El maltrato evoluciona siempre
hacia más maltrato. La evolución de una relación basada en la violencia, ya sea
psíquica o física es, siempre, más violencia y/o más perfección en los métodos
debido a la experiencia.
Es como un círculo vicioso,
una especie de tela de araña que envuelve y enreda a la víctima y de la que
resulta muy difícil salir. Después de la fase de conquista y una vez que se ha
asegurado su confianza, se inicia una
fase donde el agresor comienza a atacar sin utilizar la agresión para conseguir
sus objetivos de sumisión y control de la pareja. La humillación, la violencia
psicológica, la decadencia personal así como el robo y/o destrucción de la
autoestima de la mujer son sus principales estrategias de ataque. Así, la
víctima se aísla de la realidad y comienza a ver las cosas como su pareja
desea, reduciendo su autoestima. Ya en esta primera fase el miedo controla a la
mujer víctima, es decir, ya ha caído en la trampa y comienza a perder recursos
personales para controlar su propia vida, su propio destino.
Posteriormente, comienza la
fase de aislamiento. La víctima, una vez
atrapada, capturada, la víctima comienza a romper su red social, a separarse de
sus familiares y amigos, puede incluso puede abandonar su trabajo. De este modo
es más fácil el control por parte del agresor y más fácil conseguir sus
objetivos en la intimidad del hogar.
Hay una tercera fase, donde
el agresor crítica constante todas las actuaciones de la mujer, iniciando un
abuso psíquico constante mediante la crítica voraz a las opiniones o conductas
de la víctima. El resultado no puede ser más devastador: la pareja experimenta
una grave incapacidad para reaccionar, se siente impotente y descubre que haga
lo que haga no va a obtener un resultado que mejore la situación.
La mujer, aislada,
criticada, cada vez con menos recursos personales, se encuentra segregada,
alienada. El contacto exterior es escaso o nulo. En este marco de cosas,
cualquier intento por rebelarse por parte de la mujer para reconducir su vida,
puede acabar con un “merecido castigo”, ya sea con agresiones físicas, e
incluso sexuales: bofetadas, palizas brutales y/o sexo no consentido.
Es como una espiral de
locura y maldad reiterada e innecesaria.
Cuando el agresor ha
descargado contra la mujer toda la ira que le producen sus frustraciones
personales, surge el temor de poder perderla, y emerge una peligrosísima fase
final denominada falsa reconciliación. Los perdones, las explicaciones, y excusas por parte del agresor sobre su amor
hacia la víctima junto con la creencia generalizada de que el agresor va a
cambiar llevan a la mujer a la renovación de la confianza. Pero esto no es más
que el inicio de una nueva rueda de violencia, de un nuevo ciclo que no tardará
a volver a recomenzar. Desgraciadamente, la mujer víctima cree a ciegas todas
estas promesas, digamos que “necesita” creer que “esta vez será definitivo”,
necesita sentir que todo lo sufrido no ha sido en vano, necesita pensar que en
el fondo no es tan malo, sobre todo cuando el hombre aprovecha para hablar de
su infancia desdichada, lo que deriva en un instinto de protección por parte de
la mujer, que se encuentra ya atrapada en esa tela de araña y seguirá sufriendo
numerosas agresiones cíclicas si no decide abandonar a su pareja.