En el momento social que
nos ha tocado vivir, es justo reconocer como la situación de la mujer ha
evolucionado considerablemente con respecto a cualquier época anterior. Es
innegable que se han obtenido grandes avances muy positivos y se han
conquistado derechos impensables hace apenas un par de décadas.
Que hoy se dispone de
un marco normativo que ampara jurídicamente la igualdad entre los hombres y las
mujeres y que la mujer víctima de la violencia machista cuenta con una
protección jurídica, es algo que, aunque
mejorable, es un logro novedoso.
Pero estos derechos de
que hoy disfrutamos todas, no se han obtenido por un arranque cualquiera de
espontaneidad; tampoco por iniciativa de las instituciones. Estos derechos se
han logrado, fundamentalmente, por la lucha continuada de diversos movimientos
sociales, especialmente por las reivindicaciones de los colectivos feministas y
asociaciones para la defensa de la igualdad y de los derechos de la mujer y
contra la violencia. Logros que, por otra parte, han sido duramente trabajados; que se han
obtenido paso a paso y tras los cuales están muchas movilizaciones sociales,
denuncias, privación de libertad de muchas mujeres y como sabemos, un
importante reguero de víctimas supervivientes y mortales y siempre, siempre,
muchísimo dolor.
Dicho de otro modo, ha
sido una lucha y triunfo de la mujer, que nadie se llame a engaño. Pero de la mujer que ha despertado, de la que ha
sido capaz de soltar sus amarras, de la luchadora, la reivindicativa, de la que
deja a un lado el miedo, de la que clama, reclama y exhorta a las instituciones...
De la mujer que, consciente de sus derechos, no se ha conformado con menos.
Ha transcurrido el
tiempo. Hoy podemos contemplar que no sólo no hemos terminado en nuestras
reivindicaciones, sino que a veces y como consecuencia de que el progreso lo ha
sido más en la forma que en el fondo, emergen brotes de machismo radical y peligroso.
Brotes propios de un modelo social androcéntrico, muy dominante y temeroso de
perder sus privilegios; que no son sino la respuesta violenta de un férreo
sistema patriarcal, que necesita mantener la subordinación de la mujer, como el
apéndice que solo adquiere consistencia, unida al hombre.
La complejidad del
tema requiere soluciones específicas. Soluciones que no se limiten a paliar los
efectos, sino que aborden de frente las causas que lo originan. Acciones en fin
que cuestionen y transformen esas rígidas estructuras sociales desiguales que
tan nefastos resultados nos ofrecen cada día.
Para ello, es necesario
ante todo, y de manera urgente, esparcir mucha, muchísima información en
materia de igualdad y violencia de género. Información que, por una parte, alumbre
el desconocimiento y sirva para sensibilizar, despertar las conciencias adormecidas y
anestesiadas de muchas mujeres y que, por otra parte, extienda el mensaje de “nuestra lucha no ha terminado, tenemos que
seguir avanzando”. Información que ha de ser veraz, práctica, eficaz y muy expansiva; que lleve el
conocimiento a todas las mujeres.
No podemos limitarnos a
esperar la acción paliativa proveniente del paternalismo institucional, asentado en el mismo modelo social que ha
originado esa desigualdad y que mantiene esas diferencias. Modificarlo va
contra su propia naturaleza. No nos confundamos.
Es necesario
derribar ese modelo tradicional, castrador y nefasto. Y porque son nuestros
derechos, pero también nuestra responsabilidad, vamos a trabajar para ir
dejando atrás todo ese lastre androgénico de nuestra cultura, que es muchísimo.
Es necesario luchar
por ser mujeres autónomas, independientes, que vivamos por y para nosotras mismas.
Luchar por ser mujeres libres de tutelaje y responsables, seguras y sin
complejos, que sepamos amarnos y respetarnos y capaces de desarrollar una
saludable autoestima que se convierta en el pilar que sostenga nuestra
existencia. Mujeres que en lugar de destinar las energías vitales por y para
los demás, sepamos revertirlas sobre
nosotras mismas.
Mujeres que nos
aceptemos con nuestras limitaciones y nuestras habilidades, sin juzgarnos. Mujeres
que cambiemos la postura existencial de pedirle a la vida, porque hemos aprendido
a responder y a darle sentido a nuestra vida y por supuesto responsables únicas
de nuestra propia existencia.
Esta sería nuestra contribución a la eliminación de la desigualdad, nuestra apuesta por el cambio de una sociedad digna de ser habitada, donde todas las personas sean respetadas por igual y bien tratadas, por el mero hecho de existir.
Esta sería nuestra contribución a la eliminación de la desigualdad, nuestra apuesta por el cambio de una sociedad digna de ser habitada, donde todas las personas sean respetadas por igual y bien tratadas, por el mero hecho de existir.