que diera la cara por mí. Ni por su hijo.
Yo era una loca exagerada. Mi sudor, mi ansiedad o mis lágrimas daban
igual. No solo no me ha defendido nunca es que encima me ha atacado.
Siempre sentí que yo no valía nada. Las demás mujeres que le rodeaban eran
más guapas o exitosas que yo, me comparaba con otras mujeres constantemente. Y
si alguna vez hacia algún comentario de alguna chica me decía que no fuera tan
celosa que tenía mucha suerte porque él solo me quería a mí. Y todas eran más
listas y tenían más estudios que yo o trabajos o lo que fuera. Todas estaban
por encima de mí. Yo me sentía la mujer más fea del mundo.
Muy a menudo flirteaba con otras mujeres delante de mí, la que fuera, la
cajera del super, si se encontraba con alguna prima, con alguna amiga. Y me
minimizaba. Físicamente se interponía entre la interlocutora y yo como para
borrarme, o hablaba y hablaba y si veía que yo iba a decir alguna cosa gastaba
una broma sobre mí como tratando de ridiculizarme. Lo peor es que muchas veces
he llegado a pensar que yo estaba loca.
Con el dinero también teníamos problemas. Nunca había dinero. Todos los meses
venían cartas o llamadas del banco porque gastaba en tarjetas que yo
desconocía. Yo tenía miedo de que pasara algo o me dejara alguna deuda que yo
desconocía porque nunca he sabido de verdad qué pasaba con el dinero.
La verdad es que todos los meses venían multas. Todos los meses iba al
fútbol sí o sí. O compraba cosas sin necesidad. O se compraba un coche cada
año. Siempre encontraba la manera de gastar pero luego lloraba por haber
gastado y eso sí, hacerme notar que en cierto modo era por mi culpa. Él siempre
sabía lo que había en mi monedero, lo sé porque le puse trampas para saber si
él llevaba la cuenta de lo que entraba o salía en mi monedero y sí...la
llevaba. Y cuando le preguntaba que por qué tenía que mirar mi cartera, en
lugar de disculparse por su intromisión a mi intimidad, él me contestaba que es
que él se preocupaba por el dinero de casa, como si yo no lo hiciera.
Me consta que sigue teniendo problemas con el dinero. Y yo ya no vivo con
él.
Las intromisiones en mi intimidad o la de mi hijo eran constantes. Era como
vivir con la policía. Nada se movía en casa sin que él lo supiera. Me consta,
aunque no puedo demostrarlo que miraba en mi ordenador y en mis cosas. Trampas
que yo ponía, trampas en las que él caía.
También me molestaba mucho que no dejara de recordarme lo bueno que es, la
suerte que tenía de estar con él, me decía que no hay maridos tan buenos que
ayuden tanto a sus mujeres, que vayan a la compra o vayan a comprarles los
tampones, me llegaba a resultar tannnnn ridículo.
Su manía por la limpieza y el orden era exasperante pero lo que más me
fastidiaba es que era muy exigente conmigo pero para con él no es tan exigente.
Cuando trababa de hablar con él me salía por otro lado, o se sorprendía
preguntándome cómo podía pensar yo que él fuera tan malo si siempre se ha
desvivido por mí. Pero siempre te enreda, o te acusa a ti de lo que sea para no
contestar a nada ni ante nada. Si me mentía es que yo estaba loca, si me
engañaba con otra mujer es que yo era celosa, si le preguntaba qué pasaba con
el dinero la culpa era mía que era una gastadora, si le decía que no podían
venir tantas multas, lloraba, si le pedía que condujese más despacio, se
encabronaba y conducía más deprisa. No admitía ningún tipo de crítica y se
defendía criticando. Otras veces se mostraba paternalista, como si yo fuera una
niña pequeña que no sabía conducirse en la vida. De verdad que llegué a pensar
que no estaba bien de la cabeza.
Todo con él ha sido siempre soterrado, oculto, nunca era directo y si lo
hacía era para mostrarse violento.
Llegué a sentirme tan dañada y sola que quise morir. Intenté morir. Ni
siquiera me importaba a esas alturas qué pensara mi hijo o cómo podría
afectarle esa decisión, me sentía tan acabada y tan rota que ni siquiera sabía
quién era yo. Al mismo tiempo que seguía fingiendo que todo estaba bien. Una
locura.
Cada vez que miro atrás pienso que lo mejor que he hecho en mi vida fue
hacer caso a mi sistema de defensa. No importa porque me fui, solo sabía que
tenía por delante la tarea más difícil de mi vida, y que una vez que la
consiguiera todo lo demás iría bien: aprender a quererme y a valorarme.
Y por eso, creo... me he dado cuenta de que antes, sí que me habían
maltratado.
Raquel