Una de las características
(otra) de la violencia de género y de la que se habla muy poco es que se trata
de una violencia extendida.
Esto quiere decir que
la mujer víctima, la que está en el punto de
mira del agresor, puede ser el objetivo principal, pero no es la única víctima
sino que en su entorno hay una serie de personas, hijos, padres, hermanos,
amigos, vecinos, compañeros, nuevas parejas y hasta mascotas que de una u
otra manera, pueden, en mayor o menor medida, ser objeto de la violencia del agresor y receptores de esa expansión violenta.
Y este efecto
amplificador, esta onda expansiva de la violencia machista, se da en la práctica
totalidad de los casos aunque, por la propia naturaleza de esta violencia, no siempre es visible ante la sociedad en general, no siempre se reconoce y frecuentemente pasa desapercibida.
Y esto es así porque todas
estas, llamémosle víctimas colaterales, adicionales, secundarias, el agresor no
las ve como personas, sino como elementos cosificados, circunstancias y/o instrumentos a su
disposición que utiliza según su necesidad, según su conveniencia para generar
más sufrimiento, más dolor, para endurecer y reforzar el maltrato, para sentirse superior, ganador.
La ausencia absoluta de
empatía del agresor, la frialdad, la falta de escrúpulo, los
complejos y traumas, su enorme vacío interior, así como una maligna creatividad,
sucia y diabólica, conforman una estrategia tal que hace que, de una u otra
manera, corra peligro la estabilidad y a veces la vida de toda persona que
rodea a la víctima principal.
Es por tanto una circunstancia, que no debe ser obviada.
Es por tanto una circunstancia, que no debe ser obviada.