La violencia de género es una forma de terrorismo difuso difícil de perseguir.
Los instrumentos que valen para otras formas criminales no sirven. Las
cifras de mujeres asesinadas, con ligeras variaciones, se mantienen
desde hace años, idénticas a las de los crímenes de ETA en sus años más sanguinarios;
solo en los últimos 10 años, 700. Pero esta estabilización no es una
buena noticia, porque en estos años se han dictado 250.000 órdenes de
protección, hay 16.000 mujeres con protección policial, y más de 5000 agresores están en prisión.
La lucha contra la violencia de género requiere educación,
constantes campañas de sensibilización, recursos crecientes para las
unidades policiales, para los tribunales, para los servicios sociales y,
lo que es más importante, un marco económico de suficiencia para que determinadas mujeres, antes de dar el dificilísimo paso de la denuncia, no se vea forzada a optar entre la violencia o la indigencia. Quizás nunca lleguemos al riesgo cero pero a la luz de las cifras parece evidente que no estamos haciendo lo suficiente.