sábado, abril 23, 2016

LA CULTURA PATRIARCAL (editor de porunamaternidadprotegida)

Los estudios revelan que el maltratador no es un enfermo, sino un  hombre normal que voluntariamente decide usar la violencia contra la mujer, ejercer el poder y control de acuerdo con el mandato patriarcal de la superioridad del varón sobre la mujer.
El hombre violento se ve amparado por el orden social que se resiste a avanzar hacia la igualdad, porque ello pasa por la necesaria renuncia de privilegios que el patriarcado otorga al varón. La constitución española, habla de igualdad del hombre y de la mujer. En realidad, la mujer es una ciudadana de segunda con derechos en el papel pero no en la práctica. Así, podemos ver la brecha salarial para iguales trabajos, aunque haya más universitarias que universitarios, terminen con mejor expediente y en menos años, en general. Podemos ver que gran parte de las viudas vive en el umbral de la pobreza, que a las familias monomarentales no le salen las cuentas, que solo el 41% de las mujeres frente al 97% de los hombres recibe pensión de jubilación en España, que el impuesto de la renta es patriarcal pensado en el cabeza de familia, que a nivel mundial las mujeres solo son dueñas del 1% de la riqueza. Los hombres siguen ocupando los cargos de responsabilidad y poder en todos los ámbitos, el político, en los medios de comunicación, el académico, el financiero, los puestos directivos, etc. La mujer es para el patriarcado un mero objeto sexual y reproductor, como se puede ver en el debate sobre la legalización de la prostitución o los vientres de alquiler. El patriarcado en sus casi 7000 años de vida, se ha apropiado del útero de la mujer, controlando su capacidad de dar vida a su antojo.
Dicen que España es el prostíbulo de Europa, que el 39% de los hombres consumen prostitución, que la prostitución se ha convertido en un bien de consumo, que a estos hombres les da pereza el esfuerzo de desarrollar una relación afectiva con una mujer y les resulta más cómodo usar a la mujer a través de la prostitución para seguir con el sometimiento patriarcal de la mujer, del yo pago, mando. Así que, España es el primer país europeo en consumo de prostitución. Llama la atención que más del 90% de estas mujeres vengan de los países pobres de América latina, de oriente, de África, de Europa del este. Llama la atención que las redes de trata, esclavicen, secuestren a montones de mujeres y ese 39% de los hombres españoles no hagan ascos a ello, ni siquiera cuando entre la oferta hay menores. Dicen que la prostitución atrae a psicópatas, que cada vez hay más violencia y más humillación de la mujer. Llama la atención que el neoliberalismo atroz quiera legalizar la prostitución, y los vientres del alquiler para engordar el PIB, incluso a costa de la supresión de los derechos fundamentales de las mujeres.
En este contexto patriarcal se produce la violencia contra la mujer. De manera que no es obra de la población marginal, o del resultado de alcohol y las drogas,  el maltrato se da en todas las clases sociales. El maltratador es el hombre correcto y educado de la esfera pública, monstruo en la esfera privada, amparado por la sociedad. La violencia contra las mujeres es pues, estructural, emana del patriarcado, del orden social. En una sociedad no patriarcal, sino igualitaria, la violencia contra las mujeres no existiría.
A menudo leo en diferentes artículos en la Web, que además de ser machistas algunos maltratadores son dependientes emocionalmente e inestables, otros tienen trastornos de personalidad y son sociópatas, psicópatas, o narcisistas, muchos son impulsivos, generalmente tienen patrones de híper-masculinidad y, con frecuencia, tienen dificultad para desarrollar relaciones íntimas, y para resolver conflictos, y el denominador común es que prácticamente ninguno siente culpa o remordimiento, por eso cualquier terapia es inefectiva. Solo existe una tasa de éxito del 3%, porque el primer paso para que la terapia tenga sentido es reconocer que uno consciente o inconscientemente ha hecho daño y quiere desandar lo andado, evitar repetir los errores del pasado, o buscar una transformación personal que le traiga paz interior. Las diferentes personalidades afectan a la forma en que se ejerce el maltrato, no a la motivación cultural que subyace tras el maltrato de que la mujer es un objeto susceptible de ser manejado y usado por el varón a su antojo, con toda impunidad.
Cualquiera de estas opciones denota falta de habilidades parentales, y según yo lo veo, razones suficientes para proteger a los niños. Cualquiera de estas características cuestiona la custodia compartida impuesta, SAP y sus muchos nombres, interferencia parental, conflicto de lealtades, friendly parent, y también la fijación de regímenes de visitas. Y, sin embargo, no ocurre así en el juzgado de familia. No se tienen en cuenta porque la mayoría de las veces, una simple entrevista en el psico-social es suficiente para fijar los derechos del padre. Mientras que, cualquiera de estas características,  en el juzgado de violencia se tendría en cuenta como atenuantes de la condena, o como individuos susceptibles de terapia, curiosamente, sin cuestionar custodias o visitas.
En lugar de reconocer que el origen del maltrato a la mujer proviene del mismo orden social que lo ampara, lo cual es bien gordo, porque significa cuestionar los valores sobre los que se sustenta la sociedad patriarcal en la que vivimos, y reconocer la vulneración de los derechos fundamentales de la mujer y de la infancia de la declaración universal de los derechos humanos, la sociedad intenta culpar a ciertos hombres marginales para salvar al resto, a ciertas circunstancias como celos, estar en el paro, el alcohol, las drogas, tener enfermedades mentales, y con frecuencia, intenta desviar la culpa a la mujer, diciendo que es ella la que tiene el trastorno psicológico y que es masoquista o sufre indefensión aprendida previa, que es lo mismo que decir que es “débil e inútil”. En realidad hay mujeres víctimas de la violencia en todas las clases sociales. Lo que sí se ha hecho erróneamente esconfundir los síntomas del maltrato, como el estrés post traumático, el síndrome de Estocolmo, la ruina física y psíquica de la mujer maltratada que durante años vive en un verdadero campo de concentración atrapada en una telaraña incapaz de salir no porque no quiera sino porque el violento la reduce a la nada, rompiendo todo vínculo con su pasado, su identidad, su independencia económica, su red de apoyo familiar, y de amistades, con las causas. Las secuelas del maltrato duran toda una vida y la mujer nunca volverá a ser la que fue. Tampoco se acaba el maltrato con la denuncia o con el divorcio, por el apoyo que la justicia patriarcal hace al violento, y porque por ello, el violento encuentra en el sistema judicial la manera de prolongar el tormento de la mujer y de los hijos usándola como arma, llevando a cabo una batalla judicial durante años y años, prácticamente durante toda la infancia de los hijos, que termina en la ruina económica y agotamiento psíquico de la mujer.
Toda una estructura social y jurídica montada para invisibilizar y minimizar la violencia del hombre contra la mujer. Así, se sustituyen multas y prisión por terapia, se imponen las mínimas penas gracias a los atenuantes, y ni el porrazo, ni el asesinato, ni la tortura emocional, ni el abuso económico afectan en nada los derechos de padre violento, primando éstos sobre los de los niños a tener una infancia, plena y feliz, libre de violencia, quitándoles la voz hasta la mayoría de edad.
No puedo evitar preguntarme cómo es que existe este desinterés tan grande de la sociedad, por conocer las conductas destructivas del maltratador en la intimidad,  sus causas y consecuencias.
No puedo evitar pensar cómo es que el mundo no está harto de las guerras, hambrunas, miseria, competencia, mentira, desigualdad, pobreza, que el patriarcado ha creado.

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