Es el resumen de una ponencia de Lidia Falcón. Muy interesante.
La violencia es el instrumento más definitivo con que el
poder impone sus deseos y disposiciones. La violencia contra las mujeres
mantiene el poder patriarcal.
En los
países desarrollados del mundo occidental conseguir que la violencia machista
como agresión física sea considerada un delito ha costado la lucha de doscientos
años del movimiento feminista. En los
países subdesarrollados de occidente se está trabajando activamente por los
grupos feministas con resultados legales muy adelantados como la ley de
violencia mejicana y la brasileña, mientras en otros como los países islámicos
y la India ni siquiera se plantea y donde la masacre de las mujeres se produce
diariamente ante el silencio de la comunidad internacional, mediante los
crímenes de honor.
En España el énfasis legal está puesto en los asesinatos
de mujeres cuyo número es escandaloso. Menos inquietud produce en los medios
judiciales y de comunicación la violencia física que no llega a la muerte. La
agresión debe ser muy grave para que la persecución del culpable sea eficaz, y
la que apenas merece consideración es la violencia psicológica.
Pero la violencia no solo se ejerce físicamente o
psicológicamente contra cada víctima individualmente. Existe violencia machista
colectiva y estatal. La colectiva la practican los hombres en el seno de la
familia y en la calle, en los transportes públicos y en el cine, en el trabajo
y en los lugares de ocio y especialmente en lo prostíbulos y lugares donde se
prostituye a las mujeres. Responde a la convicción del sistema patriarcal de
que las mujeres son seres de inferior condición al hombre y deben estar a su
servicio, para satisfacer sus necesidades y para su goce. Las mujeres son víctimas de la violencia
porque son despreciadas y situadas en un lugar inferior y diferente del que
constituye el cuerpo social en el que se sitúan los hombres. Esta inferioridad
está admitida por los hombres de la familia, comenzando por el padre y tantas
veces por las mujeres de la generación anterior que han asumido su propio papel
social.
Las mujeres son también violentadas cuando se las inscribe
en una estructura económica como es el modo de producción doméstico al que
están destinadas por su especialidad reproductora. Son violentadas para que
cumplan sus labores principales en el proceso de producción: hija obediente,
novia complaciente, esposa sumida, madre sacrificada, hija cuidadora....
Si después de doscientos años de luchas feministas se ha
conseguido que las hijas no cumplan totalmente las normas ancestrales, y de tal
modo acceden a la enseñanza en todas sus ramas, no hay que olvidar que las
facultades de letras son las primeras hacia las que se derivan –no tanto las de
ciencias ni las de informática y económicas-, así como a algunas ramas de la
producción asalariada, no por ello se las ha eximido de su papel reproductor y
cuidador.
Las mujeres serán también violentadas siempre que pretendan
transgredir las normas fundamentales. Criticadas y hasta marginadas familiar,
laboral y socialmente. La crítica y el desprecio hacia lo femenino se difunden
en los medios de comunicación, especialmente la publicidad, y se extienden al cine,
el teatro, la literatura, los juegos cibernéticos, el mundo empresarial y sindical, el entorno
familiar y social.
La ofensiva
patriarcal se ha hecho en los últimos años más aguda. Con el éxito de ciertas
reivindicaciones feministas el machismo de
determinados sectores se ha agudizado: asociaciones de hombres
supuestamente maltratados, padres por la custodia compartida, introducción de
un falso diagnóstico psiquiátrico llamado Síndrome de Alienación Parental,
campañas de televisión y de prensa sobre las denuncias falsas de las mujeres,
programas de radio en los que solo participan hombres víctimas, campaña masiva
por la legalización de la prostitución.
La impotencia del Estado para garantizar la protección de las mujeres se
constata claramente en el número de femicidios, de agresiones, de violaciones,
de abusos sexuales a mujeres y a menores, y el desinterés de las instituciones:
judicatura, fiscalía, médicos y forenses, asistencia social.
Ese desinterés es
cuantificable y documentado.
Ahí está el número de denuncias archivadas, de
absoluciones, de informes declarando enfermas mentales a las denunciantes, la
indiferencia de la fiscalía ante el miedo de las víctimas a declarar contra el
maltratador, los términos despreciativos y hasta insultantes de algunas
sentencias, conductas todas ellas que no conllevan ninguna consecuencia para
los culpables ante la tolerancia oficial.
La situación se ha agravado con la
crisis económica que todo lo justifica. La falta de medios económicos es la
excusa con que se ha eliminado los Institutos de la Mujer de Castilla-La
Mancha, Galicia y Murcia, y el Observatorio de Violencia de Género de Madrid,
se están cerrando centros de atención a las mujeres y casas de acogida, y no se
facilitan ayudas económicas ni a los casos más extremos.
Capítulo aparte merece
el estudio de la desesperada situación de las mujeres emigrantes aún en
situación legal en nuestro país, encerradas
en familias y grupos donde la violencia se practica cotidianamente
contra ellas por los hombres de su entorno, como algo normal, y que nuestras
instituciones no protegen. La tragedia de las inmigrantes ilegales es saber que
nadie las va a ayudar si pretenden buscar ayuda institucional, por el contrario
las víctimas serán tratadas como delincuentes y se las expulsará del país.
Las mujeres
gitanas constituyen un submundo aparte del que nadie se ocupa. A esta violencia directa y más menos visible se une la violencia
educacional: discriminación ideológica entre niñas y niños en la primera
infancia, violencia en las aulas contra las muchachas, machismo cada vez más
evidente en los textos y en las enseñanzas, especialmente en las escuelas
concertadas difundiendo toda clase de calumnias contra los derechos
fundamentales de las mujeres: aborto,
divorcio, anticoncepción, libertad sexual.
La violencia económica se manifiesta clara y cínicamente sin
que se pretenda poner remedio: los empleos de más baja cualificación, a tiempo
parcial, eventuales, son femeninos. Las diferencias salariales alcanzan el 30%
y hasta el 50% según el puesto de trabajo en perjuicio de las mujeres. El
subempleo femenino es el doble del masculino, el paro femenino es varios puntos
superior al de los hombres. Los puestos de dirección tanto en la empresa
privada como en la pública como en la política, la universidad, la investigación
científica, son masculinos. Violencias
todas ellas que se enmascaran dándoles nombre ufemísticos para que no sean
visibilizadas por la población en general.
Una serie de medios de comunicación son el soporte que
difunde la ideología machista que justifica este estado de cosas. Los discursos políticos se dividen entre los
triunfalistas del gobierno y la indiferencia de los partidos de derechas. Es
preciso despertar la conciencia de las mujeres para que no soporten más con resignación
este universo de violencia que las oprime y tantas veces las anula.