EL MALTRATADOR, ESE MAGNIFICO SEDUCTOR
Uno de los rasgos más característicos del maltratador es su extraordinaria
habilidad conquistando a la víctima. El magnetismo que desprende en sus
primeros contactos es un perfecto mecanismo de seducción del que resulta muy difícil
abstraerse, especialmente si una ignora estas cosas.
Estos días estoy leyendo el libro “Psicología de la seducción”
de Alejandra Vallejo-Nájera. Transcribo algo que me ha resultado especialmente
interesante.
“…El seductor afronta el proceso de atracción con la metodología
de un estratega que casi nunca improvisa. Primero observa atentamente a su
blanco, prestando extraordinaria atención a sus movimientos, estilos de
comunicación y cicatrices psicológicas. Sabe como mirar, donde mirar y que
mirar. Traduce señales, imita gestos y posturas con el fin de generar máxima confianza,
entregando absoluta prioridad a la otra persona, emulando sus gestos y posturas
con el fin de generar sintonía y confianza.
El seductor es un abastecedor de las carencias sentimentales,
operador del artefacto emocional. La maniobra tiene que estar medida y la
actuación debe ser delicada: bajo ningún concepto la otra persona debe
sospechar que está siendo intencionadamente seducida. Más bien debe creerse
arrastrada por el magnetismo… de lo contrario se volverá suspicaz y, en lugar
de deseo, el seductor le inspirará miedo.
Una vez superado el primer avance, el fascinador pasa a
eclipsar la mente de su objetivo, su barrera defensiva mas poderosa; se invita
a sí mismo pronunciando con frecuencia, aunque sin avasallar, el nombre de la
otra persona: la mira a los ojos el tiempo justo, sin intimidación y con gran interés;
le escucha y le atiende, le otorga la razón, le cede el poder. De ese modo,
laurea a la persona seducida, le invita a creerse importante, inteligente,
sensible o divertida… resalta su feminidad, le expresa que ha captado sus
genuinas virtudes y que es una lástima que otros permanezcan suspendidos de la apariencias,
sin captar la verdadera esencia, las excelsas cualidades que lleva dentro. Esto
último resulta esencial ya que casi todos los seres humanos creemos en lo más íntimo
que somos mejores de lo que otros perciben. El seductor muestra interés y expresa
que está impactado, dando a entender que es alguien con sensibilidad, para
sacar lustre a los secretos del alma.
Una vez impregnado el pensamiento de la otra persona, el
seductor inicia un nuevo paso: se anuncia como proveedor de placer, salvador de
la desnutrición psicológica en cualquiera de sus variantes: autoestima,
seguridad, diversión, valentía, necesidad de sentirse útil, de ser escuchada…
conduce suavemente a la otra persona, pero sin explicarle adonde va ni la duración
del trayecto. Y sobre todo, prorroga la acción; la fantasía de su objetivo, se
dispara, trabaja, imagina, anticipa, piensa, elige. En cuanto el seductor logra
instalar su monarquía en el pensamiento del otro, comienzan los delicados
trámites del castigo: alterna momentos e sintonía total con otros de frialdad,
inyectando en el destinatario el pánico a la pérdida y, con ello,
garantizándose su apego psicológico.
Durante todo el proceso es el seductor quien gobierna las riendas del asunto, posee el control, se
adueña del pensamiento de la otra persona y puede manejar a voluntad la
felicidad o la desesperación.
Quien domina los códigos de la seducción, tiene, de alguna
forma, la batalla ganada.”