Si
alguien me pidiera que representara gráficamente, como en una especie de foto
una situación de malos tratos a la mujer en el marco de las relaciones de
pareja, el dibujo resultante sería: un espacio perfectamente acotado de
reducida dimensiones, territorio complejo y enmarañado, opaco y cerrado
herméticamente. En dicho territorio dos siluetas perfectamente diferenciadas.
Una figura masculina, grande, en posición central y autoritaria, de privilegio,
dominando todo el espacio. En un ángulo inferior, una figura de una mujer,
pequeña e insignificante, en clara posición secundaria y dominada.
Habitar
ese espacio se tornaría muy complicado para cualquiera de los dos. Para quien
domina, porque necesita controlar hasta el último movimiento a su alrededor.
Para quien es dominada, por las limitaciones de tan reducido espacio y porque
se sabe controlada, evaluada y juzgada inmisericordemente. Pero igualmente difícil sería la entrada en
ese espacio para una tercera persona proveniente del exterior porque aquí, los
actores principales son solo dos. No hay cabida para nadie más.
Es
un “juego” entre dos elementos en perfecto engranaje, donde cada uno de los
elementos “no funciona” sin el otro.
Al menos él y ella lo perciben y lo viven así.
DEJAR AL MALTRATADOR, SOBREVIVIR AL MALTRATO