En un día como el de
ayer, reconozco haberme emocionado profundamente con las múltiples manifestaciones
contra la violencia de género a lo largo y ancho del país. Y eso es muy bueno, que
la gente se mueva, que se salga a la calle, que se grite alto y claro que
estamos en contra de la violencia hacia la mujer en cualquiera de sus manifestaciones.
Algo impensable hace apenas una década, donde quienes nos dedicábamos a esto,
teníamos que justificarnos o andar medio a escondidas, porque socialmente eran
acciones reprobables y muchas veces irrisorias.
Y es justo reconocer
que algo ha cambiado o mejor dicho, que muchas cosas han cambiado a favor de la
mujer. Pero los logros, los avances, no se han conseguido solo con salir a la
calle cada 25 de noviembre. Esto se ha conseguido por las reivindicaciones
individuales y colectivas mantenidas en el día a día, por el continuum y por no creer solo aquello
que ven los ojos o escuchan los oídos.
Desde estas líneas, si
me lo permitís, quiero transmitir la necesidad de que nadie se llame a engaño. Que
nadie se crea que es suficiente el clamor popular de un día. Que nadie piense que
el camino ya está recorrido. Que nadie se obnubile con las magníficas y
estudiadas palabras de los discursos oportunistas. Que nadie se deje encandilar
por el destello de los oropeles.
Porque el
patriarcado sigue ahí, fuerte y resistente, camuflado y tramposo y -como no podía
ser de otra manera- extraordinariamente interesado en mantener sus prebendas, sus privilegios.
Nuestra demanda no
ha terminado. Cada día, cada minuto ha de ser de reivindicación, de búsqueda y defensa
de nuestros derechos y de apoyo a otras mujeres. Pero ante todo, ha de ser
real, ha de ser auténtica, ha de ser de verdad.
No basta con un día.
No basta con un día.