La violencia machista -al menos al principio- se suele mostrar solapadamente, es decir, la mayoría de los rasgos conductuales típicos no se dan de una forma clara y expresa, sino de manera soterrada, encubierta, apenas perceptible. Digamos que es maltrato “con mucho cariño”, al objeto de crear confusión e inseguridad en la víctima y desestabilizarla hasta el punto de que esta considere que son imaginaciones suyas. Esta situación genera en la mujer un gran sentimiento de culpabilidad al tiempo que fortalece la dependencia emocional hacia su agresor.
La violencia hacia la mujer, es una conducta aprendida, previa a la formación de la pareja, que nada tiene que ver con ella. No cambia espontáneamente con la mera intención de las personas. En la mayoría de los casos no cambia jamás.
Del mismo modo, es conveniente saber que los celos del maltratador no son nunca una demostración de amor, sino que representan un abuso de poder, dominio, posesión y control. Las prohibiciones, las amenazas, encubren normalmente una baja autoestima, una inseguridad y desconfianza directamente relacionada con la vida o con la historia personal del maltratador y no con lo que haga o no su pareja. Por eso, aunque consiga dominarla, controlarla o incluso encerrarla, no dejará de manifestar sus celos patológicos, distorsionando situaciones o haciendo acusaciones desde su perversa imaginación.
Mujer... si no puedes separarte del maltratador y te sientes atrapada como en una especie de tela de araña, en un siniestro ciclo que alterna maltrato con arrepentimiento, miedo con lástima, amor con odio, vergüenza con sufrimiento… envuelta en un amor agobiante que no te deja vivir, es que eres una mujer maltratada. Pide ayuda, estás en serio peligro.